sábado, 26 de noviembre de 2016

Editorial: El fin de una dictadura

Editorial: El fin de una dictadura


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Fidel Castro Ruz, dictador emérito, ha muerto en La Habana a los 90 años. La noticia la dio en la televisión oficial su hermano Raúl, dictador en activo.
Siendo un joven abogado recién graduado, tomó el camino de las armas para derrocar la dictadura de Fulgencio Batista. Decidido a llegar al poder, prometió elecciones democráticas y la reimplantación de la Constitución de 1940.
Empezó a dirigir el país en 1959, gozando de una inmensa popularidad y, no solo incumplió la mayoría de las promesas que hiciera al pueblo, sino que combatió las esperanzas puestas en dichas promesas.
Construyó un régimen férreo, coartó todo tipo de libertades. Consiguió refinar la represión, los crímenes y la violencia estatal hasta el punto de que no fueran apreciados públicamente. Su mandato pudo gozar de tan magnífica prensa que la opinión internacional tardó muchísimo en considerarlo como un depredador de la libertad. Y aún tarda.

Metió cizaña dentro de las familias, provocó los más altos índices de exiliados y emigrados de toda la historia del país. Dentro del territorio nacional levantó tantas diferencias entre nacionales y extranjeros que el ser cubano pudo llegar a ser una condición cuasi despreciable. Construyó un profuso sistema de cárceles a lo largo de la Isla y un cuantioso presidio político.
Su narcisismo de estadista, el deseo de quedar en la historia y ser absuelto por ella, más sus ínfulas geopolíticas, le hicieron derramar la sangre de muchos cubanos en campañas militares en otros países y continentes.
Fue el peor administrador de la historia del país. Con la coartada de una distribución igualitaria, diseñó proyectos económicos descabellados, de soluciones mágicas y de espaldas a los especialistas. Alardeando de diversas ramas del saber que no conocía, arruinó una economía que encontrara próspera y creciente, y deja un país en ruinas, deja ciudades que parecen bombardeadas.
En 2006, obligado por una enfermedad, no tuvo más remedio que cederle el poder a su hermano menor, aunque siguió influyendo en la marcha del país. A su dictadura le faltaba, sin embargo, la conclusión de la muerte. Su estatus de muerto en vida había impedido las celebraciones y los duelos. Toca a partir de ahora ver cuánta vida le queda como símbolo, de la clase que sea.
Acaba de terminar la dictadura de Fidel Castro, aunque el país siga bajo régimen dictatorial. Su cadáver, como el de otros cómplices suyos en el poder, será cremado. Una solución funeral que puede dar idea de la desconfianza que sienten esta clase de seres y sus familiares por la aceptación póstuma de que podrán gozar entre el pueblo cubano.

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