viernes, 18 de noviembre de 2016

La isla anacrónica

La isla anacrónica


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"Artículos para caballeros", en Sagua la Grande. (M. GONZÁLEZ VIVERO)
Lo vintage es dorado, un pasatiempo espléndido: new look, lámpara campaniforme, jarra de calamina. La antigüedad respetable, legítima, suena broncínea: candelabro, damasco, Luis XV. Y lo anacrónico es simplemente grotesco, inoportuno, inquietante. No coleccionamos ese puñado de polvo: nos mancha, nos persigue, nos asfixia.

A Cuba, la isla anacrónica, le quedan fachadas que no reciben un brochazo hace 60 años y aguantan islotes de anacronismo. En torno a los muros que rodean a Cuba surge un archipiélago del tiempo roto. Carteles comerciales casi siempre.
"Agencia Kodak", dice todavía una de las esquinas más concurridas de Placetas. "Música impresa", un cristal biselado. Música impresa que ya nadie sabe leer. "Artículos para caballeros", en otro vidrio de Sagua la Grande, y los patanes no se detienen a leerlo.
Esto no debe parecer nostalgia por la música. Lo anacrónico es grotesco. Caminar por ahí es inoportuno. Mirarlo es inquietante. A veces la pared sí ha sido pintada, eh. A veces el islote anacrónico resurge, cuando se cae la pintura, y se une al archipiélago de tanto letrero borroso.
"Farmacia de la Dra. Carmen Pinto", dice todavía una de las esquinas más concurridas de Sagua la Grande. Una bandera soviética, hoz y martillo, campeaba hasta hace pocos años en la pared de una tienda concurrida de Sagua la Grande. "Gran Joyería Fidel", el piso de granito. Y los patanes aseguran que luego vendían bisutería y discuten que si era este Fidel o aquel quien vendía imponderables quilates.
Pero esto no es nostalgia. Lo anacrónico es grotesco: ya no sabes ni en qué año estás. Y va, de remate, una historia que me contaron antier. Él me juró que no estaba ebrio, eh.
"La vieja Esperanza, esa vieja de la ciudadela, iba por el puerto de La Habana cuando explotó el barco aquel, ¿cómo se llamaba? ¡El Maine! Ella era joven, claro. Iba vestida de verde, de miliciana, con un floripondio rojo en la cabeza. Los españoles corrían después de aquello. El Maine era pedacitos. Y allí Esperanza se encontró con Fidel Castro. Él le dijo: 'Mambisa, estás muy bonita, pero esa ropa no es la adecuada para venir hoy al puerto de La Habana'. Hablaba del floripondio. Esperanza miró para la candela del Maine y se echó a llorar".

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