A soñar en FIHAV

Cubanos prueban gafas de realidad virtual en el stand de Samsung en FIHAV 2016. (A. ZAMORA)

Cubanos en el stand de Suzuki en FIHAV 2016. (D. ROSSY)
De hecho, FIHAV 2016, que cerró este viernes, estuvo la mayor parte del tiempo cerrada al público. Como siempre, al final, cuando ya se suponía que los "empresarios" estatales habían hecho sus negocios, fue que las puertas de Expocuba abrieron al público general, sin invitaciones ni credenciales.
¿Qué le interesa al cubano de a pie que entra en FIHAV para no comprar ni negociar nada? Para saberlo, solo hay que fijarse cada año dónde se concentra la mayor cantidad de público.
En el pabellón de Venezuela, uno de los más grandes y mejor diseñados, apenas había curiosos. Los pocos productos que se exhibían se perdían en el espacio blanco del pabellón y daban una idea de pobreza, más que otra cosa. En un espacio que representa a un país grande que debería ser rico por todos sus recursos, un par de muestras de galletas o champú, unos pocos productos químicos o piezas de tecnología petrolera confirmaban la idea que muchos llevaban previamente a la feria: "Venezuela está allí porque es un asunto político". Ninguno de los escasos productos que se mostraban en las vidrieras se ven en las tiendas a las que accede el pueblo cubano y a nadie le hace falta. Para producir crackers de maíz ya tenemos a Papas n'Co.
En la muestra cubana, como cada año, resaltaron los stands de productoras de ron, como Habana Club o Legendario, y de tabaco, como Brascuba o Cohiba. En años anteriores la barra del stand de Cuba Ron había estado abierta, atrayendo público interesado en muestras gratuitas. Este año estuvo rodeada por una cinta amarilla, al estilo policial, que alejaba a los curiosos.
Las otras propuestas nacionales no le importaban a nadie. Labiofam, Cubahidráulica. ¿Para qué sirve todo eso? Los cubanos pasaron de largo, no se fijaron siquiera en los carteles increíbles como el de la Empresa Comercializadora de Servicios Médicos cubanos, que mostraba a una familia blanca cuyos miembros estaban vestidos como si fueran europeos; o la gigante foto de unos vegetales que nunca hemos visto (¿pimientos de color naranja? ¿brócoli?) y que decía: "Cuba sí puede/ Yes! Cuba can!". Por no hablar del espacio dedicado al proyecto estrella del Gobierno, el puerto del Mariel.
"Busca a ver si hay más plegables de estos, que sirven para forrar libretas", dijo una mujer al hombre que la acompaña.
"Vamos a averiguar a qué hora es el sorteo de Huawei", comentaron unos adolescentes.
Ese es uno de los motivos por los que los cubanos van a FIHAV, para ver qué pueden conseguir gratuitamente. Es una compulsión adquirida durante años de privaciones, que quedó constatada cada vez que hubo una rifa en algún stand.
"¿Qué están dando aquí?", preguntó un hombre ante la aglomeración de público en el pabellón de Corea. "Porque si hay tanta gente es que están dando algo". Efectivamente, la cola que se extendía unos cuatro metros era para participar en la "Ola coreana", una especie de ruleta donde los participantes ganaban chucherías como abanicos, sombrillas o bolsas promocionales. Y para eso los cubanos hacemos fila.
Tecnología y lujo fuera de alcance
Otro de los motivos para visitar la feria sigue siendo ver la tecnología y el lujo al que no podemos acceder, a la par que constatamos que el mundo se mueve, aunque nosotros no.
Cada año la muestra de la compañía rusa Lada sigue provocando que los cubanos noten cuán detenidos están en el tiempo. "Eso es un Lada", señaló un joven asombrado frente al Lada Vesta, de un llamativo color vino. "Igualito al que cogimos nosotros hasta aquí", ironizó su acompañante.
"Cualquiera diría que Lada había desaparecido", dijo una mujer mientras su esposo le tomaba una fotografía frente al Vesta. "Los que desaparecieron son los Ladas que nosotros conocemos".
La representante de Seiko, una muchacha que decía "so" en lugar de "entonces", aunque es cubana y vive en Cuba, no podía parar de hablar. Todo el mundo preguntaba, aunque no tuviera dinero para comprar; no la dejaban tranquila. Querían saber si esos modelos expuestos se venden en Cuba, dónde se venden, cuánto cuestan. Ella decía que "no, pero tenemos otros modelos de igual calidad", y daba promoción a la línea más económica: "Yo tengo varios, porque son más baratos, pero igual de lindos".
En la muestra de Susuki los curiosos tiraban fotos a las motos. "Mira esto, compadre", eran las palabras que más se escuchaban allí. "¿Cuándo llegarán a Cuba motos como esta?" Porque ni siquiera los agentes de la Seguridad del Estado tienen derecho a que su Susuki reglamentaria sea como las que se veían en la feria. Hasta ellos tiraban fotos y suspiraban en el stand japonés.
La tecnología fue el principal concentrador del interés de los cubanos en FIHAV. Y no solo de los jóvenes. La muestra de Huawei era visitada por todos, los teléfonos inteligentes pasaban por las manos de personas de diferentes generaciones, mientras otros se tomaban fotos frente al cartel promocional con Lionel Messi, embajador global de la marca.
En este apartado, el pabellón de Corea se llevó las palmas. En la muestra de Samsung apenas se podía caminar por la cantidad de personas que quería probar la tecnología. Teléfonos y tabletas, pero también lavadoras, televisores y equipos de realidad virtual. Para estos últimos, la cola incluía desde adolescentes con uniforme del preuniversitario del MININT hasta un señor de más de 60 años con sombrero.
"¿Y esta tecnología la van a vender en Cuba?", preguntaba todo el mundo. Las jovencitas encargadas del stand, uniformadas en azul, respondían: "No sabemos. La tienda de Samsung en 3ra y 70 ya casi está lista, pero todavía no sabemos cuándo abrirá. No nos han dicho lo que se va a vender allí, pero cualquier cosa es posible".
Mientras, los cubanos disfrutaban unos minutos de esquiar virtualmente sin tener que pagar, porque la mayoría sabía que comprar el equipo les resultará tan imposible como ir a esquiar de verdad. Se sacaban fotos, se divertían y después para casita. Punto final.
Al final, FIHAV es para los cubanos un enorme programa de realidad virtual donde, por unas horas, pueden tener en sus manos un Samsung Galaxy S7 edge o tocar una Susuki que parece de ciencia ficción o preguntar por un Seiko modelo clásico como si lo fueran a comprar. Luego se quitan las gafas especiales, caminan fuera de Expocuba y, en el mejor de los casos, se montan en un Chevrolet de los años 50 con motor de Lada 1500 y se largan para Marianao para seguir con su vida real.
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