sábado, 14 de enero de 2017

El poscastrismo y los profetas del pan con timba

El poscastrismo y los profetas del pan con timba


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Nikolái Leónov. (GVARDIYA.RU)
Se verán horrores, advirtió el Libro del Apocalipsis. Debió agregar que no solo se verán sino que también se escucharán o leerán. Hace pocos días, el historiador ruso Nikolái Leónov declaró públicamente que en Cuba el engendro de sistema creado por Fidel Castro es indestructible, que no hay alternativa ante el castrismo, y que tampoco existe una necesidad histórica de cambiar el régimen.
Este bulo no merecería la menor atención, sabiendo que viene de un antiguo seso gris de la KGB soviética. Sin embargo, ocurre que Leónov no es el único que piensa así. La idea está flotando en el ambiente —enrarecido pero siempre con amplio alcance— del progresismo internacional.

A esos ilustres profetas del pan con timba habría que recordarles algo que sabe hasta el gato. Es decir, que no resulta difícil ejercer la autoridad, ni siquiera es meritorio por sí solo. Lo difícil y meritorio es ganarse el derecho a ejercer la autoridad mediante su ejercicio. Y precisamente en ello radica uno de los conflictos (uno entre varios) que traen patas arriba a la sociedad cubana en los días que corren.
Que haya tenido razón el filósofo Thomas Hobbes al sentenciar que es la autoridad y no la verdad la que hace las leyes, no significa necesariamente que actuar en contra de la verdad les baste a las autoridades de la Isla para autentificarse como verdaderas.
El Gobierno revolucionario, al erigirse en dictador de los cubanos, violentó las bases de la autoridad, la cual, como es sabido, difiere del poder en que no es una fuerza que se impone, sino un privilegio que se confiere mediante el reconocimiento y la obediencia. De modo que se trata de un poder que hay que conquistar con el convencimiento.
No existe el modo de apropiarse auténticamente de la autoridad imponiéndose desde la autoridad misma. Y en Cuba no solo nos fue impuesta la autoridad política, sino que a partir de esta, mediante sus doctrinas y sus tropelías, bajo su fuerza bruta, fueron también violentados todos los demás conductos de acceso a la autoridad.
No en balde las autoridades, todas, y aun la autoridad como concepto, están allí en bancarrota.
La policía, las instancias jurídicas, los directivos de centros laborales, la administración pública, y en general los jefes mayores y menores, no son respetados sino apenas temidos. A los padres y maestros no se les respeta ni se les teme. Ante las instituciones del poder, incluidas las llamadas organizaciones de masas, no se manifiesta más que desdén. La lista podría ser interminable, ya que luego de mencionar todas las formas de autoridad que se representan a través de personas, habría que seguir con sus representaciones conceptuales: decencia, franqueza, respeto…
Por eso me pareció estrafalaria la connotación que algunos medios de prensa le dispensaron a los llamados Lineamientos del Partido Comunista de Cuba (PCC), en tanto supuestas premisas para una reforma destinada —dijeron— a sacar al país de la crisis. Y por eso también me parecen disparatados los argumentos de quienes predicen que una vez muerto Fidel Castro, y luego incluso de que el hermano tenga que abandonar su trono de heredero, la revolución (así la llaman) seguirá inalterable su curso, guiada por el PCC en su papel de vanguardia de la población cubana.  
Si alguna autoridad carece de autoridad en Cuba, por la forma en que se impuso como única alternativa política, por su fracaso en tanto mecanismo de gobierno y por la desconfianza con que es asumido por la ciudadanía, debido a la retrogradación de sus dogmas, es el PCC. Lo demás sería fácilmente deducible, aun para los profetas del pan con timba que todavía pululan dentro de la progresía internacional.
Desde luego que el hecho de que el PCC y su blasón militar no estén capacitados para ejercer la autoridad en Cuba no impedirá que continúen imponiendo su inútil y dañino dominio. Pero tal obstinación no debe resultar sino cuchillo para su pescuezo. Así que les conviene disfrutar lo que les queda. Pues, en cuanto la gente tenga la oportunidad de elegir, pasarán al retrete de la historia.    

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