jueves, 5 de enero de 2017

Año nuevo, vida nueva

Año nuevo, vida nueva


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Esquina de la calle Industria, en La Habana.
Año nuevo, vida nueva. Así decían mis padres por estas fechas cuando yo era niño. Entonces, generalmente, la nueva vida era empezar un nuevo proyecto laboral, estrenar una nueva casa o un auto, prepararse para casarse y formar una familia, comenzar a organizar un viaje a otro país, iniciar estudios de alguna importancia, mudarse del campo a la ciudad y otras por el estilo.
Y esto era posible no solo para las clases poseedoras de grandes capitales, latifundios,  rentas y negocios. Una bastante extendida clase media, con diverso nivel de ingresos, organizaba esos proyectos. Entre ellos, maestros y otros profesionales que trabajaban para el Estado, muchos pequeños y medianos empresarios y comerciantes y no pocos trabajadores libres que se asociaban de distinta forma para producir y hacer vida, junto muchos trabajadores asalariados de compañías nacionales y extranjeras que pagaban bien a sus empleados.

Sin embargo, la "nivelación" económica y social —sí, está leyendo bien lector, como si hubieran pasado una moto niveladora por arriba de la sociedad cubana— impuesta desde 1959 hizo que a partir de entonces se hiciera muy difícil, por no decir imposible, que los cubanos pensaran en hacer esa vida nueva en el  año nuevo.
Desde entonces una filosofía igualitarista absurda y contraproducente y un empobrecimiento generalizado se encargaron de obstaculizar la mayoría de los proyectos personales.
En lugar de ayudar a los pobres a elevar sus ingresos con superación técnica y profesional; de promover préstamos para nuevos negocios pequeños y medios, privados o asociados; de elevar el nivel de la técnica en la producción industrial, agrícola o los servicios, se fue convirtiendo  a todos los trabajadores y productores en asalariados estatales y se pretendió quitar a los de más ingresos para mejorar directamente a los de menos, al estilo Robin Hood.
El fenómeno se fue agravando con el aumento de la centralización de las decisiones y la concentración de la propiedad en el Estado, hasta el punto de que en un momento determinado, salvo algunos campesinos, toda la economía estaba en manos del Estado y prácticamente nadie estaba en capacidad de imaginarse un proyecto personal de vida fuera del mismo.
Ya desde la llegada del llamado Periodo Especial con las pequeñas aperturas al trabajo privado, al turismo y al trabajo para extranjeros, los proyectos de la mayoría de la gente joven y preparada, o de los que han logrado levantar algún capital, se reducen a crear condiciones para poder salir de Cuba a establecerse fundamentalmente en EEUU, en busca de una nueva vida.
Y es que hace muchos años, por la filosofía aparentemente colectivista, en verdad Estadocéntrica-impositiva-paternalista, no se estimula la prosperidad individual y se obstaculizan los proyectos personales. El que prospera es perseguido. Se prohíbe acumular riqueza. Y todo eso de proyectos individuales o familiares de vida es visto como "capitalista" o "pequeñoburgués" por el extremismo que pretende identificar izquierda y socialismo con pobreza y estatalismo absurdo, absoluto y corrupto.
Todo ese capitalismo monopolista de Estado, disfrazado de socialismo, en el aspecto moral e intelectual condena a los individuos a transformarse en "masas manipulables" por el paternalismo estatal, la información unidireccional y la ausencia de oportunidades personales fuera del Estado.
Ya no es posible seguir "tapando el sol con un dedo". El "socialismo de Estado" fracasó donde quiera que se intentó. También en Cuba. Los gobernantes actuales, los mismos de la llamada revolución democrática del 59 —por sus propósitos—, que ellos desvirtuaron para continuar indefinidamente en el poder, lo saben; pero persisten en mantener su modelo estatal centralizado de política y economía, porque temen que cualquier cambio importante los lleve a perder el poder y no dejan de tener razón.
Se les propuso una transición hacia un socialismo democrático, donde cupieran todas las formas de producción y se estimulara preferentemente el trabajo libre, privado y asociado, pero optaron por fortalecer su capitalismo de Estado, a partir de una alianza con el capital extranjero, que les permita compartir la explotación asalariada de los trabajadores cubanos.
En Cuba, las fuerzas productivas revolucionarias presentes en los emprendedores privados o asociados no acaban de predominar porque el estatalismo sigue imponiendo amarras, continúa monopolizando los mercados internos y externos y permite la inversión extranjera solo cuando le conviene y se beneficia ampliamente de ella.
De Raúl Castro no creo que podamos esperar más cambios. El preferirá retirarse del poder siendo fiel al legado del hermano; pero cuando lo  entregue, podrá hacerse el de la vista gorda ante modificaciones que francamente orientarán más la economía hacia el capitalismo privado más explotador, en medio de la repartición de la piñata.
Pero para entonces también se preparan muchos cubanos, quienes igualmente se van a beneficiar de las necesarias transformaciones en el mercado y en las leyes  mercantiles que van a necesitar los piñateros. Así nos estaremos acercando a una época en que el año nuevo empiece a traernos vida nueva.

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