viernes, 22 de agosto de 2014

“La triste expresión de su mirada”

Publicado en LIBRE y en su edición digital LIBREonline

         
                       “La triste expresión de su mirada” 
       Escrito por María Teresa Villaverde Trujillo    Martes, 19 de Agosto de 2014    
                        Carta de Leonor Pérez a José Martí
Enero 25, 1882
"…dentro de 3 días cumplirás 29, me resigno, pero no me conformo a que a esa edad con tantos elementos de vida sufras tantas angustias, y que mis muchas reflexiones nada hayan podido en tu destino, pero valor, y adelante, que con salud y buena voluntad mucho se vence, y eso es lo que siempre pido para ti, y cuando más sufro cuando creo que tu cuerpo pueda quebrantarse al peso de tanto disgusto.
Carmen te envía esas letras, que son su retrato, Amelia y Antonia un abrazo no mas, pues todavía no te han contestado, están meditando. Tu padre siempre con catarro, de las madrugadas que hace, como siempre; y dos abrazos fuertes de tu madre…"
 Leonor

"…por su ancho corazón se recomienda al secretario Alberto Plochet"
Con esa frase así recomendó Jose Martí una vez a Alberto Plochet, quien a pesar de ser un adolescente se vio convertido en cicerone de una "barcada de fieras" -como la denomino Antonio Zambrana-, cuyo grupo había llegado inesperadamente a la ciudad de New York en 1885 tratando de conquistar a
la comunidad de exiliados, y tratando a su vez de implantar una nueva idea bélica sin tener en cuenta que ya la población cubana había sufrido los embates de la Guerra Grande –1868=1878- y el fracaso de la Guerra Chiquita en 1880.

Los rasgos históricos nos ha dejado saber que Jose Martí pensaba que no era aquel el momento de enfocar una nueva acción bélica sin preparar primero tanto a los inmigrantes como a los que residían en la isla. Aunque siempre dispuesto estaba a unir la pasión de su labor a la actividad de otros patriotas.
 
Alberto Plochet –el cicerone de aquella fecha- llego a incorporarse a la lucha libertadora cuando aun era muy joven,  ganando los grados militares por su bravura en los combates al lado del general José Maceo, y mas tarde junto a Calixto García.

Y del patriota Plochet -Capitán del Ejercito Libertador- fallecido en 1954 exponemos hoy su hermoso relato referente a los ojos, mirada y expresión de las pupilas del Apóstol cubano.  
Relato que fue publicado en Revista Bimestre Cubana, 1932.

«Aun no le llamábamos Maestro»


Los ojos de Marti
“…Yo conocí a Martí en la mañana de un día otoñal del año 1885. Estaban en la ciudad de Nueva York a la sazón Máximo Gómez, Antonio Maceo y Flor Crombet, rodeados de un Estado Mayor compuesto de los jefes y oficiales más destacados de la guerra del 68.  Recorrían las emigraciones levantando fondos para llevar a cabo la intentona revolucionaria que tuvo tan ruidoso y triste epílogo en el Canal de Panamá con el fracaso de la célebre captura del vapor San Jacinto.
…Desde la llegada de aquella “barcada de fieras”, como la tituló Antonio Zambrana, cediendo a los impulsos de mi entusiasmo, y a pesar de mi juventud, pues solamente contaba con quince años de edad, me nombré, yo mismo, “cicerone” voluntario de Gómez, Maceo y Flor, motivo por el cual esa mañana a que aludo, había salido de la casa de Madame Griffou, situada al oeste de la calle Nueve, acompañado de estos tres caudillos, para visitar en la redacción del periódico The Sun, a su editor propietario Charles A. Dana, con el fin de alquilar los salones de Tammany Hall, para celebrar por la noche una junta magna patriótica.
“…Hicimos el recorrido a pie porque ellos querían conocer esa parte de Broadway; cruzamos con alguna dificultad a Park Row, y al llegar al edificio de The Sun nos encontramos parados y charlando junto a la puerta, a Juan Fraga, presidente del Club Los independientes, Benjamín Guerra, y al pedigüeño más tenaz que tenía Cuba: Gonzalo de Quesada, que había venido expresamente, no recuerdo de dónde, para conocer a los caudillos.
“…Después de los saludos y abrazos consiguientes y cuando nos disponíamos a entrar, Juan Fraga exclamó:
“_Ahí viene José Martí”.
“Entonces, todavía no le llamábamos Maestro”.
"...y cuando llegué a la claridad me fijé en sus ojos"

“…Como es sabido, Martí no apadrinó aquella intentona, se oponía a todas esas revoluciones importadas sin que previamente se preparara al pueblo de Cuba para recibirlas; pero a pesar de esto, Martí y los tres jefes se abrazaron con desbordante efusión y cariño.
“…Yo, que me encontraba en el interior, que estaba algo oscuro, me volví y me encaminé hacia ellos, y cuando llegué a la claridad, me fijé en Martí, de quien había oído hablar vagamente. Los ojos, que a veces cometen el imperdonable error de apreciar equivocadamente el valor de una persona al primer golpe de vista, esta vez no me engañaron, me agradó sobremanera el aspecto general de Martí. Cuando hube apreciado contornos y traje, elevé la vista, fijándome detenidamente en su cara, y entonces fue que vi sus ojos; esos ojos, fueron lo que más me llamó la atención de toda su personalidad, jamás los había visto iguales, acaso en tamaño, pero no en expresión.
“…Los que conocieron a Martí y lo trataron íntimamente, y llegaron a fijarse en este detalle, me ayudarán a recordar la expresión tierna y melancólica de sus ojos; a veces, muy raras veces, eran vivaces, lanzaban destellos luminosos; pero nunca, nunca miraron iracundos, ni aun cuando piadosamente anatematizaba a los réprobos y austriacantes.
No miradas fulgurantes, sino de compasion


“..Y esto lo puedo asegurar con el altercado que surgió esa misma noche en el meeting celebrado en Tammany Hall, entre él y Antonio Zambrana. Acon-tece, que enojado Antonio Zambrana por el retraimiento de Martí, en el discurso que pronunció, fustigó implacablemente a su actitud pasiva, calificándolo de pusilánime, y llegando al extremo de decir, “que los cubanos que no secundaban ese movimiento debían usar sayas”.
“…Yo cito este caso porque fue cuando más colérico vi a Martí, y para poder extenderme en cuanto a la expresión de sus ojos. Yo estaba parado junto a la plataforma o escenario brillantemente iluminado y desde donde hablaban los oradores. Presidía el meeting Máximo Gómez, ocupando asientos a su alrededor Antonio Maceo, Flor Crombet y los demás jefes y oficiales que los acompañaban.
“…Martí estaba parado junto a la entrada del gran salón, y cuando se oyó aludido se encaminó precipitadamente hacia el escenario. Había un público desbordante, de todas partes habían acudido los cubanos para conocer a los jefes mambises y para contribuir con su óbolo. Los pasillos estaban llenos de gente, así es que Martí tuvo que empujar y apretujar a los que le estorbaban el paso para llegar al escenario.
“…Yo recuerdo perfectamente bien aquel espectáculo grandioso. Lo que salió de aquel rincón, fue un bólido. Martí llevaba su bombín (derby) agarrado con ambas manos y apoyado sobre el pecho, y se abrió camino como un proyectil lanzado por una catapulta.
“…Me habían causado tanta impresión sus ojos, que cuando él llegó a la escalinata junto a la cual me encontraba yo parado, me fijé en su cara encendida como una grana, miré a sus ojos, y entonces los vi más rasgados que por la mañana, velados por largas pestaña negras, semicerrados, y noté de lo poco rque se veía de ellos, que no lanzaban miradas fulgurantes, que miraba a Antonio Zambrana de hito en hito, lanzándole miradas de compasión como si se apiadara de su error.  
"Así miraban los ojos de Martí."
Lágrimas que no iniciaron su salida

“Cuando subió al escenario le dijo a Máximo Gómez, interrumpiendo al orador, que había sido aludido y que quería hablar. Flor Crombet se levantó y le brindó su asiento, mientras Máximo Gómez le decía, que esperara a que terminase de hablar "el cubano que estaba en el uso de la palabra”.
“…Y habló Martí, y ni aun cuando le decía a Antonio Zambrana, vuelto hacia él mirándolo cara a cara, que "era tan hombre que apenas si cabía en los calzones que usaba; y eso lo pruebo yo aquí y donde quiera", ni aun en ese momento tan agudo de su grandilocuente discurso, pude notar en los ojos de Martí, que entonces estaban abiertos en toda su extensión, ni un solo fulgor de rabia o encono, ni un solo centelleo de irancundia;
"....sus ojos, compasivos, irradiaban el inmenso dolor que le causaba;  
 “el sacrificio estéril, de tanto cubano útil, de tanto cubano bueno”.
La humedad de sus párpados

"Hubo otro momento esa misma noche, en que vi a esos ojos húmedos
                   por unas lagrimas que apenas si iniciaron su salida, y que no legaron a brotar.
“…Sucede que un tabaquero, cuyo nombre no recuerdo, había iniciado la colecta de prendas y dinero en una bandeja grande que había cogido del bar del salón, y cuando llegó a donde estaban sentados Antonio Maceo, Flor Crombet y demás jefes y oficiales, estos se despojaron de cuanta prenda y dinero llevaban encima y las echaron en la bandeja que ya estaba colmada; le tocó el turno a Máximo Gómez, y éste dijo:
                    “_Yo no tengo encima más que cobre y hueso, pero no quiero salir abotonado de aquí".
“…La bandeja llegó frente a Martí, que estaba sentado junto a Máximo Gómez, y yo, que iba ayudando a ese tabaquero, noté que Martí se había levantado como para abrazar a Máximo Gómez, pero la bandeja le estorbó en su intención, se quedó parado, y noté la mirada de infinita ternura, mezcla de admiración y de respeto, que le lanzó a Máximo Gómez; y fue entonces que vi aquellos párpados húmedos, las pestañas pegadas las unas a las otras; pero, abriéndolos repentinamente cuan grandes eran, vi que esos ojos, tornadas negrísimas pupilas, ya no miraban con ternura; se habían trocado en focos luminosos que lanzaban destellos refulgentes como expresando el deseo ardiente del sacrificio de la propia inmolación, y mirando a Gómez y a Maceo, murmuró:
 
“_Yo tampoco puedo salir de aquí abotonado, cuando Gómez y Maceo salen desabotonados”.
Así  era  el carácter de Martí  y así  eran  sus  ojos.
 

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