martes, 17 de mayo de 2016

'Cuba está peor que cuando me fui'

'Cuba está peor que cuando me fui'

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Mi tía, que se fue del país sin querer irse, visitó Cuba por fin después de diez años de ausencia.
Mi prima, su única hija, se fue en 1989, casada con un ex preso político que estuvo entre los asilados de la Embajada de Perú. En lo que soñaba visitarla en Miami sin tener que perder su ciudadanía cubana, mi tía ayudó a criar a los hijos de mi hermana, a los que ya quería como nietos cuando se vio obligada a salir definitivamente, después de solicitar visa de no inmigrante, una y otra vez denegada, durante 17 años.
El dolor de la separación resultó doble, pero tenía que elegir: allá la esperaban su única hija y su única nieta.

Como se considera una persona adaptable, con el tiempo se naturalizó en esa ciudad que solo se parece a La Habana por los cubanos que intentan a toda costa invocar la isla perdida.
Como todos los emigrados, descubrió que regresar siquiera por unos días (aunque no requiere una visa de no inmigrante), puede ser tan difícil como irse. Reunir el dinero, escoger el momento apropiado entre tantas demandas, poder responder siquiera con mínimos regalos a las expectativas de los que dejó aquí, fue un sueño igualmente aplazado cada año.
La experiencia de que fallecieran su única hermana y su único hermano (mi madre y mi tío), sin poder despedirse de ellos, la decidió a dar el salto por fin.
El día de su llegada a La Habana tenía una alegría desbordante. Era feliz de ver a cada miembro de la familia, a los vecinos, los amigos… a pesar de que la casa que dejó está irreconocible: reparaciones a medias, paredes sin repellar, ventanas y puertas rotas, muebles deteriorados, lámparas sin bombillas…
Por lo que pudo ver de su barrio de Lawton y lugares aledaños, según sus propias palabras: "Todo está peor que cuando me fui".
Me contó que allá recibe mensualmente por el banco 733 dólares, que su atención médica está garantizada por el seguro y en la clínica adonde pertenece, tiene además disponible servicio de gimnasio y peluquería. La institución organiza actividades para los ancianos, como cumpleaños colectivos, aniversarios matrimoniales, se celebra el día de San Valentín, el de las Madres, el de los Padres… Se ofertan excursiones.
En las guaguas no tengo que pagar pasaje, dice con orgullo. Tengo tres pasaportes, el español, que me costó 29 dólares, el americano 35, y el más caro, el cubano, ¡420 dólares!
Mi hermana le compró agua embotellada argumentando: "Tú ya no tienes el estómago de antes". La frase resultó lapidaria pues durante una visita tomó un jugo de guayaba hecho con agua sin hervir y las diarreas fueron fulminantes.
Entre ese incidente y los estragos de una gripe que la dejaron ronca, el entusiasmo por la visita se le fue apagando.
Ya no le interesaba salir y el tiempo antes de la partida se le hacía interminable.
Cuando amaneció el día para el que estaba fechado su pasaje de vuelta, estaba loca por montarse al avión. Su hija le hacía bromas por teléfono diciéndole que se quedara en Cuba pero ella exclamó: "¿Tú estás loca? ¡Yo no voy a perder todo lo que tengo allá!".
Cuando vivía aquí se consideraba fidelista, ahora, dice que no le interesa la política.
Pero con sus 76 años, se compara con los de su generación que se quedaron en la Isla, entiende el significado de "una vejez digna y segura", y lo que le esperaba con su retiro de oficinista.

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