Una Simple Historia
A finales de la década de cincuenta yo era uno de los jóvenes mejores vestidos de La Habana.
Pilar, mi novia, era una de las jóvenes mas talentosas y bellas de Cuba.
A principios de 1959 estábamos exiliados en Miami, pasando más apuros que un forro de catre.
Sin trabajo, en 1963 fui a las Oficinas del Refugio Cubano a pedir ayuda económica para comer y pagar el alquiler. Me la negaron, nunca supe por que, tal vez por ser batistiano... aunque a los que llegaban nuevos, roncos de gritar viva Fidel, les daban todo tipo de beneficios. C’est la vie.
Pero me ofrecieron dos sobretodos, gruesos abrigos para nuestros hijos de 1 y 3 años de edad y pasajes en avión para Carolina del Sur, donde tal vez podría encontrar empleo.
Allá fuímos en viaje oneroso: vuelo de Miami a Atlanta, caminata por ese descomunal aeropuerto de una punta a la otra, donde nos trataron de robar al bebito en coche, un borracho, un malvado o un traficante; y vuelo ennervioso avión de dos motores a Columbia, todos vomitando hasta aterrizar.
Llegamos a la capital de South Carolina una semana antes de Navidad, nos regalaron juguetes viejos para los niños y en enero me consiguieron un trabajo cobrando seguros en un barrio negro de la ciudad. Caminaba titiritando a la oficina, mientras Pilar en un carrito de grocery (no en BMW) con las criaturas a cuestas, resolvía la compra de pan viejo y latas escachadas, el lavado de ropa y cuanta tarea hogareña fuera necesaria.
Por fin conseguí trabajo de maestro ganando 75 dólares a la semana a lo que sumé otros dos trabajos para mantenernos a flote, mientras mi esposa, al terminar todas las faenas domiciliarias, cosía de noche para ganar unos dólares más. Sobre todo después que creció la familia con una hermosa niña carolinense.
Por fin regresamos a Miami y ya con 16 años de exilio, mucho sacrificio y esfuerzo, compramos una casa en la naciente Kendall y un carro del año. Toyota, por supuesto.
Claro, puedo alargar esta simple historia hasta el final pero no, pierdo mi tiempo, nada logro…
Porque usted, "viajante cubano de tres o cuatro años en el destierro de Miami” (o diez, o veinte) que monta en su Land Rover un plasma TV de 60 pulgadas que compró en Brandsmart para llevar a Cuba entre otras cosas, no debe hablar de lo “duro que es el exilio". Y mucho menos enfatizar que el anhelo más ferviente de su vida esregresar a “una patria libre y democrática”.
Por Dios, tovarich, tenga vergüenza, tenga madre.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Enviar comentarios: