miércoles, 10 de diciembre de 2014

Maravilla Habana o el cínico encanto de la pobreza

Maravilla Habana o el cínico encanto de la pobreza

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Una imagen recurrente de La Habana en la era de los derrumbes revolucionarios.
Por Carlos Cabrera Pérez
La Habana acaba de ser elegida por los votantes de la fundación suiza New7wonder como una de las ciudades maravillas del mundo. ¡Qué alegría! ¡Cuánta tristeza!
La fundación -dirigida por un cineasta- convocó una votación popular, incluidos los cubanos, y la capital cubana resultó elegida junto a La Paz (Bolivia), Beirut (Líbano), Doha (Qatar), Durban (Sudáfrica) Kuala Lumpur (Malasia) y Vigan (Filipinas).
No sabemos los criterios que tuvieron en cuenta los organizadores de la encuesta, pero llama la atención que hayan quedado fuera Barcelona (España), con suficientes valores para ser reconocida como maravilla, aunque parece que una parte notable de los electores se decantaron por las ruinas.
El gobierno cubano asumió la votación como una tarea priorizada y habilitó un número corto para que los usuarios de telefonías móviles enviaran sus mensajes de textos en apoyo a la candidatura cubana, quizás en un esfuerzo para recolocar a La Habana en el mapamundi del turismo y promover la llegada de capitales para su urgente necesidad de rehabilitación integral, excepto algunas zonas.
Convocados a votar
Como tampoco sabemos los intereses que se mueven detrás de New7wonder y los promotores de la iniciativa. Normalmente estas propuestas disfrazan intereses económicos, casi como esas fundaciones que aparecen como entidades sin ánimo de lucro, cuyo objetivo real es el lucro constante.
Lógicamente, el gobierno cubano acogió la noticia con alegría y una buena parte de los cubanos de la isla y del exilio se alegraron y agitaron las redes sociales con la noticia, incluidos aquellos que tienen acceso estable a Internet desde la isla, que lo incluyeron en sus post como la mejor noticia posible.
Hace falta ser cínico o bobo para creer que La Habana actual es una maravilla. Si alguien está aludiendo al antiguo esplendor arquitectónico, pues habrá que recordarle que no es un mérito de la construcción revolucionaria, sino de la sacarocracia cubana y su vocación patriótica al invertir parte de su lucro en la ciudad que los vio nacer.
Alamar es un buen ejemplo de modelo de ciudad castrista y -lamentablemente- sus problemas constructivos son ya iguales o peores que La Habana Vieja, próxima a cumplir 500 años. En esa ciudad de edificios de hormigón made in Yugoslavia viven 97 mil personas, un problema serio a corto plazo.
Estática milagrosa
Recientemente Eusebio Leal, el historiador de La Habana, llamó a tener “valentía” para seguir su obra de restauración de La Habana Vieja, uno de los imanes de la capital cubana para el turismo extranjero.
Una ciudad insalubre, con apenas transporte público, con miles de personas alojados en albergues, tras sufrir el derrumbe de sus casas,  mendigos visibles en casi todos los barrios, mal iluminada y donde hasta las propias autoridades han creado la categoría de “edificación en estática milagrosa”, difícilmente pueda ser catalogada de maravilla.
No faltarán los que achaquen al “criminal bloqueo yanqui” las mermas en la cosecha de ají guaguao, pero quizá con haber dedicado un 2% anual del presupuesto nacional en materia de construcción y otro 3% de los presupuestos de la propia Habana en el mantenimiento y rehabilitación de la ciudad, habría evitado los actuales problemas de masificación y pobreza.
Devolver a La Habana su esplendor -como ocurrió en el viejo San Juan (Puerto Rico) o en Cartagena de Indias (Colombia)- requiere un esfuerzo financiero inalcanzable para las arcas cubanas, exhaustas por razones conocidas.
Mendicidad y sobresaltos de corrupción
Ojalá que La Habana fuera una maravilla para alegría y bienestar de todos sus habitantes. Pero hoy La Habana es una ciudad triste, sucia, oscura y desorganizada. Ya sabemos que en Haití y en Sierra Leona están peor -que incluso en Estados Unidos y Europa hay mendigos- pero a mí me duele La Habana, donde hubo una revolución para acabar, entre otras cosas, con la mendicidad.
Lástima que una parte de la restauración de La Habana Vieja se haya hecho con mendicidad disfrazada de donaciones, con sobresaltos de corrupción en ambas orillas, y no con el potencial productivo que tiene el capital humano de Cuba; con arquitectos, ingenieros y urbanistas capaces y sensatos, pero supeditados a la consigna política y al extranjero de turno, que se cree profeta en tierra ajena e intenta amasar fortuna con las desgracias habaneras.
Mientras llega la maravilla de una ciudad iluminada, organizada, con un servicio de transporte público eficaz, con un sistema de recogida de basuras homologable a los mejores del mundo y otros pequeños detalles que hacen la vida más fácil a las personas, acostumbrémonos a que de cuando en vez aparezcan cínicos y bobos empeñados en que la pobreza es muy fotogénica.

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