A continuación enviamos un análisis de Enrique Sáenz, Diputado en la Asamblea Nacional de Nicaragua .economista y abogado titulado: Una Cumbre de varias caras, sobre el papel de la VII Cumbre de las Américas en Panamá como escenario de " realidades existentes y procesos en marcha."
Mientras la prensa internacional se enfocó en los actores centrales Barack Obama y Raúl Castro, y a pesar de las intransigencies de la delegación oficialista cubana, queda en claro que los gobiernos de Cuba y Venezuela se desmoronan paso a paso cada día más. Cuál naufragará primero, es la pregunta del Dr. Sáenz.
En nuestra opinion, en Venezuela aún existen ciertas libertadas y no exsite todavía un exilio en masa y la separación de la familia como ha ocurrido en Cuba. Venezuela aún no han llegado al debacle revolucionario ni al desastre total económico. El gobierno de Venezuela busca como fortalecer un gobierno obtenido bajo elecciones espurias mientras el régime castrista busca perpetuar su ideologia y legado a traves de un cambio nepotista.
En el juego entra el campo internacional. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea actúan basado en sus respectivos intereses y política exterior.
Queda la OEA en las manos de Almagro. Fidel Castro trató de destruir la OEA en su inicio sin lograrlo a través del famoso Bogotazo cuando su estancia “coincidió” con la IX Conferencia Panamericana en Bogotá,” en 1948. Cincuenta y siete años después su hermano Raúl mientras le daba la mano a Obama, trató de hacer lo mismo en Panamá, a traves de la numerosa delegación oficialista cubana . Primero intentaron impedir por la fuerza el ingreso a la sede del evento de los representantes opositores. Luego intentaron impedir el debate dentro de las salas de reunión. Mas tarde hostigaron a los delegados con actos de repudio para al final tener que "retirarse".
El régimen castrista trató de re-crear el Bogotazo en Panamá pero como bien dice el Diputado Sáenz: la maniobra no les funcionó. Hoy como ayer, ganó la democracia. Esperamos que así continúe en el futuro y los jefes de estados de los países democráticos miembros de la OEA jueguen el papel que les corresponde.
Marta Menor
Una Cumbre de varias caras
Comienzo por afirmar la opinión contraria a quienes sostienen que la VII Cumbre de las Américas es un “evento histórico”. La Cumbre ni inauguró una nueva etapa histórica, ni detonó iniciativas poderosas destinadas a materializarse en el futuro. Aunque sí fue un escenario vistoso para exhibir realidades existentes y procesos en marcha.
Por amplio margen, la noticia que acaparó la atención internacional fue la continuidad del deshielo entre Cuba y Estados Unidos, presentando como actores centrales a Obama y a Raúl Castro. Pero las imágenes y los sonidos únicamente colocaron en ojos y oídos de la teleaudiencia a los protagonistas de un proceso iniciado hace meses. Ni comienzo, ni culminación, la Cumbre solo fue un episodio plástico que no cambió nada. Pero sí otorgó a Castro laureles para reingresar al sistema interamericano sin reclamos por derechos humanos o democracia. Un retorno natural si consideramos que sus congéneres del Alba exhiben tranquilamente su propio expediente de violaciones. Salvo el regreso triunfal de Castro a La Habana, posibilitado por el protagonismo que se le otorgó… ¿Cuál es el cambio?
La siguiente noticia fueron los desplantes trasnochados de Maduro, alentado por el decreto de Obama que declara a Venezuela como amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. Frente a semejante amenaza la potencia norteamericana impuso sanciones a siete funcionarios venezolanos de segundo nivel. Ante los agobios por la crisis política, económica y social venezolana, las sanciones representaron un tanque de oxígeno para Maduro pues le permiten distraer la atención interna e internacional y encontrar un pretexto para sus peroratas patrioteras. Así, presentándose como víctima de una “salvaje agresión imperialista” pudo obtener expresiones de solidaridad latinoamericana, no solo de sus compinches del Alba.
Sin esa medida es fácil imaginar la presión política y mediática que habría recaído sobre Maduro por los prisioneros políticos y en demanda a elecciones libres. Y seguramente la segunda noticia de la Cumbre sería la declaración de los expresidentes latinoamericanos que exigieron acabar con el “silencio complaciente” sobre Venezuela, y su impacto mayor. Pero Maduro también regresó con aires de triunfo a su país… ¿Cuál es el cambio?
En todo caso, lo que sí es una dinámica en curso, es el progresivo desmoronamiento de los regímenes prevalecientes en Cuba y Venezuela. Solo es discutible cuál naufragará primero.
La Cumbre, por otra parte, reflejó las diferencias existentes a nivel interamericano. La falta de consenso sobre una declaración política conjunta es la evidencia más contundente. Mientras, quedaron anuladas por el torbellino mediático las convergencias, tales como el reconocimiento de las desigualdades sociales, como principal problema de la región. Y que una de las vías imperativas para superarla es mejorar la educación. Ciertamente, es una realidad resabida pero es destacable que se reconozca a nivel presidencial.
Finalmente, la Cumbre estuvo marcada por la internacionalización de la intolerancia castrista.
¿Cómo se produjo esto?
El nuevo ambiente de las relaciones con Estados Unidos obligó al gobierno de Castro a autorizar la salida de representantes de organizaciones opositoras al régimen, quienes fueron admitidos como participantes en los encuentros de juventud y de sociedad civil, convocados en el marco de la Cumbre. Para contrarrestar esa presencia, el gobierno cubano movilizó casi un centenar de organizaciones partidarias, que asistieron como representantes de la sociedad civil cubana. Inexplicablemente fueron inscritos en una proporción aproximada al veinte por ciento del total de participantes. Estaban por todos lados.
La portátil cubana, organizada para cumplir un papel predeterminado, primero intentó impedir por la fuerza el ingreso a la sede del evento de los representantes opositores. Más tarde, al interior de las salas de reunión, intentaron impedir que se realizaran o avanzaran los debates, particularmente en las mesas de gobernabilidad y participación ciudadana. Fracasaron en su intento porque su agresividad tuvo un efecto adverso: aún aquellos representantes latinoamericanos que no tenían posiciones en contra del régimen cubano, terminaron enfrentados a la intolerancia castrista. Así, cultivaron su propio aislamiento y el resto de representaciones pudieron alcanzar acuerdos consensuados, como el de promover la constitución de un mecanismo —un Relator— en la OEA destinado a tutelar la Carta Democrática.
Por último, intentaron bloquear que los acuerdos adoptados se presentaran a los presidentes. A pesar de las agresiones verbales, incluso físicas, tampoco lograron su propósito.
A los lectores les resultará fácil imaginar la conducta castrista. Es la mismísima que hemos padecido con las turbas orteguistas: gritos, ofensas, consignas y después agresión física. Así, mientras en los escenarios presidenciales Castro mostraba un rostro bonachón y condescendiente, adentro sus turbas exhibían intolerancia, agresividad y violencia. ¿Cuáles son las razones de ese doble juego? Ellos lo sabrán. Pero la maniobra no les funcionó.
La participación nicaragüense fue notable y efectiva. Los representantes de la sociedad civil, parlamentarios y organizaciones políticas que asistieron trabajaron unidos exponiendo las realidades del país, explicando las amenazas del proyecto del canal e incidiendo en el equilibrio de los contenidos, además, lograron establecerse nexos de solidaridad con organizaciones similares. No está demás decirlo: también se aportó experiencia en cómo enfrentar los embates de turbas. En definitiva, se logró ensanchar la brecha para el trabajo en el campo internacional. En el caso de Ortega lo más notorio esta vez no fueron sus desplantes acostumbrados, sino lo que calló: no mencionó una palabra sobre el cuento chino del Canal Interoceánico.
Sin duda, el gran ganador de la Cumbre fue Panamá —Gobierno, presidente y país—, cuya imagen resultó fortalecida como una sociedad abierta y una economía próspera.
El autor es diputado MRS en la Bancada del PLI.
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