El nuevo arzobispo de La Habana busca que la Iglesia Católica crezca
En los años 70, cuando el Gobierno cubano se ufanaba del ateísmo en la Isla y miles de jóvenes abandonaban la fe, el joven padre "Juanito" desafiaba al régimen y salía por los lodosos pueblos de provincia con boletines impresos por él mismo, dando catequesis en los hogares que tímidamente no le cerraban la puerta.
En un ambiente crispado contra las religiones, el recién ordenado sacerdote fue tolerado gracias a su temperamento reflexivo, de escasas palabras pero firme, y que escuchaba sin confrontar. Esa habilidad le sirvió también cuando, convertido en Obispo de Camagüey, inició una labor que combinó la atención a las embarazadas o ancianos con cambios en los recorridos de las procesiones para que abandonaran las bonitas calles y se internara en zonas populares.
Ahora monseñor Juan de la Caridad García, convertido desde hace un mes en el nuevo arzobispo de La Habana, la diócesis más importante de Cuba, estará a cargo de negociar con el Gobierno, mientras se espera que su labor fortalezca a una iglesia con poca feligresía, pero tan poderosa diplomáticamente como para haber sido parte del acercamiento entre el régimen y Washington.
En más de una docena de entrevistas con la AP, quienes conocen al sacerdote dijeron que espera que haga la Iglesia Católica más cercana a la gente y sus necesidades.
Muchos de quienes lo recuerdan de sus tiempos en Camagüey ofrecen un retrato de un hombre disciplinado y entregado a la labor pastoral, más que a los enredos palaciegos que ocupan las grandes arquidiócesis como La Habana.
"Es un incansable trabajador y no en lugares cómodos, sino en unos intricados y difíciles", dijo a The Associated Press, Maribel Moreno, secretaria y archivista del arzobispado de Camagüey.
Moreno lo rememora hiperactivo, orando desde el amanecer y ocupándose de enviar cartas a los niños que participaron en una procesión, o buscando una lista de embarazadas para entregarles ayuda o brindando su toalla para que voluntarios bañen a un alcohólico.
Pero en la Arquidiócesis de La Habana, que incluye la capital de 2,2 millones de personas y cubre también las provincias de Mayabeque y Artemisa, rodeado de una mayoría afroreligiosa o evangélica, sede de los poderes y de las más visibles tensiones políticas, la situación no será sencilla.
"El talante va a ser eminentemente pastoral, aunque haya que llevar los asuntos diplomáticos, políticos. Aquí lo que hay es que evangelizar noche, mañana y tarde", dijo el padre Ignacio Zaldumbide, compañero desde la juventud de García.
Más todavía, cuando García se convirtió en el sucesor del cardenal Jaime Ortega, al frente del Arzobispado por tres décadas, y quien recibió a tres papas, navegó por las aguas del acercamiento del Gobierno a las religiones en los 90, negoció la liberación de presos políticos opositores y tuvo un papel en el histórico deshielo entre Estados Unidos y el régimen en 2014, tras cinco décadas de tensiones y Guerra Fría.
Pero también Ortega se ganó la animadversión de disidentes y exiliados cubanoamericanos al reconocer los supuestos logros de la Revolución cubana, al tiempo que exigió más espacio social para la Iglesia.
Observadores destacaron el manejo que Ortega, el único cardenal de la Isla, tiene de la alta diplomacia y su facilidad para moverse entre la elite de laicos y religiosos que se codean con el poder.
En sus años de mandato, Ortega asistió a recepciones de los países claves como Estados Unidos, galas culturales, dio viajes al extranjero para participar en seminarios de universidades y ofreció entrevistas a los principales medios de prensa.
Por el contrario, con su hablar pausado, conciso, en voz un poco monocorde, García se vio más cómodo dando misa en la parroquia de Jaruco, en la provincia de Mayabeque, a la cual la AP asistió un domingo y donde regaló caramelos a los niños e hizo bromas sobre los borrachos que comulgan una vez cada 40 años; que en la elegante Catedral de La Habana en la cual tomó posesión como arzobispo en abril en medio de la pompa de las personalidades del país.
"Claro, hay muchos asuntos que continuar. Pero no voy a empezar de cero, ya los obispos anteriores y el cardenal Jaime Ortega han hecho muchas cosas", dijo García a la AP, luego de esa misa en Jaruco. "La Iglesia vive el Evangelio, anuncia el Evangelio, denuncia lo que está mal en orden a que progrese".
El estilo llano contrastó con el del extrovertido y polémico Ortega, quien además de ser cardenal, una de las máximas figuras dentro de la Iglesia Católica, se quedará a vivir en un exseminario en La Habana.
"Un escenario posible es que Jaime (Ortega) podría llevar las relaciones más políticas con el Estado que conoce bien y el nuevo arzobispo dedicarse a la reconstrucción de la Iglesia", comentó Enrique López Oliva, profesor de historia de las religiones de la Universidad de La Habana.
El padre Zaldumbide preferiría que Ortega deje a García desarrollar su misión con un sello propio. Y el propio García defendió a su predecesor.
"Creo que el cardenal hizo mucho bien", dijo García en su entrevista con AP. "Se tiene una imagen en algunos lugares un poco negativa de él y es falsa. Voy a continuar lo que él hizo".
Tampoco pareció temer las críticas de los opositores al Gobierno que por años exigieron a Ortega que presione un cambio de modelo político cubano.
García explicó que no quiere que "haya un capitalismo ni nada por el estilo, sino que el socialismo progrese" para ir "hacia adelante en una sociedad justa y equilibrada y de hermandad".
Nacido el 11 de junio de 1948 en Camagüey, García fue el primogénito de una familia de seis hijos de un matrimonio de creyentes pero no militantes del catolicismo.
A contracorriente del camino que muchos jóvenes tomaron de apoyar a la Revolución tras su triunfo en 1959, García no se sumó al proceso sino que profundizó su fe para ser ordenado sacerdote en 1972.
Antes de ser nombrado obispo auxiliar de Camagüey en 1997 y arzobispo de esa diócesis en 2002, el entonces padre "Juanito" pasó por parroquias rurales donde no temía subirse a un jeep destartalado para hacer catequesis "cuando la misión en Cuba era como un sueño, porque había que tener cuidado al salir de las paredes del templo", rememoró el padre Zaldumbide.
Desde los 60 el enfrentamiento parecía no tener remedio cuando incluso la propia Iglesia tomó partido contra las autoridades y algunos sacerdotes usaron los púlpitos para arengar contra el Gobierno de Fidel Castro.
Cada uno a su tiempo, Ortega y García comprobaron en carne propia algunas asperezas del modelo cubano.
Ortega fue enviado por meses a un campo de trabajo que compartía con desafectos a la Revolución en los 60, mientras García vio morir a su padre en prisión a finales de esa década de un ataque al corazón, luego de ser acusado por un accidente ferroviario al parecer poco claro.
Sin embargo, al igual que en el caso de Ortega el incidente no hizo mella en la relación entre el prelado y el Estado.
"Siempre hubo personas fieles que se quedaron a pesar de las grandes dificultades al inicio de la Revolución. Uno puedo ir caminando, conversando y mirando hacia adelante", dijo García a la AP. "No se puede vivir en el pasado".
Por el contrario, en los tiempos en que le tocó negociar espacios para la Iglesia en Camagüey, el diálogo se desarrolló con fluidez.
"Juan como cualquier otra persona puede tener una opinión sobre este proceso, la tiene, pero no va a contar en su labor como arzobispo porque él se sabe arzobispo de la Iglesia que no está para legitimar procesos sociales", expresó a la AP el diácono Miguel Ángel Ortiz, director de Cáritas en Camagüey, quien fue el enlace entre García y las autoridades.
García tendrá que timonear una situación diferente a la que le tocó a Ortega, en un contexto de país sumido en reformas económicas y en medio de un deshielo iniciado con Estados Unidos.
"Monseñor García tiene, además, el reto de poner a la Iglesia habanera (y a la cubana) en plena sintonía con las directrices del nuevo Pontificado de Francisco", explicó el laico y analista político Lenier González, quien codirige el centro de estudios Cuba Posible, en relación a lograr que la institución religiosa sea más cercana a la realidad de la gente.
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