jueves, 30 de junio de 2016

Una buena lección de economía

Una buena lección de economía

El pasado 18 de junio empecé mi dieta diaria de publicaciones cubanas y hubo un artículo enJuventud Rebelde que reclamó mi atención. El titular enunciaba: "Nadie está por encima del talento colectivo". El reportaje era sobre la discusión en el Pleno 100 de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) de los acuerdos del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). La autora volvía sobre las mismas frases de que para hacer próspera y sostenible la economía socialista había que aumentar la productividad, hacer uso racional de los recursos y dar participación a los jóvenes en las "trasformaciones de la sociedad cubana". Y en una rocambolesca oración escribía que esa transformación debería ser sin comprometer el futuro: "Mucho menos cotejar la pirámide invertida de la que tanto renegamos, porque no remunera siempre a cada cual según su trabajo".  
    
Además de una ser una excelente muestra de mala redacción —cada cual escribe como vive—, la autora trata de conducirnos por seis horas de "análisis minucioso" sin que logremos descubrir cómo sugieren aumentar la productividad, o sea,  lograr más a menos costo; hacer uso racional de los recursos, que es ahorrar sin poner en riesgo la producción y la calidad; y dar participación a los jóvenes cuando la dirigencia política del país, quienes en verdad toman las decisiones, hace buen rato están en edad de jubilación. 
Según el artículo, numerosos especialistas y centros de investigación estuvieron en la elaboración del documento sobre el cual se discute.  Pero más adelante parece que son los trabajadores y no los científicos los que tienen la última palabra sobre los Lineamientos, pues la autora  escribe que los dirigentes habían reconocido a los trabajadores como los que conocen mejor que nadie el funcionamiento de los "talleres, las empresas, la minas". Y aquí otra frase que no tiene desperdicio como acertijo del idioma: "El lenguaje y los códigos para poder enriquecer los textos presentados luego de que en sus centros laborales se analicen".   
Pero lo verdaderamente alucinante es que la periodista escribe que quien hizo las conclusiones dijo que "nadie está por encima del talento colectivo". 
¿Nadie? ¿Ni el Máximo Líder? Pero, ¿existe el "talento colectivo"? ¿Cómo se "conceptualiza" eso? ¿Es lo que llaman "lluvia de ideas" o brainstorm en inglés? Y de ser así, ¿esta vez harán caso los líderes comunistas al huracán de grado cinco que sienten los trabajadores cubanos, y no a los dirigentes del centésimo pleno de la CTC? 
Sin perdernos en muchas definiciones doctas sobre qué es el talento y si este puede tener una expresión colectiva, lo más interesante de la reunión es como en seis horas se pueden discutir, si cabe el término, asuntos vitales para los trabajadores cubanos —para y por quienes se supone hecha la Revolución Socialista—, y no hay sola palabra original, una idea que no se haya repetido cientos de veces, un acuerdo que haya sido cumplido mínimamente en más de medio siglo. Todo ese lenguaje incomprensible, contradictorio, de altiva incoherencia encierra la voluntad de no cambio, de persistir en el error.     
Nada mejor tras una lectura tan provechosa para darse uno cuenta de lo acertado de ciertas decisiones que salir a dar una vuelta por el barrio. En ese paseo, de pronto choqué con un enorme y recién construido puesto de vegetales y frutas frescas. Hace unas semanas era un pequeño expendio. Como si fuera el hijo de un vecino, lo vimos ir creciendo desde que vendían sus productos en carretillas al borde de la calle. Después pusieron una tarima. La techaron. Hicieron espacio dentro para carros y camiones, y siguieron creciendo.
Lo atiende una pareja de jóvenes cubanos que llegaron hace apenas cinco años. Hablan poco inglés, lo necesario para salir adelante en un Miami multicultural. Cualquier día, de domingo a domingo, desde el amanecer hasta que oscurecía, bajo lluvia y sol, allí estaban ofertando productos frescos. Era una apuesta temeraria. Sinceramente, pensé que no iban a sobrevivir en un barrio de clase media en las afueras del Gran Miami, con tantos buenos mercados norteamericanos alrededor, precios y productos de calidad. Probablemente pidieron dinero al banco para tan grande inversión. O buscaron un asociado.
La cola es enorme, pero nadie se va —el supermercado "americano" está a solo unas cuadras. Adentro hay suficiente espacio para decenas de personas. Miro al lado, donde está todavía la primera tarima, desvencijada, superada por esta enorme estructura de techo de guano y horcones firmes que recuerdan nuestra Cuba. Es un buen recuerdo. El pasado que ha permitido llegar hasta aquí. Alguien pregunta al muchacho si va a cobrarle el mazo de perejil; el ríe y dice: "Llévatelo, mañana te lo cobro con otra cosa". Una señora averigua si están haciendo comida para llevar, y la muchacha, que no tendrá ni 30 años, dice que pronto abrirán la cocina.
Y llegado mi turno, antes de pagar, lo felicito, me alegro de cuánto han logrado en tan poco tiempo. El joven dueño, sin dejar de pesar y revisar la mercancía, contesta que han sido años duros, sin parar, sin descanso. Yo lo sé; lo he visto con mis propios ojos. Cobra, y añade: "Gracias a ustedes, también, por preferirnos a nosotros".
De vuelta a casa, voy pensando en el artículo de Juventud Rebelde. En los muchísimos ejemplos de quienes, con suerte, preparación y duro trabajo, han logrado llegar más allá de sus sueños. Este es un país de oportunidades. Pero no las puedes desaprovechar. Hay que conquistarlo. Y esas conquistas son las que permiten que otros tengan más oportunidades. 
Pudieran invitar a la pareja de jóvenes cubanos a discursar en el próximo pleno de la CTC. No harían falta seis horas. Ellos han levantado un negocio donde hubiera sido casi imposible progresar y tendrían que decir —acaso, porque quien habla mucho, trabaja poco— que por encima del "talento colectivo" siempre está el sacrificio y la libertad individual.        

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