Vagabundos en Guantánamo: 'El número crece y el Gobierno calla'
"Cada vez son más y en Gobierno trata de ocultar su existencia", dice una joven ama de casa. "Hasta los llaman de una forma delicada, personas deambulantes. No sé a quién quieren engañar", comenta mientras espera para entrar a la pizzería La Veneciana.
Muchos vagabundos viven en las calles porque no tienen familia a la que pedir ayuda, otros están visiblemente alcoholizados.
"Mi mamá tiene un rancho que posiblemente esté en peores condiciones que esto donde me refugio ahora", dice Joel Samillón, quien cree que pasará el resto de su vida como indigente. "Con ella vive un hermano mío que está casado y, como a mí no me gusta molestar, me tiré para la calle con una mochila, a luchar", añade.
"Lavo mi ropa en el río y de paso me baño. Llevo casi dos años durmiendo donde me coja la noche, aunque generalmente lo hago frente a la estación de bomberos que está en el centro de la ciudad", indica.
Benigno García Cobas, otro vagabundo, pasa las tarde en el parque José Martí.
"Duermo en los corredores de la ciudad en busca de abrigo y subsistencia. Me la paso recogiendo vasitos, laticas de cerveza o refresco, una botella. Así me busco mi dinerito para comer", señala.
Los vagabundos tienen "casi nula capacidad de acceder a los recursos básicos para satisfacer sus necesidades elementales como la subsistencia, protección, afecto, participación, ocio", advierte una psicóloga bajo condición de mantener el anonimato.
"Estas personas no ejercen sus derechos como seres humanos ni como ciudadanos y son víctimas de exclusión social, al no poder insertarse en una serie de procesos (trabajo, salud, familia, educación, ingresos, entre otros) que les permitirían mejorar su calidad de vida", agrega.
Odalis Urgellés se refugia en las calles y en el alcohol desde la muerte de su pequeño hijo. Vende lo poco que le queda para sobrevivir. "A veces tengo que vender una ropa de las que aún conservo para poder alimentarme", dice esta mujer que asegura haber sido psicóloga.
Comer es justamente uno de los principales problemas para los vagabundos en un país en constante crisis.
"Hace aproximadamente 19 años que vivo rodando en la calle y hay días que no almuerzo, como por ejemplo hoy", afirma un hombre de 70 años de edad.
La mayoría de los sin hogar entrevistados coinciden en que los comedores a precios subsidiados para personas de más de 60 años de edad son un alivio, "aunque a veces ni para eso tenemos dinero".
Un empleado de unos de estos comedores explica que "el precio de la comida, por lo general, es de un peso con algunos centavos en moneda nacional y en ocasiones menos".
El plato que reciben los comensales puede incluir arroz, frijoles, picadillo y a veces pollo o carne de cerdo, detalla.
"Se le vende comida a quienes designan los trabajadores sociales y a los autorizados por los delegados de Circunscripciones", precisa y confirma que es frecuente la afluencia de mendigos.
Pese a la dura vida que llevan, varios de estos vagabundos aseguran que no reciben ayuda del Gobierno.
"Mira cuantos locos hay por ahí y no le dan ayuda a ninguno. El Estado jamás me ha brindado ayuda. Te dicen una cosa y es otra. Esto aquí no va a cambiar nunca y mucha gente sufre en la calle por la situación que se está viviendo, pero aquí estamos", concluye Odalis Urgellés.
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