La incuestionable escasez
"Yo veo que hay de todo", dice en su español machucado. "Aquí la gente está gorda, siempre alegre, bebiendo, bailando."
También discutieron con fervor sobre el controvertible tema de la carencia los colombianos Pedro Peña y Henry Carnavali, aprendices de cineastas que filmaron en el mes de diciembre una película con escenas en Jaimanitas y contaron que nada les faltó para realizar su trabajo. "Incluso encontramos novias", agregan, "pensamos casarnos y llevárnosla para Bogotá".
Lo dudan los turistas, que disfrutan las bondades de esta isla y no creen que el pueblo carezca de nada. Demostrarles la penuria puede ser tarea vana si uno sale a la calle y lo primero que encuentra es a un borracho, con la botella en la mano y tremendo fandango, a pesar de ser un lunes cualquiera, de mañana. O ves a una hermosa chica que amaneció "luchando" y regresa a su casa con la jaba llena. O notas a la comunidad en pleno, los sábados, repleta de jabas, tras la "caza" de lo que aparezca en la feria.
En un pueblo de pescadores como Jaimanitas, el único producto marino que se encuentra fácilmente son "las croquetas del Mercomar". Los pargos, las rabirrubias, las agujas y los casteros han quedado en la memoria de los viejos pescadores, que cuentan sus hazañas con nostalgia de un tiempo pasado.
La batida de los inspectores estatales durante el año pasado contra los carretilleros, el cierre del centro de acopio mayorista El Trigal y el tope a los precios, han dejado al pueblo esquilmado. La única carretilla sobreviviente está situada en Tercera A y este miércoles pasado vendía solamente plátanos burros, naranjas y boniatos. La gente caminaba por las calles como zombis, quejándose por la falta de calabaza, yuca, zanahoria, habichuelas, col, cebolla, ajo…
En un recorrido por las dos tiendas que venden en divisas, comprobamos que no había frazadas de piso, pasta dental, sombrillas, detergente y papel sanitario. Encontré en la tienda TRD, de la calle Séptima, a un matrimonio que protestaba porque habían caminado media Habana y no hallaron culeros desechables, ni palanganas, ni colonia para bebés, tampoco talco. La mujer tenía siete meses de embarazo, se alistaban para la llegada del niño, pero andaban preocupados porque habían comprado una cuna, de uso, y faltaba el colchón. Hablaron de entrar a Revolico, un sitio web donde se vende de todo, para ver si allí lo encontraban.
En la puerta de la tienda "El Caracol", de la calle Primera, entrevisté a una señora que acababa de comprar una casa y la estaba habilitando. Manifestó que le resultó difícil encontrar muebles adecuados, porque todos estaban enormemente caros. Pero le era imposible hallar estropajos de fregar, extensiones eléctricas y una antena de televisor. Según sus palabras, ni siquiera en el mercado negro pudo encontrarlo. Fue a "La Cuevita", donde le dijeron que todo aparecía, pero ni allí.
"La escasez se vuelve relativa al hablar de las clases sociales", comenta Federico, un barbero de la localidad al que le gusta filosofar. "Mucha gente en Cuba nunca supo qué fue el Periodo Especial, ni qué es la crisis actual, donde el salario no alcanza. Unos son la gente de arriba y otros los que tienen negocios particulares o trabajan en firmas extranjeras. A ellos no les falta nada. Tampoco a los turistas, que vienen unos días, gozan y se van contentos. Diles que vivan un mes como el pueblo y verás cómo chillan. El gran problema es que hay otro tipo de escasez, que no es material: la pérdida de valores, la falta de civismo, la poca voluntad productiva y, sobre todo, la ausencia de democracia. Eso son los motores que hacen andar a un país, para que no falte nada".
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