martes, 18 de octubre de 2016

Montañas de Baracoa en el nuevo paisaje mediático

Montañas de Baracoa en el nuevo paisaje mediático


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Baracoa devastada tras el paso del huracán Matthew. (DDC)
Pese a las distracciones gráficas que algunos agitan —banderitas, escarapelas, fotos de grupo, selfies en el mirador—, en Baracoa solo hubo una inconveniencia política, un crimen: la detención de una decena de periodistas. Lo demás no hay que atenderlo ni juzgarlo; es viñeta, no historia.
Todo se hizo según la lógica de la misma censura, pero con recursos extremos: calabozo,
incomunicación, arresto domiciliario, carro-jaula. El incidente se recordará por su desbordamiento. Estrenó Baracoa, cuando nadie esperaba el exceso, la violencia policial contra los jóvenes periodistas, los medios emergentes, las nuevas fórmulas que experimenta una zona de la prensa cubana en su necesidad de rozar la agenda pública. Baracoa, "la primera en el tiempo", también nos concedió esta primicia de una nueva fase en la estrategia para silenciar a medios y autores que hasta ahora gozaban de una tolerancia aparente, de una calma apenas interrumpida por algún consejo, por alguna advertencia.
Ninguno de los detenidos era un agitador. La ciudad estaba agitada por sus propios conflictos y fuimos a documentarlos. Sentíamos —tengo la convicción de este plural— la necesidad de contar mejor, hasta prolijamente, las circunstancias de la gente de Baracoa bajo Matthew. Me consta —podrá corroborarlo la policía si oye con paciencia las horas de grabación que confiscó—, cómo la gente recibió a un periodista, ávida de contar sus peripecias en el mejor estilo baracoense. Si juzgan con paciencia las decenas de fotos que no publicaré, advertirán el parentesco con las imágenes aparecidas en la prensa oficial. No hice fotos aéreas, eso sí. Mucho close-up encuadré durante los dos días que conseguí trabajar. La ciudad del viernes, la ciudad del sábado, hacía fuego para cocinar en las calles, dormía a la vista de sus desnudas soleras.
A mí me arrestaron con la grabadora encendida. Iba con la laptop bajo el brazo, a darle carga en una panadería recién reabierta. Me detuvieron mientras conversaba con la presidenta de un CDR y un niño me contaba que Raúl Castro pasó rodeado de militares, camino del Turey o Mabujabo, y les dijo adiós.
La Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) publicó un editorial agresivo tras el incidente. No se refirió a los arrestos, como si no tuviera afiliados entre los detenidos. Hilvanó la justificación de la violencia, las razones del calabozo, sin aludir al hecho mismo. Granma, con la misma inspiración, barajó apuntes de su discurso, pontificó sin decir bien de qué, otra vez evitó a la opinión pública cubana el compromiso de enterarse. Ni una historia ad hoc pudieron contar, pues la viñeta se les da mejor.
Si el gremio periodístico obrara con autonomía, la violencia de Baracoa catalizaría el debate sobre la ley de prensa en Cuba. Periodismo de Barrio es, en la práctica, una cooperativa. Y al que le guste más andar de judío errante o no tenga otro remedio que salir solo, como yo, le toca su parte de legitimidad. De cualquier modo, y precisamente porque nada hay regulado, la policía de Baracoa tanteó, caviló, acabó inventándose falsos delitos, al menos para mí. Esta es la dimensión del crimen de Baracoa contra la libertad de expresión: hay que apelar a un delito que no existe, hay que usar la disuasión de las rejas, hay que imponer la incomunicación al preso y a sus lectores; la dimensión inverosímil.
Algunos han hablado de Estado de excepción. Si lo hubo, es inconstitucional. No se decretó como corresponde ni se hizo público. Tampoco ningún código jurídico respetable consiente que la situación límite justifique las violaciones de derechos humanos. Reconozco que mi experiencia era patética, enajenada de la vida carcelaria. Cuba vive en excepción permanente con respecto a sus facultades para fabricar enemigos públicos.
Las detenciones de Baracoa —consigo distanciarme un poco de mi propio cuerpo en el calabozo y va aclarándoseme el contexto—, se relacionan con la campaña de los últimos meses contra medios emergentes, periodistas autónomos, y sus discursos incluso serenos, razonados, moderadamente críticos. Discursos que a veces parecen de bocado puesto, contenidos por hábiles estrategias para evitar la confrontación franca. No obstante, acaso estas detenciones masivas solo pudieron ocurrir allí, donde aún no llegan con la fuerza de Matthew las fórmulas periodísticas que ya trastornan el paisaje mediático cubano.

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