jueves, 2 de julio de 2015

Asesinar por una vivienda

Asesinar por una vivienda

Se incrementan los hechos de sangre al interior de las familias, muchos relacionados con los derechos de propiedades
miércoles, julio 1, 2015 | Ernesto Pérez Chang
Un panorama habitual en el Reparto Eléctrico, sea o no Semana Santa (foto de archivo)
Un panorama habitual en el Reparto Eléctrico, sea o no Semana Santa (foto de archivo)
LA HABANA, Cuba. -Una hija asesinó a la madre, la desmembró con la ayuda del novio y luego la dio por desaparecida para poder heredar el humilde apartamento en un barrio marginal donde ambas vivían. Pareciera la trama de una película de terror pero es una historia real que conmovió hace apenas un año a la comunidad del Reparto Eléctrico.
No era la primera vez que yo escuchaba una noticia tan escalofriante como aquella, sin embargo, más que la consanguinidad entre la víctima y la homicida, el móvil del asesinato era lo que acentuaba el absurdo, lo demencial, mucho más cuando en las calles, mientras se comentaba el crimen, surgían anécdotas igual de perturbadoras sobre conflictos familiares relacionados con las dificultades para agenciarse un lugar donde vivir.
Antes y después de aquel sangriento episodio, supe de otros similares y, según asegura Orlando Asdrúbal, abogado que ha seguido varios casos en el municipio Arroyo Naranjo, se incrementan los hechos de sangre al interior de las familias, todos relacionados con los derechos de propiedad de las viviendas.
Aunque siempre no arrojan desenlaces fatales, este tipo de litigios ocupa casi la mitad de los casos que se ventilan en los juzgados: “Hermanos contra hermanos, hijos contra los padres, y siempre es por un cuarto, por heredar un bajareque, un terrenito, por cuatro pesos. Demasiada violencia, eso es lo que trae la pobreza cuando no tiene remedio y la desesperación. Ese es uno de los platos fuertes de los tribunales cubanos. Cuatro de cada diez casos tienen que ver con la vivienda”, afirma Orlando.
Amado Ibáñez, vecino de Centro Habana, con decenas de anécdotas nos ilustra cómo cada vez son más frecuentes los hechos de sangre relacionados con la vivienda donde están involucrados familiares que han compartido el mismo espacio durante años: “Por aquí mismo, en esta calle, todos los días hay una trifulca y para nada tienen que ver con pandillas ni con la droga ni la guapería, esas son las menos frecuentes. La mayoría son por un hermano que quiere botar a otro de la casa o por un chiquillo que quiere dividir un cuarto que es del padre o del tío, y todo eso es a veces a machete limpio”.
Sucesos violentos como esos a los que se refiere Amado son los que, por tremebundos, llegan a oídos de todos. Sin embargo, existen otros que pasan inadvertidos debido a su carácter cotidiano, más en el actual ambiente político-económico donde los ancianos son clasificados como una carga social, como un obstáculo para el desarrollo, aunque, paradójicamente, ese discursillo subliminar provenga del discurso de nuestros ancianos gobernantes.
Por los testimonios que uno puede escuchar en la calle, de boca de vecinos, amigos y colegas de trabajo se puede intuir que en Cuba muchas personas ancianas, cuyo único bien heredable es el humilde hogar familiar, mueren víctimas de lo que pudieran ser considerados como “asesinatos solapados”, la mayoría de las veces a manos de sus propios descendientes.
Hace poco, mientras viajaba en un ómnibus, pude escuchar la conversación de dos mujeres. Una le contaba a la otra sobre lo tormentoso que era compartir la casa con el anciano padre, que sufría de una diabetes muy avanzada y de episodios de demencia senil. Mientras una detallaba las cosas que hacía o dejaba de hacer para acelerar el fallecimiento del enfermo (lo dejaba solo durante la noche, lo alimentaba con una dieta no adecuada y hasta dejaba de administrarle los medicamentos), la otra, sin asombros, aconsejaba sobre los trámites que debía hacer para declararlo incompetente, ingresarlo en una institución de salud y heredar la propiedad que era simplemente un pequeño apartamento de una sola pieza. La macabra operación era narrada a viva voz como si se tratara de un inofensivo plan para exterminar cucarachas.
Más cercano a mi ámbito personal, he conocido de vecinos que han fallecido en el más cruel abandono por parte de los familiares sin que ninguna institución gubernamental se ocupe de investigar en profundidad lo sucedido, y sin que exista un mecanismo legal para denunciar estos casos en que se intuye que, tras la supuesta negligencia, se esconden verdaderos actos de asesinato premeditado.
En el actual ambiente político-económico donde los ancianos son clasificados como una carga social (foto del autor)
En el actual ambiente político-económico donde los ancianos son clasificados como una carga social (foto del autor)
Un médico del policlínico del Reparto Eléctrico, del que nos reservamos su identidad, asegura que en los últimos años han aumentado los casos de muertes de ancianos o personas enfermas por indolencia de los familiares y que, debido al poco interés que muestran las instituciones que debieran atender este fenómeno, resulta muy difícil evitar estas tragedias: “No hay modo de saber si el familiar está actuando por ignorancia o si la mala atención es a propósito. Yo siempre me inclino por lo segundo. Si, como familiar, te haces responsable de un enfermo, debes hacer las cosas tal como el médico te indica, pero es que al final no puedes reclamarles nada porque ni los hospitales ni los asilos son capaces de brindar una atención mejor. (…) Yo he tenido varios casos donde es evidente que ha habido un asesinato, ¿pero cómo lo pruebo? Y no solo eso, ¿cómo sé que me van a hacer caso en la policía? Y lo peor, me busco que vengan y me den cuatro puñaladas por acusar de algo que no puedo probar rotundamente. (…) Yo he tenido muchas experiencias pero no necesito ser médico para vivirlas todos los días. Por ejemplo, en el mismo edificio donde vivo. Una vecina, no muy mayor, después de un accidente cerebro-vascular quedó con una parálisis parcial que le impedía caminar. Con unas sesiones de fisioterapia y una atención más o menos buena la señora hubiera levantado, pero la hija no hizo nada. La tenía tirada en una cama y ni se preocupaba por darle comida. Murió a los pocos meses. Yo que vivo ahí, y sé que todos los días había peleas por el apartamento, sé que a la mujer la dejaron morir, que vieron la oportunidad de resolver el asunto de ese modo, al final, nadie investiga. (…) Para el gobierno es un viejo menos y otro problema de vivienda resuelto”.
De los testimonios que uno escucha a diario en nuestro entorno, se constata con horror que el móvil de tales actos aberrantes no es heredar inestimables bienes raíces sino de apoderarse de un pequeño espacio para vivir en un país donde contar con un techo, por modesto que sea, es cosa de afortunados y, en los modos de conseguirlo, muchos no suelen involucrar la piedad.
Las dificultades para adquirir una vivienda en Cuba no son comparables con ninguna otra realidad y ha ido creando fenómenos bien complejos donde la corrupción de los funcionarios, los astronómicos precios de venta o los condicionamientos políticos para alcanzar la asignación de un lugar donde vivir, prácticamente no son problemas al compararlos con las tragedias que ha ocasionado al interior de las familias o con la pérdida de los valores morales y la degradación de los sentimientos humanos a niveles de lo monstruoso.

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