El yugo y el cascabel
Aquella guerra de guerrillas contra el Gobierno ya decididamente dictatorial de Fidel Castro duró varios años, muchos de los opositores armados capturados en combate fueron asesinados in situ, otros eran sometidos a juicios sumarísimos en una farsa donde los Tribunales Revolucionarios eran integrados por soldados del Ejército Rebelde que asumían las funciones de fiscales, jueces y hasta de abogados defensores. Muchos de los enjuiciados en estos circos macabros eran fusilados horas después en el estadio Palmar de Junco matancero. Otros con mejor suerte salían con largas condenas de cárcel, a cumplir en las peores condiciones posibles.
En esa misma época se produjeron dos levantamientos populares en la ciudad de Cárdenas, en Matanzas, y en el poblado habanero de El Cano, elegido para ser el primer pueblo socialista de Cuba. Ambos levantamientos fueron reprimidos salvajemente por militares disfrazados de civil y armados con cadenas, trozos de tubos y cualquier cosa que sirviera para golpear al pueblo desarmado.
Tuvimos también el desembarco de la Brigada 2506 por Playa Girón, petardos, bombas, avionetas incendiando cañaverales, infiltraciones armadas y tiroteos desde lanchas artilladas. Todas esas acciones procuraban el levantamiento del pueblo, el derrocamiento de Fidel Castro y la erradicación del comunismo de la faz sino de la tierra, por lo menos de Cuba.
Sobrevino a esta época de rebeldía armada otra de rebeldía civilista, donde los protagonistas eran intelectuales, dirigentes defraudados, militantes comunistas con crisis de fe, y así hasta el momento actual en que, como nunca antes, la oposición al Gobierno se ha generalizado al hacerse evidentes la falta de resultados, la corrupción de los dirigentes y de los no dirigentes, y la certeza de que no hay futuro para los cubanos con el comunismo como sistema económico, político y social.
Siento profunda admiración y respeto por todos los que en las distintas épocas, y con disímiles recursos durante casi seis décadas, han tenido el coraje de arriesgar la libertad y hasta la vida por defender el derecho a vivir en un país democrático y con respeto a la propiedad privada. Visto desde la distancia de los años transcurridos, podríamos aventurarnos a considerar si este o aquel método de lucha fue o no correcto o eficaz, pero en realidad, no tenemos ningún derecho a hacerlo porque cada hombre es hijo del momento que le tocó vivir, ni más ni menos.
Hoy, unos cubanos se decantan por la oposición pacífica en las calles; otros, ven una oportunidad en unas elecciones que, si bien legitiman hacia adentro al Gobierno cubano, legitiman y hacen visibles a ciudadanos que de otra forma seguirían en el anonimato. Cada candidato independiente que gane las elecciones en su barrio mostrará al Gobierno y al mundo que son preferidos por un cierto número de vecinos, preferencia esta que de otra forma se hace harto difícil de demostrar entre los opositores.
Por otra parte, el Gobierno de la Isla ya es reconocido como legítimo por la totalidad de las naciones reunidas en la ONU, incluso ya tiene embajada en el archirrival del Norte, de ahí que los cubanos para viajar a cualquier parte del mundo debamos presentar un pasaporte emitido por este Gobierno que no elegimos, pero que es.
La opción de tomar las calles, como se vio en Cárdenas y en El Cano, no es nueva y llegado el momento podría ser decisiva si el pueblo se lanzara a las calles espontánea y masivamente, alentado por una fuerza divina que no necesite de líderes preparados ni medios de comunicación, que les sacuda el miedo del cuerpo, no a unos cientos de opositores aislados, sino a los miles que no se nos acercan porque su simpatía no da para arriesgarse a las golpizas y calabozos.
Llegado el momento de que el Gobierno abandone el poder, forzado por esa gran masa lanzada a las calles sin importarles nada, empezaría una tarea ardua para poner de acuerdo a todas las fuerzas opositoras que en la actualidad se desgastan en criticarse entre sí, ponerse zancadillas y buscar los favores de amigos dadivosos. Quizás también en este momento la misma fuerza divina que previamente lanzó el pueblo a las calles lograría la unidad de los opositores, que convocarían de inmediato una asamblea constituyente donde, puestos de acuerdo sin dilación, darían a luz una nueva Carta Magna.
Pero, dejando a un lado la ficción, la tarea que ahora asume #Otro18, Candidatos por el Cambio y demás organizaciones de la oposición civil, no es un despilfarro de tiempo ni de recursos, como no lo fue el alzamiento guerrillero en las montañas del Escambray. Cualquier proyecto que hoy busque ganarle espacio al Gobierno de manera pacífica, es digno de respeto y si no se le va a dar apoyo, al menos no se le debe serruchar el piso.
En política, hay que empezar por jugar con las reglas del juego que existen si no hay fuerza suficiente para cambiarlas. No contamos con una Juana de Arco ni con ejércitos, ni siquiera con un pueblo dispuesto a inmolarse por su libertad. Que Candidatos por el Cambio, #Otro18 y todos los demás perseveren a pesar de las divisiones, el criticismo, amenazas y presiones, ya es de por sí un logro. El resto le corresponde al pueblo cuando se de cuenta que la primera estrofa del himno nacional no estaba dirigida solo a los bayameses del 68.
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