¿Un congreso para qué?
Preparen los ómnibus y las congas de recibimiento en las terminales, tengan tendidas las camas en las villas de hospedaje, impriman todas las credenciales, limpien calles, saquen las guayaberas de las ocasiones especiales, impriman en los papeles (y en sus cabezas) los discursos, aclaren sus gargantas, tengan listos los tambores: el VII Congreso del PCC ha llegado.
Y mientras llega, la sociedad cubana observa sin voz, amordazada por las grises páginas del diarioGranma, como 1.000 delegados se aprestan a debatir sobre su futuro. Serán menos del 0,01% de la población cubana. ¿Qué pensaría Occupy Wall Street al ver semejante vasallaje de la mayoría de una pírrica minoría?
Si dijera que nunca he tenido fe en los congresos del PCC mentiría. Creo que fui parte de muchos de los cubanos que abrigamos con fe y positivismo aquel autocrítico y esclarecedor discurso de Raúl Castro el 26 de julio de 2007 en Camagüey. Y creyendo en que había llegado la hora de decir sin tapujos las cosas, desaté el nudo de mi lengua en los debates que se abrieron luego del discurso. Había llegado la hora de decir lo que me molestaba, de tener mi negocio, comprarme un carro, poder viajar, comprarme un celular, tener derecho a saber que era internet, poder entrar a un hotel. Mi voz fue una de las más de tres millones, que según las estadísticas oficiales, no fueron solamente a las asambleas para evitar sanciones. Y tras ver las primeras medidas "liberadoras", creí que las cosas en Cuba iban a empezar a cambiar, que por fin la clase política nos estaba escuchando.
Pero yo quería más. Sabía que nos estaban dando migajas del inmenso pastel de los derechos y libertades personales que nos negaban. Pero tuve paciencia, y me repetía (quizás para autoconvencerme) la manida frase de Raúl: "Sin prisa pero sin pausa".
Pasaron uno, dos, tres años y en noviembre de 2010, casi cuando estaba perdiendo la paciencia y mi mente no aguantaba más tanta pausa sin prisa, Raúl convoca de una vez por todas un congreso para empezar a cambiar las cosas. Dio una fecha: abril de 2011. Aquel día estrené el calendario del 2011 con la imagen de Cachita que había comprado en la Iglesia, y destaqué abril con letras negras bien grandes. Y una parte de mí, que estaba realmente cansada de una espera sin fecha, me dijo claramente: "Si la pausa no se acaba realmente en abril, abandona toda fe".
Una vez llegó y pasó el esperado conclave (porque las 72 horas de duración del mismo se fueron volando entre el silencio de los medios y la expectación de la gente), y mientras todo el mundo hablaba de la renuncia de Fidel al Comité Central o de que Raúl era oficialmente el nuevo cacique, aquella parte de mí solo sabía repetirme una sola cosa: "¿Y?". Todo ello mientras asistíamos al momento en que los Lineamientos se convertían en la nueva Biblia, en el documento que todo el mundo quería tener en la casa, que querían leer y releer, como si en aquellas 40 páginas estuviesen las profecías de Nostradamus para Cuba sobre el porvenir (o el timo) que se nos venía encima.
Y despojado de toda fe, asistí como observador lejano a aquel patético espectáculo que significó laPrimera Conferencia del PCC, en enero de 2012. Reí (porque ya había llorado demasiado en los años 90) ante tanto debate real maravilloso. Parecía cómico —y patético a la vez— ver cómo aquellos delegados debatían y debatían, como si de verdad creyesen algunos que sus palabras fuesen a influir en el guión que ya se habían encargado otros de escribir en un cuarto oscuro y alejado de las cámaras. Y reí mucho más (y juro que aquella vez ya estaba poseído completamente por mi mitad pesimista-realista) cuando escuché a Raúl apelar a "decirnos las verdades de frente", mientras él mismo era incapaz de decirnos que aquello era demasiado circo para al final no transformar nada.
Ahora vuelve abril y vuelven a sacudirse las cortinas que desplegarán lo que al parecer será otro circo. Si me quedaba algo de fe, les juro que la perdí con el artículo publicado por Granma el 27 de marzo. Aquello no me pareció gracioso, me pareció indignante, y sobre todo porque aquellos que invitaban a decir la verdad de frente son aquellos que ya no se ocultaban para reírse frente a nosotros. Pero, ¿y por qué ríen? Quizás porque ya no les interesa preguntarnos si creemos o no que las recetas de la "Biblia" han sido satisfactorias, porque en la reforma constitucional no habrá espacio para revisar la posibilidad de una mayor participación política y un ejercicio verdadero de los derechos humanos, porque si Venezuela falla allí estarán nuestros "hermanos" yankis y cía para salvarnos de caer en el hueco, porque ni el matrimonio igualitario ni cumplir con la urgente deuda de luchar contra el racismo importan ahora, porque ya les da lo mismo si a los cubanos les da lo mismo recorrer las selvas de Centroamérica para tratar de prosperar, porque ya el pastel del posraulismo está repartido y reservado o quizás porque los "elegidos" sabrán reírse de nosotros.
Entonces, ¿un congreso para qué? Quizás porque han pasado cinco años y tocaba volver a activar el show. Muchas felicitaciones a la clase dirigente cubana: ha sido capaz de cumplir con el cronograma.
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