LEY
ELECTORAL: ¿UN CAMBIO POLÍTICO REAL?
El anuncio de cambios
en la Ley Electoral hecho por el gobierno cubano inspira dudas
El
gobierno cubano acaba de anunciar su propósito de dictar una nueva Ley
Electoral que sustituya a la hoy vigente, que lleva el número 72 y data de
octubre de 1992. Las preguntas que se imponen son: ¿Qué signo tendrá esa
reforma? ¿Qué disposiciones serán objeto de las modificaciones? ¿En qué sentido
se harán éstas?
Son
temas que abordé en mi libro Constitucionalismo
y cambio democrático en Cuba, publicado en Madrid en 2007. Considero que la
ocasión es propicia para que, en el marco de un artículo periodístico —que por
fuerza tiene que ser breve— recordemos de manera sucinta algunas de las
críticas fundamentales que hice entonces a la actual legislación en esa
materia.
Lo
primero a señalar en este sentido es que en Cuba no existe libertad de
postulación. Esto comienza por las elecciones de nivel municipal. Se trata de
la única fase de todo el proceso que en alguna medida merece esa denominación,
pues en ellas el ciudadano tiene la posibilidad de escoger entre varios
candidatos.
El
problema radica en que, en este estado-policía que padecemos, las nominaciones para
delegados a las asambleas municipales del llamado “Poder Popular” se realizan a
nivel de cuadra en votaciones públicas, en las que los ciudadanos tienen que
alzar sus manos en presencia de los “factores” del régimen y de los inevitables
agentes de la policía política.
Habida
cuenta del miedo que cada uno siente por las represalias que pueda sufrir, se hace
casi imposible que las personas voten por algún disidente conocido. Y digamos
esto con perdón de los “Candidatos por el Cambio”, que, como su propio nombre
lo indica, intentan modificar la realidad utilizando el mismo sistema tramposo
diseñado por los castristas. Está claro —pues— que el primer paso a dar sería
permitir que cualquier ciudadano pueda ser postulado por dos o tres de sus
vecinos.
Cuando
se rebasa el marco local, entran en función las “comisiones de candidatura”.
Estos órganos están conformados por los delegados de las llamadas “organizaciones
de masas”, que, como todo el mundo sabe, son meras correas de transmisión del
Estado-Partido. Aquí llueven las siglas: CDR, CTC, FMC, ANAP, FEU, FEEM. Son
simples modalidades de la misma realidad totalitaria; diversos modos en que el
sistema estabula a sus súbditos, utilizando distintos criterios: vecindad, actividad
que realizan, sexo.
Debemos
reconocer que este método ha alcanzado un inmenso éxito en lograr el propósito
para el que lo diseñó y estableció el señor Fidel Castro: autoperpetuar el
régimen y su dirigencia. Una de las derivaciones de este procedimiento
monstruoso es que en Cuba, salvo en las elecciones municipales, haya un solo
aspirante para cada puesto a cubrir. Y desde luego que esto sería otra cosa a
cambiar: habría que permitir que cinco o diez electores puedan nominar a un candidato
alternativo a diputado o delegado provincial.
Otra
característica absurda del ordenamiento electoral de nuestro país es la
prohibición de realizar campañas políticas. Claro que en los niveles provincial
y nacional esto no posee importancia. Si, por las razones señaladas en el
párrafo precedente, está virtualmente asegurada la “elección” de todos los
candidatos, ¿qué importancia tienen entonces las ideas o planes que ellos
puedan tener!
Pero
es que esa regla irracional impera también en las votaciones municipales, donde
—como ya vimos— los ciudadanos sí tienen cierta escogencia. Según la liturgia
impuesta por el régimen, se supone que cada elector, para decidir entre los
distintos candidatos a delegado, se guíe por su “integración revolucionaria”.
Esto, en la neo-lengua castrista, significa el modo en que ese aspirante apoya
el sistema en vigor.
Es
evidente que si la soberanía reside en el pueblo, se hace necesario que éste,
al seleccionar entre los diversos compatriotas que estén aspirando a un cargo,
pueda hacerlo con conocimiento de causa. Es menester —pues— que los ciudadanos sepan
cuál es el programa que, en caso de resultar electo, intentaría aplicar cada
uno de los que opten por un puesto.
Hay,
por supuesto, otros cambios que serían necesarios para que el sistema electoral
de nuestro país pueda ser considerado democrático: Libertad para organizar
partidos políticos, acceso equitativo de todos a los medios masivos de
comunicación, presencia de las distintas fuerzas políticas en las comisiones
electorales de los diferentes niveles, supervisión internacional (análoga a la
que existe en otros países de nuestro entorno cultural).
Veremos
con qué tipo de reforma se aparecerán ahora los castristas. ¿Deberemos esperar
un nuevo parto de los montes? Soñemos con que, por el bien de Cuba, no sea así.
La
Habana, 26 de febrero de 2015
René
Gómez Manzano
Abogado
y periodista independiente
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