¿A quién no le han pedido en Cuba que hable, que “chapee” bajito? ¿Quién no ha bajado el tono antes de hacer un comentario sobre Fidel Castro? Es la fortuna doméstica del castrismo: un soplón en cada esquina.
¿A quién no le han pedido en Cuba que hable, que “chapee” bajito? ¿Quién no ha bajado el tono antes de hacer un comentario sobre Fidel Castro? Es la fortuna doméstica del castrismo: un soplón en cada esquina.
Cuando en 1961 el hijo triunfante del poblado de Birán anunció la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), echaba andar la aceitada maquinaria de la delación, de los hombrecitos de civil que se encargan, hasta hoy, del ‘correveydile’ entre vecinos y la temida Seguridad del Estado (G2).
Cada empresa, hospital, institución cultural, estadio de Béisbol, oficina de multas o taller de zapatería es ‘atendido’ por uno o varios agentes, en dependencia de la importancia que revista para el país, o de la gravedad del suceso ocurrido dentro de sus instalaciones.
Todos los conocen, muchos los esquivan. Estos ‘oficiales’ tienen un poder con pocos frenos. Si te marcan como “desafecto al proceso revolucionario” tardarás años para que te borren de esa lista, se olviden de ti o hagan la vista gorda con tu presencia. Si es que eso llega a ocurrir.
Dentro de las oficinas provinciales de Seguridad del Estado está el Departamento de Enfrentamiento al Enemigo. Ellos se presentan de ese modo ante opositores, disidentes, escritores y periodistas independientes, así como ante aquellos artistas que alguna vez osaron rosar el poder o la figura de Fidel Castro con sus obras, metáforas o ironías.
Desde ese nivel para abajo, los Oficiales de Enfrentamiento tienen compartimentos menos visibles y más torcidos. En las barriadas desandan aquellos Oficiales Honorarios (OH), muchas veces hombres y mujeres frustrados que vieron interrumpidas sus carreras hacia el Ministerio del Interior y hoy se consuelan con vigilar la casa de un opositor, denunciar a una viejita que vende coladas de café o al rapero que acabó de componer una canción contestataria.
En una ocasión en que estuve detenido por cinco días y dormí en el piso de un salón de reuniones de la unidad policial del pueblo, fui custodiado alternativamente por casi una decena de jóvenes Oficiales Honorarios, al servicio del G2.
Entre ellos estaba ‘Pedrito’, educador, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, acusado de robar y traficar televisores en una operación nacional del proyecto de Trabajadores Sociales. Pablo, ingeniero agrónomo y ex compañero de estudios, que no pudo responder a ninguna de mis preguntas sobre derechos humanos en Cuba y se escudó en que les tenían prohibido intercambiar con los detenidos.
Conocí a otros un poco más despreciables y despreciados, como es Maikel Rodríguez Alfajarrín, apodado “Maikel La Chispa”. Ex cantinero, ex estudiante, ex civil y que alterna su castigo a los demás como miembro de la Brigada de Intervención de la Vivienda (Desalojos, multas y procesos penales) con la de soplón.. o Chivato, como le llaman los cubanos desde la década de 1930.
Hay otros, hay muchos, no debo ser el único cubano que los ha sufrido.
Los oficiales honorarios lucen su autoridad con un carné bajo rótulo de la Seguridad del Estado y que en alguna esquina tiene estampada la famosa sigla del G2.
En el pueblo de San Germán, provincia Holguín, mi esposa hacía cola para comprar jabón en una tienda que solo vendía en dólares. Mes de mayo, y se acercaba el Día de las Madres. La cola es enorme, las mujeres pelean o conversan y llega “un seguroso”, un OH llamado Luis Pérez, y conocido por “Luis El Calvo”. La tienda solo acepta unas veinte personas dentro, los demás deben de esperar afuera, bajo el calor sofocante de ese mes. Cuando la portera se asoma para pedir que pasen los demás El Calvo le exige hablar con la Gerente: “Dígale que aquí hay un oficial de la Contrainteligencia que necesita unas bolsitas de nylon”.
Murmullos, cejijuntos que no hablan, labios fruncidos, ojos que se mueven alocados dentro de sus órbitas son las reacciones ante el anuncio del oficial honorario.
Todos integran y hasta coordinan las Brigadas de Respuesta Rápida (BRR) para vigilancia, acoso y actos de repudio. Muchos les temen, muchos les odian, pocos se atreven a desafiar el lápiz rojo conque estos malos cubanos te convierten en una no-persona.
Cuando en 1961 el hijo triunfante del poblado de Birán anunció la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), echaba andar la aceitada maquinaria de la delación, de los hombrecitos de civil que se encargan, hasta hoy, del ‘correveydile’ entre vecinos y la temida Seguridad del Estado (G2).
Cada empresa, hospital, institución cultural, estadio de Béisbol, oficina de multas o taller de zapatería es ‘atendido’ por uno o varios agentes, en dependencia de la importancia que revista para el país, o de la gravedad del suceso ocurrido dentro de sus instalaciones.
Todos los conocen, muchos los esquivan. Estos ‘oficiales’ tienen un poder con pocos frenos. Si te marcan como “desafecto al proceso revolucionario” tardarás años para que te borren de esa lista, se olviden de ti o hagan la vista gorda con tu presencia. Si es que eso llega a ocurrir.
Dentro de las oficinas provinciales de Seguridad del Estado está el Departamento de Enfrentamiento al Enemigo. Ellos se presentan de ese modo ante opositores, disidentes, escritores y periodistas independientes, así como ante aquellos artistas que alguna vez osaron rosar el poder o la figura de Fidel Castro con sus obras, metáforas o ironías.
Desde ese nivel para abajo, los Oficiales de Enfrentamiento tienen compartimentos menos visibles y más torcidos. En las barriadas desandan aquellos Oficiales Honorarios (OH), muchas veces hombres y mujeres frustrados que vieron interrumpidas sus carreras hacia el Ministerio del Interior y hoy se consuelan con vigilar la casa de un opositor, denunciar a una viejita que vende coladas de café o al rapero que acabó de componer una canción contestataria.
En una ocasión en que estuve detenido por cinco días y dormí en el piso de un salón de reuniones de la unidad policial del pueblo, fui custodiado alternativamente por casi una decena de jóvenes Oficiales Honorarios, al servicio del G2.
Entre ellos estaba ‘Pedrito’, educador, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, acusado de robar y traficar televisores en una operación nacional del proyecto de Trabajadores Sociales. Pablo, ingeniero agrónomo y ex compañero de estudios, que no pudo responder a ninguna de mis preguntas sobre derechos humanos en Cuba y se escudó en que les tenían prohibido intercambiar con los detenidos.
Conocí a otros un poco más despreciables y despreciados, como es Maikel Rodríguez Alfajarrín, apodado “Maikel La Chispa”. Ex cantinero, ex estudiante, ex civil y que alterna su castigo a los demás como miembro de la Brigada de Intervención de la Vivienda (Desalojos, multas y procesos penales) con la de soplón.. o Chivato, como le llaman los cubanos desde la década de 1930.
Hay otros, hay muchos, no debo ser el único cubano que los ha sufrido.
Los oficiales honorarios lucen su autoridad con un carné bajo rótulo de la Seguridad del Estado y que en alguna esquina tiene estampada la famosa sigla del G2.
En el pueblo de San Germán, provincia Holguín, mi esposa hacía cola para comprar jabón en una tienda que solo vendía en dólares. Mes de mayo, y se acercaba el Día de las Madres. La cola es enorme, las mujeres pelean o conversan y llega “un seguroso”, un OH llamado Luis Pérez, y conocido por “Luis El Calvo”. La tienda solo acepta unas veinte personas dentro, los demás deben de esperar afuera, bajo el calor sofocante de ese mes. Cuando la portera se asoma para pedir que pasen los demás El Calvo le exige hablar con la Gerente: “Dígale que aquí hay un oficial de la Contrainteligencia que necesita unas bolsitas de nylon”.
Murmullos, cejijuntos que no hablan, labios fruncidos, ojos que se mueven alocados dentro de sus órbitas son las reacciones ante el anuncio del oficial honorario.
Todos integran y hasta coordinan las Brigadas de Respuesta Rápida (BRR) para vigilancia, acoso y actos de repudio. Muchos les temen, muchos les odian, pocos se atreven a desafiar el lápiz rojo conque estos malos cubanos te convierten en una no-persona.
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