'No quiero que me malinterpreten'
Se mencionó a unos directivos de Salud Pública, a un representante del Partido Comunista (PCC), a otro de los CDR, a un funcionario del Poder Popular, a un representante de la Asociación de Combatientes y a otros personajes sin importancia. Solo hubo alguien que no fue mencionado. En un oscuro rincón apareció un policía de completo uniforme, a todas luces llevado allí como elemento de intimidación.
Justo detrás de mí se ubicaron el funcionario del PCC, el policía y otras personas listas para lanzárseme encima en caso de que yo osara alterar el orden y buen desempeño de la aburrida reunión.
Una vecina planteó apasionadamente los problemas ya tradicionales de nuestro maltratado edificio. El único detalle que empañó su alegato fue una expresión repetida en forma plañidera una buena decena de veces: "no quiero que me malinterpreten".
De nada valieron el historial "revolucionario" de la vecina o su sostenida actitud a favor del socialismo y de Fidel y Raúl Castro; tampoco la presencia policial ni la de los funcionarios y algún que otro oficial encubierto del Departamento de Seguridad del Estado: a pesar de todo, la vecina fue aplaudida.
La presión que ejerce sobre las autoridades la presencia de un opositor —declarado liberal y por ende anticomunista— en las asambleas de rendición de cuentas del Poder Popular ya trasciende a la población, por lo que se vio a una delegada a la defensiva frente a planteamientos inocuos, y a un público nervioso que sigue esperando por una institución que ya no da sino lástima.
La puesta en escena, la retórica marxista, las alabanzas al fracasado liderazgo revolucionario, las justificaciones, las promesas y la culpa al embargo de EEUU son la continuidad de las ineficiencias del sistema.
No obstante, hay que reconocer que muchas personas crédulas han hecho lo que han podido y que solo la presión de las fuerzas pro democracia y pro mercado, con su presencia en estas reuniones, les demuestra que están equivocadas y que es una vergüenza seguir sosteniendo a un sistema fracasado, que criminaliza el pensamiento diferente y llega al extremo de apostar policías en asambleas de vecinos.
La opinión generalizada, aunque no dicha en voz alta, es que estas reuniones son más de lo mismo. Sin embargo, sigue sin aceptarse que la solución solo depende de la participación de quienes difieren, sin la amenaza de que alguien pueda "malinterpretar" lo que se dice y el ejercicio de la palabra se convierta en un calvario que pocos estén dispuestos a sufrir.
El modelo concebido para perpetuarse en el poder sin solucionar nada va a tener el mismo fin que cualquier obra humana, y cuando esto ocurra, los cubanos acostumbrados a ocultar lo que piensan se enfrentarán a la difícil tarea de debatir sus ideas en público, sin hacer caso al policía interno que llevan dentro y que insistirá en mantenerse al acecho de cualquier pensamientos "incorrecto".
Esta cultura de la intolerancia a las ideas ajenas no es solo patrimonio de los comunistas. Lo más difícil para los cubanos será aprender a vivir en una sociedad sin miedos y sin odios, donde no haya que pedir disculpas por expresarse ni la policía vigile una reunión de inquilinos.
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