Fidel Castro, el mito creado para sí mismo
Desde 1959, una de las ganancias de este caudillo de los desposeídos del Tercer Mundo ha sido su prolífica producción de mitos
La pasada semana disfruté un documental que me hizo reflexionar sobre una realidad histórica: Fidel Castro, además del hábil dictador de la isla de Cuba, sigue siendo uno de los grandes mitos de la izquierda contemporánea, sobre todo en Latinoamérica. Y es curioso cómo, a diferencia de otros casos más famosos y mucho menos dañinos, se trata de un mito creado por y para sí mismo.
Desde 1959, una de las ganancias de este caudillo de los desposeídos del Tercer Mundo ha sido su prolífica producción de mitos, aún latentes, y que seguramente no serán erradicados fácilmente. Mitos muy peligrosos, edificados primeramente con el objetivo de conquistar el absoluto dominio en su país, y luego, ya habiéndose adueñado de todos los poderes e instaurado un sistema totalitario, para justificar su injustificada permanencia en el poder.
Varios de los mitos de Castro han sido tan efectivos como tan repetidos una y otra vez durante décadas, dentro y fuera de la isla, y no sólo por la maquinaria propagandística al servicio del castrismo, al estilo del maquiavélico Joseph Goebbels, sino también por medios de comunicación de la izquierda mundial, intelectuales y agrupaciones, seguidores incondicionales de grandilocuentes causas sociales, artistas desinformados, políticos tan embusteros como él, empresarios a la caza de beneficios comerciales, secuaces del sistema, y gente común, que escucha mansamente, sin razonar o pensar dos veces, las declaraciones, sofismas y justificaciones de la batalla de ideas del régimen que encabezó, hasta que por problemas de salud le entregó las riendas del país a su hermano Raúl Castro.
Y es tan así que, aún en el exilio, hay cubanos que siguen atrapados de alguna u otra manera en los laberintos de la deformación y la manipulación histórica de Castro. Y no hablo de los agentes infiltrados durante décadas en todos los ámbitos, desde centros de enseñanzas hasta centros de poder, ni de los cooperantes por cuenta propia del totalitarismo, que en los últimos años pululan, a bien del mal llamado intercambio cultural, el restablecimiento de las relaciones gubernamentales Cuba-EEUU, la repatriación y otros mitos estratégicos. Hablo de cubanos que, ya sin afiliación o simpatía por la Revolución, por una venenosa mezcla de ignorancia y ausencia de juicio crítico, aún no han logrado escapar, y quizás muchos jamás logren hacerlo, de los embustes de Castro.
Un amigo médico a veces me dice, ironizando, que es como un karma en los genes del cubano nacido dentro de la Revolución. Y casi tiene razón. Es como la condición de ese Hombre Nuevo esencialmente mentiroso, que conoce la mentira pero que sigue viviendo en ella, sin moral, sin ni siquiera una legitima ideología, ahora reformulado en las también míticas reformas de Raúl Castro, que no acaban de llegar, a pesar de llevar años amagando con ellas.
Pero como sucede con todos los mitos, sus utópicos fundamentos son esencialmente ficciones, casi siempre orquestadas a partir de hechos supuestamente reales. Unas veces de manera perspicaz, otras de forma pedestre, pero que sin duda han sido efectivas en su momento y aún siguen teniendo éxito. Una especie de victoria negativa, de fracaso transfigurado en triunfo, pues contrario al empecinado catolicismo de mi madre, creo que en el mal sí hay inteligencia. De lo contrario, los malos no durarían tanto en ser vencidos por los buenos. Entre ellos, Castro y su terrible industria de mitos.
¿Pero por qué tantas personas no escapan de una vez de la telaraña de esta mitología? La respuesta está en una venenosa ecuación donde se funden al menos tres importantes elementos: primeramente la desinformación que aún existe sobre la realidad cubana. Luego porque gracias a las campañas y los cuantiosos grupos y eventos de apoyo a la Revolución, no creen que sean mitos, embustes aferrados o cogidos con pinzas a ciertos elementos de la realidad. Y finalmente, porque la mayoría de los medios de comunicación en el mundo, a veces incluso intentando reprobar la dictadura, no hacen más que favorecer su propaganda.
Eso bien lo sabe el cineasta cubano Jorge Sotolongo, que acaba de estrenar Los mitos de Castro, un documental que es consciente de que la mayor herramienta del castrismo, muy a la par de la represión sicológica y mediática, ha sido fomentar y alimentar exitosas mezclas de mentiras y verdades. Para Sotolongo la Revolución Cubana es una gigantesca factoría de embustes, que por desgracia, y por la colosal maquinaria de propaganda internacional que tiene detrás, mucha gente se cree alrededor del mundo. Los mitos de Castro no sólo habla de ese fenómeno, sino que a la par desenmascara, por primera vez, varios de esos mitos, esas grandes mentiras edulcoradas.
Este documental es el segundo de una serie de tres. El primero, Los secretos de Castro, con entrevistas a exagentes de la Seguridad del Estado que hacen substanciales revelaciones. Y el tercero, La verdadera vida de Fidel Castro, escrito por Carlos Alberto Montaner, que espera estrenar pronto. Aunque también sueña con hacer La economía según Castro, una antología de los disparates nacidos de la fértil cultura económica del caudillo.
Quienes deseen conocer las verdades de la Revolución cubana, sin duda, agradecerán estas historias y reflexiones que se complementan para desentrañar los mitos de Castro: una empresa espantosa.
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