Por un lado, está el recrudecimiento del embargo estadounidense y el retroceso en su acercamiento diplomático y comercial a la dictadura cubana, dos eventualidades que ya se ven venir. Por otro, el evidente atractivo que ejerce la Isla sobre la cúpula gobernante en Rusia, algo que no es nuevo pero que hemos ido visualizando con mayor claridad en la medida en que crecen las ínfulas imperiales de Putin. Puede que incluso a partir de próximo enero, Cuba le interese aún más al Gobierno ruso que al estadounidense, al menos como socio sufragáneo.
Por encima de otros detalles menores, como la cordial avenencia entre Trump y Putin, que no es más que un relativo entendimiento entre pícaros, está el hecho cierto de que el nuevo presidente estadounidense no podría impedir que Rusia saque provecho de la nueva coyuntura. En buena ley, no tendrá a su alcance, formalmente, una manera de impedirlo. Tampoco podrá impedir que los Castro sigan siendo los dueños de la Isla, con o sin embargo, pero aún más con embargo, por lo cual les resultaría viable abrir el país al nuevo zar ruso.
Es de suponer que ganas no será los que les falte a los nostálgicos del Kremlin. "Hay nostalgia no solo en Rusia sino también en Cuba y Vietnam por lo que hubo antes en ambos países", declaró recientemente Víctor Ozerov, quien preside el comité del Senado para la defensa y la seguridad, en Rusia. Y si vamos a ser francos, habría que agregar que no únicamente los mandarines añoran aquella vieja relación. No son pocos los cubanos de a pie que igual la extrañan.
En su rol de madre colonial, la URSS mimó a los cubanos más que España, llamándonos camaradas e incluyéndonos bajo la aparente condición de iguales en el coro de La Internacional, a la vez que nos llenaba las despensas con latas de pollo a la jardinera, y las pantallas de los televisores con muñequitos de palo, y los bosques con radares y cohetes, y los sueños con anhelos de conquistadores geopolíticos, y los pechos con medallas por la participación en guerras y guerrillas de medio mundo. En fin, nos dio en la vena del gusto, estimulando nuestra arraigada vocación de hijos bobos. Entonces, ¿alguien puede estar seguro de que tal como los fuimos de España, y luego de Estados Unidos, y luego de la URSS, y luego de Venezuela, no nos convertiríamos gustosos en los nuevos hijos bobos de Rusia?
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