La burocracia fidelista eterniza el mito para evitar los cambios
Se trata de una necesidad del modelo burocrático centralizado y personalista de gobierno desarrollado por el caudillo durante más de medio siglo que, sin él, no tiene sentido. Él habló de una revolución democrática y socialista, pero en verdad cada vez fue siendo más "su" revolución, en la cual él tomaba todas las decisiones importantes y menos importantes, desde lo que debía comer la gente y el color de los uniformes escolares hasta lo que debía legislarse o la instalación de cohetes atómicos rusos para "poner de rodillas al Imperio".
Hasta que él mismo, sus seguidores y no pocos cubanos y extranjeros llegaron a confundir nación, patria, bandera, revolución y socialismo con su nombre y su figura. "Yo soy Fidel" ha sido el colmo del absurdo.
En más de una ocasión fue advertido el peligro que ello entrañaba para el futuro del proceso revolucionario, pues con él podría morir su revolución, pero él se empeñó en esa identificación a tal punto que siempre eclipsó o desplazó y separó de sus cargos a todos los revolucionarios que estuvieron cerca de él, podían hacerle alguna sombra o simplemente contradecirlo.
Paralelamente se cuidaba de no dar señales de la inmensa exaltación de su personalidad mesiánica que fomentaba sofisticadamente, al impedir que se diera su nombre a lugares históricos o públicos o se le hicieran bustos o monumentos, al estilo de Stalin; pero por medio de la televisión, la que usó como ninguna otra figura de su época, se encargaba de estar varias horas de visita todos los días, en cualquier momento, por cualquier motivo, y sin ser invitado, en todas las viviendas, oficinas y lugares públicos, donde tampoco impidió que abundaran sus fotos "heroicas".
Sus largos discursos con poses, movimientos y oratoria bien estudiados copaban además de la televisión, las estaciones de radio, los periódicos y revistas. Él siempre fue único discursante, el que daba las orientaciones directamente al pueblo, el que dialogaba e intercambiaba frases prediseñadas con las multitudes. Pero eso "no era culto a la personalidad", "era uso de los medios masivos de comunicación para educar al pueblo".
Toda la obra de la "revolución", en verdad resultado del trabajo y el sacrificio de los trabajadores y profesionales cubanos, era presentada como la obra personal de Fidel Castro. Desde el arreglo de un bohío tumbado por una ráfaga de viento, pasando por la salud y la educación para todos, a costa del trabajo del pueblo cubano y del esfuerzo de médicos y maestros, hasta el intento de construir una planta termonuclear, por suerte desechada, o la desaparición del apartheid en Sudáfrica.
De esa manera la revolución, que una vez fue prácticamente de todo el pueblo cubano por derrocar la dictadura de Batista y restaurar la institucionalidad democrática, se fue convirtiendo cada vez más en la revolución de Fidel Castro. Así, se hizo tan fidelista, se identificó tanto con él que dejó de ser la revolución popular de todos primero, y luego cada vez de menos cubanos hasta que se convirtió en la revolución personal de Fidel Castro: su "revolución".
Esto se hizo muy visible en el 2005-2006, en pleno "Periodo Especial", en vísperas de su enfermedad y operación que lo sacaron transitoriamente del poder efectivo, cuando llegó a reconocer que la revolución estaba en peligro por el burocratismo y la corrupción y pasaba horas en la televisión explicando su plan energético y todo el mundo, menos él se daba cuenta del hueco en que habíamos caído y las ridiculeces y desfases de sus intervenciones.
Hasta su hermano Raúl, al recibir el poder, lo dijo: estamos cerca del abismo, y rápidamente empezó a hablar de la necesidad de cambios, tuvo un discurso esperanzador y empezó a mover fichas y a tomar una serie de decisiones que claramente apuntaban al desmantelamiento de muchos de los absurdos del fidelismo, llegando a promover el llamado proceso de "actualización", para algunos un intento disimulado de perestroika tropical cuidadosamente estudiado.
En la medida en que fue mejorando y saliendo de su operación, se vio de nuevo a Fidel Castro tratando tomar las riendas del poder y abundan las señales de claras diferencias con lo que venía haciendo su hermano. El acercamiento a EEUU, al parecer iniciado con su anuencia, se convirtió en su pesadilla.
En vida del campeón del antimperialismo mundial de todas las épocas, la visita del representante principal del Imperio, del Presidente de EEUU a Cuba, su discurso democrático y su acercamiento al pueblo cubano, no pudo ser resistida y con aquella tristemente célebre reflexión "El hermano Obama", inició su "última batalla contra el imperialismo" y de paso contra la política de acercamiento de su propio hermano.
Pretendió lo inevitable, que Cuba y EEUU vivieran en paz y como buenos vecinos cooperaran, bajo el supuesto de que todo era un plan para destruir lo que él mismo nunca fue capaz de construir por su personalismo: la Cuba próspera que necesitamos todos los cubanos. Hoy, sus más fieles seguidores pretenden convertirlo en valladar contra los inevitables cambios.
Pero su desaparición física quizás posibilite que finalmente Cuba pueda emprender la senda de las transformaciones necesarias. Y parafraseando su concepto de revolución firmado por seis millones de cubanos, ya es imprescindible, llegó el momento de "cambiar todo lo que debe ser cambiado".
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