La presa Mayarí arrasa con la fauna endémica
Una presa siempre tiene al menos dos aristas que condicionan su enfoque: la economicista y la ambientalista. Desde la primera de estas, la presa Mayarí representa una gran fortaleza pues brinda riego a la agricultura, agua a las ciudades y electricidad barata y limpia. Desde la segunda, representa una gran pérdida, por la destrucción y transformación drástica e irreversible de muchos hábitats; afectando poblaciones de diversas especies, algunas de ellas amenazadas.
Y no solo se trata del agua que cubre cientos de miles de hectáreas de bosques, y que destruye con ello flora y fauna; ni de las especies autóctonas de agua dulce que luego se ven reducidas y hasta extintas por la introducción de especies comerciales; sino también por todo lo que rodea la obra constructiva: otras miles de hectáreas son removidas en la construcción de caminos, canales y túneles para los trabajos logísticos y la conducción del agua hacia sus destinos.
En mis tiempos de estudiante universitario dediqué tres años al estudio de una población de Polymita venusta como trabajo investigativo para mi tesis de graduación, allí donde comienza el área afectada por la presa. Fue poco antes de que se reiniciaran los trabajos para su construcción en los inicios de este siglo, porque en los 90 había sido abandonada por falta de recursos. Ya para entonces estaban amenazados esos bellos moluscos terrestres que solo existen en Cuba y en nuestra región oriental: por la contracción de su hábitat natural esencialmente, y lo mismo le sucede a su principal depredador, el gavilán caguarero.
El Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente (CITMA) tiene excelentes profesionales y se dedican a investigar seriamente sobre diversas temáticas, pero jamás se atreverían a enfrentar ni intentar frenar con sus resultados científicos ninguna obra priorizada por el Gobierno. Es que no son autónomos ni los respalda un Estado de derecho. Y, por supuesto, no es justo que renunciemos al desarrollo en aras de no crear impacto ambiental (inevitablemente siempre se produce en alguna medida), pero se trataría de provocar el menor impacto posible y de invertir al unísono en menguarlo.
No se conoce de ninguna medida tomada al respecto. Oleadas de ingenieros, técnicos y operarios se vieron pasar rumbo a la obra, pero los del CITMA no se hicieron notar y si estuvieron fue brevemente, solo para complacer a una burocracia ambientalista sin cuestionamiento. Lo demuestra la realidad del impacto ambiental adverso.
Entrenado para "descubrir" los ejemplares de polimitas entre las ramas, en 1998 conseguí divisar durante cuatro horas más de 200 ejemplares. Pero eso fue antes de que construyeran allí la presa. Hace unas semanas estuve en el mismo lugar, visiblemente cambiado por la actividad constructiva, y tardé casi una hora en divisar el primer molusco, de apenas nueve que logré ver en total.
¿Qué habrá sucedido con el resto de las especies de plantas y animales? Al parecer no le interesa a nadie. En cualquier país de la región una obra como esta moviliza a la sociedad civil y se presiona para que se haga todo con transparencia. Incluso se logra muchas veces la no ejecución, si no es conveniente. Pero en Cuba nadie siente ni padece, pues tenemos el civismo castrado por cinco décadas de manipulación.
¿Qué se podría esperar de un pueblo que en gran medida ni siquiera sabe que es "el soberano" y que le han usurpado su poder? Esta es otra muestra elocuente de la necesidad de un cambio democrático en nuestro país, para que ganemos voz, poder de decisión y participación. La causa del desarrollo es loable y es de todos, pero también lo es la de preservar el medio ambiente y protegerlo en la medida de lo posible de nuestra acción depredadora. Todo es importante.
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