Más cerca de Goebbels que de Marx
La muerte de Fidel Castro desencadenó sentimientos encontrados a nivel mundial. Entre ellos una andanada de loas por parte de representantes y acólitos de la izquierda autobautizada "revolucionaria" a la memoria de su fenecido ídolo.
Como de costumbre, en sus declaraciones estos últimos hicieron caso omiso del abominable saldo de crímenes (encarcelamientos, torturas, asesinatos, atropellos y otras violaciones de los derechos humanos más elementales) que Fidel Castro dejó a su largo paso por el poder. Ignoraron, además, el desastre económico del experimento castrista, que solo a base de una ayuda astronómica prodigada, primero por la Unión Soviética, y luego por la ahora exangüe Venezuela chavista, ha logrado subsistir.
Pretendiendo justificar su obnubilación, los "revolucionarios" sacaron a relucir los cacareados "logros de la revolución" en el campo de la salud y de la educación, así como en materia de igualdad. Tales "logros" se han convertido en lo que, en un documentado artículo publicado en DIARIO DE CUBA, Roberto Álvarez Quiñones llama "el mito mejor vendido por Fidel".
La triste realidad es que las supuestas "conquistas sociales de la Revolución" son un burdo mito y no pasan el cedazo de un análisis objetivo e imparcial.
Pues si la educación en Cuba es digna de encomio, ¿por qué la Isla no descuella en ninguna clasificación de las universidades de América Latina y del mundo? ¿Cómo pueden ser idóneos los servicios médicos cuando los hospitales del país se encuentran en un estado deplorable y obtener medicinas se ha convertido en una odisea para la mayoría de los cubanos?
Si en verdad la igualdad existe, ¿por qué tantas cubanas y tantos cubanos con diplomas universitarios, o incluso menores de edad, tienen que recurrir a la prostitución para poder subsistir? Tan es así que Fidel Castro se atrevió a afirmar que "las prostitutas cubanas son las más cultas del mundo".
Mientras eso ocurre, la casta gobernante vive en condiciones de opulencia que el cubano de a pie no puede ni siquiera vislumbrar.
En lo que respecta a la equidad de género, ¿podría alguien pronunciar, como plantea la escritora Wendy Guerra, el nombre de alguna ministra cubana? ¿Acaso es una casualidad que, actualmente, la cubana de mayor resonancia dentro del régimen no es otra que Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual y, sobre todo, hija del Presidente Raúl Castro? Como apunta Laritza Diversent, del Centro de Información Legal Cubalex, "¿qué se puede esperar de instituciones que no tienen reparos en golpear salvajemente y en público a mujeres como las Damas de Blanco?".
Si realmente la igualdad racial se ha concretizado, ¿por qué la BBC Mundo llega a la conclusión de que los cubanos afrodescendientes "tienen inferiores puestos de trabajo, reciben menos ingresos, viven en las peores viviendas y son mayoría en las cárceles y una minoría en las universidades"?
La falaz defensa del régimen cubano por parte de la izquierda antidemocrática y los portales procastristas nos retrotrae a la época del nazismo, cuyo jefe de propaganda, Joseph Goebbels, en un célebre artículo publicado en enero de 1939 con el título "¿Qué quiere realmente Estados Unidos?" (Was will eigentlich Amerika), afirmaba jactanciosamente que, gracias al nazismo, Alemania "no solo ha abolido el desempleo, sino que incluso tiene hoy escasez de mano de obra", al mismo tiempo que "América del Norte tiene entre 11 y 12 millones de parados".
La propaganda nazi esgrimía, pues, la creación de empleos para justificar o al menos tratar de ocultar los crímenes del nazismo. La propaganda castrista, por su parte, enarbola los desvencijados servicios sociales del Estado y los falsos logros en materia de igualdad para tratar de acallar las críticas a la privación absoluta de libertades públicas que por más de medio siglo ha impuesto la dictadura fidelista.
En el precitado artículo, Goebbels declara igualmente: "El nacional-socialismo es la idea política y la visión del mundo que hoy guía a Alemania. Lo afirma toda la nación alemana. Criticar al nacional-socialismo equivale, pues, a criticar al pueblo alemán en su totalidad".
Los amanuenses del castrismo reaccionan de la misma manera que Goebbels: tildan de "ataque a Cuba" cualquier crítica al régimen castrista y proclaman que "Cuba no está sola", como si el régimen criminal que gobierna la Isla pudiese confundirse con la nación y el pueblo de Martí.
Por otra parte, así como en su artículo Goebbels niega que "el nacional-socialismo sea una dictadura", los procastristas aducen que el de Cuba no es un régimen dictatorial y añaden que el pueblo cubano ha simplemente escogido un modelo de democracia diferente al multipartidismo.
Si así fuese, ¿por qué no se les permite a los cubanos expresar libremente, en las urnas, esa supuesta predilección? ¿Por qué el régimen condenó a largos años de prisión a los patrocinadores del Proyecto Varela, el cual, en conformidad con la Constitución del país, proponía consultar al pueblo sobre la forma de gobierno que deseaba instaurar?
Al actuar de esa manera, el régimen trata a sus ciudadanos como si fuesen niños, incapaces de razonar y decidir por sí mismos, a través del libre debate y de elecciones transparentes, el destino que desean para su país.
Y para que la similitud sea completa, tanto Goebbels como los propagandistas del castrismo estigmatizan a todo un grupo, acusándolo de ser el causante de las críticas provenientes del exterior contra el régimen vigente.
Para Goebbels, "la opinión pública americana, influenciada por los judíos, está tratando de interferir en un grado intolerable en la política doméstica de Alemania". Para la izquierda procastrista, son los "gusanos" de la Florida quienes inducen a la prensa y al Congreso de Estados Unidos a adoptar una actitud crítica con respecto al régimen de La Habana.
El alegato de Goebbels, lo sabemos hoy, de nada sirvió para enmascarar la naturaleza genocida y criminal del Tercer Reich. Como de nada servirán las loas al castrismo para ocultar los estragos económicos, sociales, y sobre todo humanos, causados por el socialismo cubano.
Lo curioso del caso es que, para seguir postrados ante el castrismo, los autodenominados "revolucionarios" de América Latina y del mundo le dan la espalda al postulado fundamental del edificio teórico de su profeta Karl Marx, a saber: es la economía la que determina la viabilidad o no de un sistema político y social y, por ende, la capacidad de dicho sistema a imponerse y prevalecer.
En efecto, si Marx abogó por el socialismo, fue porque entendía que el capitalismo había agotado su potencial de desarrollo y pensaba que el control estatal de la economía, con miras a instaurar la sociedad sin clases, estaba en capacidad de desarrollar, mejor que el capitalismo, lo que llamó las "fuerzas productivas", es decir, la base material y tecnológica de la sociedad.
Por más que los epígonos de Marx se las pasen anunciando la crisis final del capitalismo, es este sistema el que sigue dictando el progreso material y tecnológico del mundo, mientras que el socialismo fracasa en todos y cada uno de los países en que llega a ser impuesto.
Por ello, si fueran consecuentes con la premisa básica del marxismo —es decir, que la robustez económica es el factor determinante de la supervivencia y eventual superioridad de un sistema social— los "revolucionarios" reconocerían el fracaso del socialismo y abandonarían su servil alienación ante el castrismo y sus líderes.
Por calcar los métodos de propaganda del nazismo en vez de extraer las consecuencias lógicas del postulado básico del marxismo sobre el papel fundamental que desempeña la economía, puede decirse que la izquierda pro castrista está más cerca de Joseph Goebbels que de Karl Marx.
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