El buey volando de los cuentapropistas
De poco podrá servir a los cuentapropistas cubanos la atención diferenciada que les dispensó Obama en La Habana, o hasta cualquier tipo de ayuda material que pueda derivarse de su reciente visita. El estancamiento o la mediatización de este sector
responden a una condena congénita, fríamente prevista en su diseño. Porque para la dictadura de los Castro (incluidos descendientes y herederos políticos), la propiedad privada es un delito, siempre que no sean ellos los dueños, y porque según su obtusa e hipócrita manera de enfocarse políticamente hacia el exterior, la solvencia económica del pueblo no puede depender del esfuerzo individual de cada uno de sus miembros, sino del trabajo en rebaño y de la distribución de tipo esclavista, donde el Estado es por ley amo, parásito y único explotador.
Supongamos que gracias a la ayuda procedente del extranjero, y aun al intercambio directo con proveedores de Estados Unidos, los cuentapropistas puedan hallar solución hoy mismo a uno de sus tres grandes impedimentos para el progreso, que es la existencia de un mercado mayorista dinámico y bien surtido, capaz de propiciarle avances sustanciales en la calidad de sus servicios y de permitirles vender a precios mucho más bajos. Todavía van a quedar gravitando sobre sus cabezas dos impedimentos insolubles: los impuestos y el total control del régimen.
En cuanto a los controles totalitaristas, no haría falta insistir, pues ya se conocen suficientes detalles acerca de cómo los trabajadores por cuenta propia los están sufriendo doblemente, como ciudadanos comunes y como personas emprendedoras dentro de un sistema enemigo de la iniciativa individual. Entonces tal vez baste con echarle una ligera ojeada al tema de los impuestos, un instrumento de indiscutible utilidad socio-económica en el mundo real, pero que en nuestro espacio virtual ha devenido ley opresiva y tabla de salvación para el opresor.
Ahora mismo, cuando los pequeños empresarios privados de América Latina pagan por impuestos un promedio de apenas el 27% de sus ingresos anuales, los de Cuba están obligados a pagar hasta el 50%, sin que importe siquiera que su resurgimiento estuviese condicionado por una necesidad extrema del régimen.
Tampoco parece importarles a los caciques de la Isla las recomendaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un organismo que le es tan afín, pero que en este caso aboga por la implementación de políticas que promuevan la inversión pública y privada, mejorando el acceso a los pequeños negocios.
Por otra parte, o por la misma, mientras le aprietan el cuello al sector privado (desentendiéndose de los consejos de su fraterna CEPAL), han estado exonerando de pagar impuestos a las derrochadoras y corruptas empresas del Estado. Para citar solamente un ejemplo, en 2014 la Asamblea Nacional de Cuba liberó de impuestos a entidades con un déficit fiscal de 3.890 millones de pesos. Tales entidades pertenecen al Ministerio del Turismo, a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, alGrupo GAESA, adscrito a las FAR (Fuerzas Armadas), y al Grupo PALCO, las cuales, amparadas por el artículo 63, de la Ley 117, quedaron excluidas de pagar el 10% de sus ingresos al erario nacional. Y no son las únicas, ni las últimas: la misma "suerte" correrían otros importantes monopolios económicos del régimen, como los grupos Palmares o Caracol.
En su afán por frenar el empuje del sector privado, la dictadura no lo ha pensado dos veces a la hora de arrimar para su sartén los instrumentos impositivos del sistema capitalista. Expertos de España han viajado a la Isla con la especial encomienda de entrenarlos en su manejo. También funcionarios de la Administración Tributaria de Cuba fueron a Madrid para recibir adiestramiento en la Agencia Estatal de Administración Tributaria de España (AEAT). Todo esto mediante un programa financiado por la Unión Europea (UE), a la que parece haber correspondido la triste misión de aceitar las armas represivas de la dictadura, inocentemente, claro está, pues, de las lecciones que les imparten, nuestros caciques solo aprovechan aquellas que les sirven para depurar y ampliar la imposición de impuestos al sector privado, al tiempo que tiran a la basura lo aprendido respecto a las obligaciones que tienen los gobiernos ante el ciudadano que los paga.
Ello, claro, no impide que los cuentapropistas continúen en la brecha, y ahora más, con esperanzas renovadas por la visita de Obama. Pero mientras permanezcan atados al yugo castrista, tales esperanzas no pasarán de ser un buey volando.
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