miércoles, 6 de julio de 2016

Nadie 'despierta' un almacén con planificación centralizada

Nadie 'despierta' un almacén con planificación centralizada

Los almacenes repletos de productos ociosos y de lento movimiento son muy frecuentes en las empresas y entidades cubanas. Se trata de una de las anomalías que ha acompañado a la economía nacional durante más de medio siglo.
Es verdad que algunos de esos productos que "duermen" en estantes y anaqueles de determinada entidad pudieran ser utilizados en otra si existiese una vía eficaz de comunicación interempresarial, pero no es menos cierto que generalmente estamos en presencia de surtidos de escasa  calidad y poca aceptación por los posibles consumidores.

La situación vuelve a la palestra una vez más a raíz del artículo "'Despertar' el almacén", aparecido en el periódico Trabajadores. El articulista, como casi siempre sucede al tratarse de la prensa oficialista, no va a la esencia del problema, y sugiere algunas medidas que son el clásico irse por la tangente. En ese contexto aboga por la celebración de expo-ferias de productos ociosos, por que se amplíe la red de tiendas especializadas en este tipo de surtidos, así como que exista una mayor preocupación de los empresarios para resolver semejante entuerto.
Sin embargo, cualquier analista de temas económicos sabe que ese es un mal endémico de las economías que padecen de excesivo estatismo y planificación centralizada, donde lo más importante es cumplir los planes de producción y no la satisfacción de las necesidades de los consumidores.
En el caso específico de Cuba conocemos de esa nefasta práctica de que los productores vendan sus productos a entidades comercializadoras que en ocasiones no pertenecen a su mismo organismo, y después esos comercializadores son los que ofrecen finalmente la mercancía a los consumidores, quienes deberán aceptarla de todas maneras debido a la falta de competencia. De ese modo se produce un divorcio entre productores y consumidores.
También debemos recordar que a las generaciones de economistas cubanos formados en los años 70 y 80 de la pasada centuria, cuando la Isla cayó de bruces en los mecanismos soviéticos de integración, como el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), no se les incluyó el concepto de marketing en sus planes de estudio. Entonces se consideraba que todo lo relacionado con los estudios de mercado eran una técnica capitalista de dirección, incompatible con los postulados marxista-leninistas.
Algunos consideraban que los inventarios ociosos disminuirían tras los cambios implementados por el gobernante Raúl Castro, en especial lo concerniente a la mayor autonomía empresarial. Pero las últimas evidencias indican que no ha sido así, y que productos valorados en cientos de millones de pesos continúan durmiendo en los almacenes de empresas y entidades. Una situación que se repite  en muchos  establecimientos de comercio minorista, repletos de productos toscos e inservibles que la población no compra ni aunque se les rebaje el precio.
Es necesaria una verdadera transformación en la labor de las empresas y entidades. Ellas deben poseer el derecho de producir después de hacer un estudio de las necesidades y preferencias de sus potenciales consumidores. y no verse agobiadas por tantas directivas de los organismos superiores. Hay que hacer válido en nuestra economía aquel principio expuesto por Wassily Leontief, economista norteamericano de origen ruso que obtuviera el Premio Nobel de su especialidad en 1973: a un productor no lo debe evaluar su jefe, sino el cliente.
Por otra parte, la política de sustitución de importaciones enarbolada insistentemente por las autoridades cubanas —que da la impresión de ser más una estrategia que una táctica coyuntural ante las restricciones financieras— pudiera echar más leña al fuego de los inventarios ociosos. Porque cuando se trata de ignorar el principio de las ventajas comparativas esgrimido por el economista inglés David Ricardo en 1817 (es decir, no producir internamente lo que es más ventajoso traer de afuera), a menudo se corre el riesgo de llenar los almacenes con productos que nadie deseará.

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