Pandillas en La Habana, el crimen gana espacios
Testimonios de jóvenes que han entrado al mundo del crimen y las pandillas empujados por la pobreza y, presuntamente, con la tolerancia de la autoridad policial.
Policías solicitan identificación a jóvenes en el Parque Central, La Habana. Foto: Ernesto Pérez Chang (cortesía).
agosto 20, 2015
Héctor llegó a La Habana a finales del 2005. Tenía solo 15 años cuando se tuvo que enfrentar a una ciudad donde el mayor bienestar de sus habitantes es saber que sobreviven en medio de tanta inseguridad. Hoy tiene 25 años y no sabe de otros modos de subsistencia que no sean la prostitución, el proxenetismo y las pandillas.
Héctor vivía en Niquero, provincia Granma, cuando la mala fortuna invadió el hogar: El padre falleció en un accidente doméstico mientras intentaba rellenar un cilindro de gas para cocinar. Un par de años después, la madre enfermó de cáncer y él tuvo que abandonar los estudios en la escuela secundaria para ponerse a trabajar en la finca de un tío paterno que, además de pagarle muy poco, abusaba sexualmente de él e, incluso, lo obligaba a prostituirse.
Aunque era solo un niño de 12 años, el tío lo llevaba casi todas las noches a la casa de un amigo que le pagaba cien pesos (4 dólares) por violar al pequeño que, con el tiempo, llegó a aceptar que el mundo era esa atmósfera de maldades que lo rodeaba y de la que no era posible escapar sino solo adaptarse para continuar con vida.
"Aquí hay que sobrevivir como sea", dice Héctor. Él solo ha accedido a hablar conmigo sobre su vida porque se lo ha pedido un amigo en común, que no es más que el médico al que siempre ha acudido en situaciones de emergencia. "Es el único tipo por el que doy la vida. Él único que me ha ayudado sin ningún interés desde que llegué a La Habana con 15 años".
Héctor tiene VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana). Le detectaron el virus un par de años atrás cuando fue hospitalizado debido a las heridas de bala que recibiera en un enfrentamiento con otros pandilleros de la barriada de Mantilla, en Arroyo Naranjo.
"Cuando aquello yo no estaba en la banda (se refiere a la Banda del Diamante, que operaba fundamentalmente en las áreas aledañas al Parque de la Fraternidad y la calle Monte hasta la Terminal de Trenes), pero mi primo sí. Él tenía unos diez travestis que trabajaban para él pero uno se empató con un p... [hombre que vive de la prostitución masculina] de Mantilla que estaba metido en Sangre por Dolor (pandilla), porque ahí todos son m... (…) Un día me dice Lainier (el primo) que hay una fiesta en Mantilla y yo me voy con él. Yo no sabía que no podíamos entrar en Mantilla y por eso me fui y nada más que hicimos entrar a la casa, se armó. (…) A Lainier le dieron un tiro y a mí me cogió uno en esta pierna y otro en la espalda que casi me deja inválido".
Según María del Carmen Cordero, socióloga que participa de un estudio sobre el tema, aunque tienden a desintegrarse en poco tiempo, cada año surgen alrededor de 5 a 10 nuevas pandillas en La Habana, integradas fundamentalmente por adolescentes que viven en las zonas más pobres de la capital. También se ha notado un incremento de las bandas compuestas por jóvenes provenientes de las provincias orientales –en especial de Granma (cerca del 40% de los jóvenes) y Guantánamo (casi el 30%)– que no pueden aspirar a un estatus legal en la ciudad, debido a las leyes migratorias que los persiguen como a delincuentes.
"Hay que tener en cuenta que, aunque algunas hasta tienen ritos de iniciación y marcas de identidad como tatuajes específicos, las bandas funcionan como especies de sindicatos donde los integrantes obtienen protección", dice María del Carmen, que explica en qué consiste este tipo de amparo: "Yo he recogido testimonios de jóvenes que dicen haber sobornado a policías para que les permitan operar en determinada zona. (…) No quiero decir que sea una relación directa con la institución policial, no creo que exista algo así, sino que se establecen relaciones de compromiso con los agentes que usualmente patrullan las calles. Quien recorre por la noche el Parque de la Fraternidad o la Rampa –bueno, si se atreve a hacerlo–, puede identificar la presencia de pandillas que controlan la prostitución masculina y de travestis, incluso he visto realizar transacciones, negociaciones sexuales, delante de policías y no ha pasado nada, lo cual es un signo no de tolerancia sino de corrupción. (…) Si el muchacho, la muchacha, no se integran a ese sindicato, se le hace muy difícil el trabajo, allí consiguen albergue, conexiones. (…) Recuerda que los recogen en camiones y los deportan. Del mismo modo que hace la perrera con los animales. Es un delito ser oriental y pasar más del tiempo establecido en La Habana. Esas regulaciones han creado otros fenómenos relacionados con los regionalismos, el racismo, el establecimiento de jerarquías sociales entre los mismos cubanos y ha incrementado esos 'sindicatos' que son las pandillas".
Adrián, proveniente de Ciego de Ávila, tiene 31 y estuvo durante más de cinco años vinculado a la pandilla Sangre por Dolor, donde admite que cometió varios crímenes violentos pero solo bajo los efectos del alcohol y las drogas:
"Lo que hay con Sangre por Dolor es un cuento. Es verdad que a veces le decíamos a alguien que entraba nuevo que pinchara (hiriera con arma blanca) a cualquiera, a quien le diera la gana, pero eso lo hacíamos por jodedera, uno se ponía a tomar, se fumaba un pitillo y entonces veía pasar a un infeliz y hacíamos la noche con él. No es como la gente dice, como si fuéramos unos delincuentes. (…) Es verdad que había quien le arrebataba la cartera a una turista o una cámara, una cadena de oro pero eso no quiere decir que fuera la banda. Lo que siempre hay anormales que se ponen a decir que son de Sangre por Dolor. Lo de nosotros, de verdad, son las jevas (se refiere a los travestis) y porque a ellas le gusta eso. Tener al macho que las controla y eso a mí me gusta, a cada cual con lo suyo".
Cuando Adrián estuvo en la cárcel se desvinculó de Sangre por Dolor para unirse a una banda llamada de Los Ángeles, vinculada a la distribución de drogas, el proxenetismo y la prostitución masculina y que usa la esvástica como marca identificativa aunque dicen no estar de acuerdo con la ideología nazi. Un detalle curioso es que algunos de sus integrantes son de piel negra, como el propio Adrián que no oculta sus pensamientos racistas:
"Yo soy negro, es verdad, pero nunca ando con negros. Yo no sé pero jamás me ha gustado andar con negros. (…) El tatuaje no significa nada. Me gustó y me lo hice. Los que andan conmigo también. (…) Yo sé lo que hacían los nazis pero que yo me haya puesto esto no quiere decir que yo sea así. (…) Yo no soy homosexual pero me gustan los travesti y eso es otra cosa, un travesti es una mujer".
Aunque las estadísticas regionales no clasifican a La Habana entre las ciudades más violentas de América Latina y el Caribe, en los últimos años se nota un incremento de la criminalidad asociada a las pandillas. El psicólogo Manuel Fabián Orta, que dirige un grupo de atención a adolescentes con trastornos en la conducta, reconoce que el fenómeno pudiera ir en aumento y que, en consecuencia, el panorama llegará a ser muy similar al de algunos países de Centroamérica donde el asunto está fuera de control:
"La violencia, asociada a pandillas criminales, crece y a un ritmo preocupante. Si no se hace algo, pronto será como en El Salvador o en Guatemala. Eso lo trae la pobreza. Hay demasiada pobreza. Espiritual y material. Los valores familiares, sociales, se han resquebrajado y ha surgido una mentalidad nueva, un verdadero hombre nuevo que no cree en otro valor que no sea el dinero. Todo es válido para obtenerlo y la sociedad cubana, lejos de convertirse en una sociedad con altos valores, como supuestamente era el plan de la revolución, se transformó en un cuadrilátero de boxeo donde solo se puede resistir, luchar y vencer, pero en los peores sentidos de esos términos. Vender el cuerpo no es un problema para ese hombre nuevo, perder la nacionalidad tampoco lo es; y no les hablemos de identidad nacional ni cultural ni de trabajar por el futuro, porque no entenderían nada. El cubano típico, el común, solo sabe del presente; lo demás, como dicen los mismos jóvenes, es 'estar mareado' (no ser avispado)".
[Publicado originalmente en Cubanet, el 20 de agosto de 2015].
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