jueves, 1 de diciembre de 2016

El miedo a la libertad

El miedo a la libertad


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Sagua la Grande, Villa Clara. (M. GONZÁLEZ VIVERO)
Por estos días muchos han celebrado la muerte de Fidel Castro, excepto, por supuesto, los comunistas de vieja escuela y los intelectuales de extrema izquierda, pero me llamó la atención el incierto malestar de un grupo de cubanos de mi generación, 70-80. Estos eran presa de una suerte de melancolía por la muerte del "Comandante" que no logro entender. La mayoría viven fuera, probablemente ninguno se ha vinculado antes o después de irse a alguna acción de tipo política (de la ideología que sea) para cambiar las cosas en Cuba, pero aun así estaban "tristes". Estos "tristes" intentaban defender su derecho a la tristeza, a no celebrar la muerte, se sentían turbados. Actúaban como parte de esa ciudadanía que creció creyendo que Fidel era inmortal, que lo sabía todo, y que explicaba las cosas "malas" porque "Él" no lo sabía.

Durante los últimos días me he preguntado qué significa esa melancolía. Quiero leerla como síntoma cultural. ¿Ideología? (Alianza secreta del comunismo internacional). ¿Moral? (No se debe uno alegrar por la muerte de otro como muchos decían.) ¿Nostalgia de qué? ¿Por qué la turbación?
Estos melancólicos son prisioneros de los símbolos de la infancia, es precisamente con esa suerte de cariño infantil que sufren su melancolía. Ellos son, sin dudas, revolucionarios sentimentales, aunque tal cosa parezca una contradicción en sus términos. Y es que ahora que nos acercamos al final de la historia, pareciera que la herencia mejor lograda por la Revolución Cubana ha sido la herencia sentimental. Porque, quién lo diría, después de las guerrillas impulsadas por toda Latinoamérica, los fusilamientos, las detenciones arbitrarias, las escuelas en el campo y la guerra de todo el pueblo, lo único que queda para los que aún se reconocen dentro de ese mapamundi es un apego que va más allá de toda racionalidad (tonadilla de Marco Antonio Solís). 
Creo que estas reacciones son las consecuencias claras del perverso experimento social a que nos hemos visto sometidos en Cuba. Una suerte de campo de concentración masivo donde se repite una misma voz, una figura, unos gestos, por más de 50 años; y cuando escapas descubres que tienes esa imagen metida en el cuerpo, que no serátan fácil deshacerte de ella. Es una muestra de cómo el aislamiento y la indoctrinación sí funcionan, de cómo no basta escapar del país para aprender a ser libre. Porque la primera libertad viene de adentro, de saber cuestionar las verdades que te imponen, de hacerte las preguntas incómodas todo el tiempo, aunque nadie te escuche. La libertad viene después de reconocer que has vivido en un sistema que impone el miedo, y que estás por consiguiente aterrado de atravesar la línea que ellos demarcan. Aterrado de hablar y relacionarte con los que la cruzan.
Muchos cubanos emigran para no verse forzados a atravesar esa línea. Abandonan la Isla y su sistema, abandonan a su Fidel, pero viven la vida entera sin atravesar la puerta de la Libertad. Sin hacer un recuento claro sobre los hechos y la historia más allá de la necesidad material que a todos nos ha agobiado.  
Qué terrible ha sido esta historia que nos ha convertido en extranjeros en la propia casa, que nos ha obligado a abandonar el país, pero a vivir sin traspasar por los límites que nos impusieron, porque esa nostalgia es una piedra de molino con las iniciales F.C. Haría falta un exorcismo, una profanación colectiva, un despojo, un maleficio, para quitarnos de encima la mala sombra del tirano que ha confinado a Cuba y los cubanos a vivir perpetuamente en el miedo a la libertad.

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