jueves, 9 de junio de 2016

¿Qué hay detrás del disparate castrista llamado Plan de Desarrollo Nacional hasta 2030?

¿Qué hay detrás del disparate castrista llamado Plan de Desarrollo Nacional hasta 2030?

El finalizado VII Congreso del PCC ha sido toda una lección de cómo romper las disonancias y las disidencias dentro de Cuba. Las disonancias, porque eran muchos los ruidos en torno a si debían hacerse o no cambios de actores y de poderes; si por fin el "modelo", tras un largo vuelo estratosférico, iba a aterrizar en suelo coherente, sólido. Disidencias rotas, porque a la altura de casi 60 años muchos y diversos en ideas son quienes dentro de las filas comunistas se oponen a continuar la navegación al pairo.

Para romper la disonancia, es decir, disminuir los conflictos éticos generados por no hacer nada y parecer que se hace mucho, escogieron la clásica maniobra antidisonante de romper con la lógica: Plan de Desarrollo Nacional hasta 2030. Como han dicho muchos, parece un mal chiste, una aberración, tal vez un delirio. ¿A quién en la historia de la humanidad se le ha ocurrido planificar el desarrollo de su país para más de 15 años? A primera vista a ese plan de desarrollo le caben todos esos adjetivos y más. Pero si algo debemos aprender de los ideólogos del Partido es que nada allí es espontáneo o desordenado.   
Una lectura cuidadosa del proyecto de desarrollo, con sus ejes y sectores estratégicos para hacer el socialismo sustentable, pareciera ignorar que el mundo se moverá de manera muy rápida y no planificada en el siguiente lustro. Con un desconocimiento muy obvio para ser involuntario, los ideólogos parecen pasar por alto que los medios de producción y por supuesto, las relaciones de producción, están dando un giro que nos colocará a todos, precisamente en apenas cinco años, en una dimensión económica, cultural y política desconocida.
Basta tomar la producción de energía, el transporte, las telecomunicaciones y la medicina. Las investigaciones actuales para obtener gas y petróleo por métodos menos ortodoxos, como el fracking, ha hecho caer los precios de los hidrocarburos. Estados Unidos se ha convertido en productor y exportador de petróleo, y con eso ha arruinado las débiles economías monoproductoras. Pero el cambio real está por llegar con fuentes de energía renovables, eficientes, de muy alta tecnología. El pronóstico es ver esos resultados en menos de cinco años.
El transporte naval, aéreo y terrestre hoy está totalmente controlado por computadoras de una altísima capacidad. Y los primeros automóviles sin chofer están anunciándose para dentro de tres años. Las telecomunicaciones son esenciales para el desarrollo; ya no solo el acceso ilimitado a internet y las redes sociales; las pequeñas y medianas empresas acceden desde hace lustros al mercado para vender, comprar y anunciarse sin restricción alguna. Hoy un solo hombre es toda la empresa —no hay explotados ni explotadores— y trabaja desde su casa en París, conectándose con Beijing o Nueva York al mismo tiempo. Aunque el inefable Concorde lo hubiera permitido hacer tres decenios atrás, en menos de un lustro se cree que cualquiera podrá desayunar en China, almorzar en Paris y cenar en Nueva York.
La medicina está dando un vuelco de ciencia ficción. Los futuros antibióticos no atacaran bacterias sino estimularán la defensa del organismo. Las terapias genéticas y de células madre podrán mejorar enfermedades hasta ahora incurables. El campo de los anticuerpos y la generación de medicamentos en computadoras es una realidad hace muchos años.
Ciertamente, lo dicho no aplica para todos los países. La carrera por el desarrollo es exponencial, y quienes van delante no esperan por los que vienen detrás. También es cierto que la libertad para producir y para crear, el respeto a las leyes y a la democracia, el ingenio y el sacrificio de los pueblos puede ponerlos en esa avanzada. Los Tigres de Asia son un ejemplo paradigmático.
Para llevar adelante ese salto al desarrollo hay que trabajar con las generaciones jóvenes actuales. Formar un hombre nuevo de verdad, no el de las consignas. Un hombre y una mujer nuevos que piensen con cabeza propia, libres para elegir y responsabilizarse con sus decisiones; hombres y mujeres nuevos para los cuales la familia y los hijos están primero que el Partido o el máximo líder; hombres y mujeres para los cuales el trabajo es placer, un culto, porque con su esfuerzo pueden poner los alimentos sobre la mesa, vestirse como gusten, viajar y descansar cuando puedan. Un hombre o una mujer para la cual quedarse en casa ayudando a criar los hijos no es demérito sino un trabajo insuperable, y al cual algunos ya están tratando de bien remunerar. Hombre nuevo, en fin, hombre libre, sin ataduras ni fanatismos políticos o religiosos, que es la única manera de ser personas buenas, honestas, provechosas para sus familias y la sociedad.
El Plan de Desarrollo Nacional hasta 2030 no habla de nada de eso. Todo lo contrario. Y no puede hacerlo pues el proceso, lo que está más allá de una simple lectura, es trotar en la caminadora; que el tiempo pase hasta que quienes han armado el berenjenal mueran plácidamente en sus camas, y los que queden sean tan ancianos que juzgarlos se convierta en un acto de crueldad. En ese sentido, adquiere toda lógica la antidisonancia del dato 2030. Es un cálculo conservador: quienes ahora están en el timón y son absolutamente responsables del desastre de medio siglo, tienen entre 70 y 90 años —siempre hay algún longevo. Los octogenarios podrían no ver la luz del 2029, y los que frisan la séptima década, si sobreviven hasta entonces, tendrán más de 80.
Por ahora, lo que toca es no hablar mucho del hombre nuevo y sí del hombre del saco. Ese hombre malo de quien la abuelita decía iba a venir a llevárselo a uno si no se comía toda la comida. El hombre del saco es el capitalismo abyecto y vulgar. De ese sí no se deja de hablar ni un día por los jerarcas cubanos. Un capitalismo que menos del 20 % del pueblo de la Isla conoció, y habita el 70 % de la tierra —si descontamos China, Cuba y Corea—. A los jerarcas cubanos hay que creerles el cuento de esa maldad. Comerse toda la guayaba del 2030. Y la de los ejes y sectores estratégicos. Y la de una economía socialista planificada sustentable, perfecto oxímoron de postre. Porque de no hacerlo, el hombre nuevo se las tendrá que ver con el hombre del saco, ese mismo que anda viajando todos los días a la Isla desde el Norte, usa saco y corbata, y hasta ahora no se ha comido a nadie.

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