domingo, 5 de junio de 2016

Los medios en Cuba no son cronistas de época

Los medios en Cuba no son cronistas de época

Un vendedor de periódicos en una calle de La Habana. (REUTERS)
Los medios de comunicación de Cuba no son cronistas de su época, como ocurre en todo país normal. Cuando el castrismo sea ya solo el recuerdo de una  larga pesadilla, muy poco de lo escrito en la prensa plana, o difundido en la TV, la radio, el cine, internet  o los ensayos publicados en la Isla, tendrá realmente valor histórico o sociológico.

Tampoco servirá de mucho  la literatura escrita y publicada desde que Fidel en 1961 adaptó una célebre frase de Benito Mussolini y precisó: "Dentro de la revolución todo; contra la revolución, nada". Pero no es en la literatura donde me quiero detener hoy, sino en la prensa.
La razón de ello  la resume  un comentario  que me hizo una  destacada colega y amiga hispana que hace algún tiempo fue de visita a La Habana: "Es increíble, en los periódicos y la televisión no te enteras de nada de lo que está pasando en Cuba y afecta a la gente de a pie".
El papel de la prensa como veedora de la realidad cotidiana es bien  antiguo. En la Roma imperial, por ejemplo,  las cartas (escritas para ser publicadas) de Plinio el Joven permitieron conocer detalles de la vida romana y de la erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya. Pero fue luego de que Gutenberg  en el siglo XV revolucionó al  mundo con la imprenta que la prensa escrita hizo propiamente su aparición, con las hojas volantes impresas que describían la vida urbana, rumores, curiosidades y daban  noticias. En América la primera hoja volante se vendió en la Nueva España en 1542, y relataba un terremoto ocurrido en Guatemala.
En el siglo XVII surgieron los periódicos impresos. Con la Revolución Francesa  se crearon más de 300 periódicos, casi todos destilando sangre, pues unas 40.000 personas fueron guillotinadas, sobre todo en el período de Terror (1793-1794). Desde aquellos tiempos genésicos hasta hoy, en que la noticia se eleva 35.786 kilómetros en el cosmos y rebota desde un satélite artificial hasta nuestro  teléfono móvil, la prensa escrita, radial, online, o televisada,  deja constancia fundamental de lo que ocurre en cada nación y en el mundo, siempre que no lo impida un régimen tiránico.
Cuando Fidel Castro tomó el poder en 1959 lo primero que hizo fue estatizar los periódicos, revistas, radioemisoras y los canales de TV. Así, lejos de restablecer las libertades en el país como había prometido desde la Sierra Maestra, las suprimió por completo.  Cuba había sido hasta entonces el país con más periódicos, revistas y aparatos de TV per cápita en toda Latinoamérica.
De hecho, Castro convirtió en propiedad suya a la televisión e hizo un uso de ella nunca antes visto. Dirigía el país por televisión, pues en sus intervenciones televisadas tomaba decisiones que afectaban a todo el pueblo.
Como también estatizó todo el sistema de educación, y expulsó del país a sacerdotes y monjas, el dictador cumplió el sueño de Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista de Italia, para quien la vía para implantar el comunismo no era la revolución sangrienta postulada por Marx y Lenin, sino lograr el control de las escuelas y universidades, los medios de comunicación, y acabar con la influencia religiosa en la población. Entre 1960 y 1961 Fidel lanzó la mayor operación de lavado de cerebro realizada nunca en las Américas.
Y si bien hoy con los "paquetes de TV", los teléfonos celulares, memory flash, tabletas, etc, muchos jóvenes se enteran en la Isla de lo que oculta la prensa nacional, la abrumadora  mayoría de la población sigue teniendo una visión distorsionada del mundo y de Cuba.
Ocultar la verdad
La prensa castrista  no cumple la máxima martiana de que "la palabra es para decir la verdad, no para ocultarla".  Tampoco cumple la regla universal periodística de que en una noticia hay que ofrecer todos los elementos en juego, y que con despolitizada objetividad hay que reflejar las dos caras de la moneda. El PCC obliga a que se dé una sola, la favorable a la "revolución".
No fue leyendo Pravda que se enteraron los soviéticos de los 20 millones que murieron durante el terror estalinista de 1932-1941 en la Unión Soviética,  la mitad  fusilados y la otra mitad de hambre a causa de la colectivización de las tierras, según un informe del Partido Comunista de la URSS en un pleno del Comité Central en 1960 presidido por Nikita Jrushov. Ni por medio de Renmin Ribao(Diario del Pueblo) los chinos supieron de los millones de ciudadanos ejecutados o asesinados durante la "revolución cultural" de Mao Tse Tung.
RevoluciónHoyGranma, la radio y la TV y el ICAIC  jamás reflejaron los miles de fusilamientos extrajudiciales en el Escambray, o de "gusanos" civiles; ni  el desalojo, detención y traslado forzoso de miles de familias campesinas de Villa Clara hacia "pueblos cautivos" en Pinar del Río; o las expropiaciones y abusos contra quienes deseaban emigrar, los atropellos y crímenes cometidos en laUMAP y en las prisiones, etc.
¿Podemos hoy imaginarnos que Juventud Rebelde publique una foto de Antonio Rodiles con la nariz destrozada luego de ser golpeado por un esbirro, o ver en la TV a una Dama de Blanco arrastrada por el piso hacia un vehículo del MININT?   
¿Puede leerse  en Bohemia un reportaje sobre la pobreza extrema de los cubanos, la falta de libertades básicas,  o las tribulaciones de la gente para conseguir alimentos, vivienda, ropa; o la prostitución controlada por la propia policía, o detalles de la dolce vita del generalato y la elite civil de la dictadura?
"Radio Bemba"
No, los cubanos de a pie solo conocen lo que acontece en su barrio de residencia, o en la ciudad si no es muy grande,  y gracias a "Radio Bemba", el medio de difusión de nuestros primitivos ancestros en la Edad de Piedra:  la comunicación oral de persona a persona, típica hoy en naciones con regímenes totalitarios.
Pero esa comunicación ancestral no trasciende a conglomerados humanos lejanos, puede ser solo un rumor, y  no deja constancia imperecedera para los historiadores y sociólogos, que es el punto que quiero destacar.
O sea, hurgando en los medios de la Isla a partir de 1960 los futuros investigadores sociales no podrán conocer las entrañas del castrismo, ni los detalles del cataclismo que convirtió en ruinas a uno de los países latinoamericanos más prósperos hasta 1958.
Claro, por suerte contarán con el vasto volumen de información y de testimonios acumulado por la diáspora cubana, y por los valerosos  periodistas independientes en la Isla, que pese a las palizas, el encarcelamiento y el hostigamiento constante, sí están dejando constancia del drama cotidiano causado por los hermanos Castro.
Sin embargo, esos periodistas se ven obligados a difundir esencialmente allende los mares lo que otean de la realidad cubana. Irónicamente, no son aceptados en la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) cuando son precisamente ellos  los cronistas de su época, y quienes preservarán la honrosa tradición del periodismo cubano: José Martí,  Juan Gualberto Gómez, Manuel Márquez Sterling  y tantos otros tantos brillantes exponentes de la profesión.

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