Padre Félix Varela, el valor de la dignidad
Hace algunos años, mientras practicaba un deporte en La Habana, por alguna razón mencioné al padre Félix Varela. Un par de muchachones con los cuales jugábamos, me miraron extrañados. "Félix Varela, ¿el padre de quién?", preguntó uno. "Félix Varela tuvo hijos, ¿verdad?", remató el otro. No supe que decirles; por dónde empezar. Félix Varela había sido un sacerdote cubano, que por supuesto no había tenido hijos y murió en Estados Unidos, traté de explicarle entre sudores, desalientos, risas morbosas. Y
entonces comenzó el choteo para ellos: que si Varela se había "pirado" en una balsa, que si el padre era un mártir de la revolución cómo es que era religioso, si Varela era comunista arrepentido y lo mejor que hizo fue irse de Cuba…
Dos conclusiones saqué de aquella ya lejana experiencia: el padre Félix Varela es un gran desconocido, al menos para la mayoría de los jóvenes en Cuba, y una parte importante de la juventud, atenazada por las frustraciones y el diario luchar, todo lo relaciona con alejarse de Cuba y tener a Estados Unidos como la gran meta de sus vidas.
Este 25 de febrero se cumplirán 163 años del fallecimiento del padre en San Agustín de la Florida, a cientos de kilómetros de su isla amada, en medio de la mayor soledad y miseria imaginables para un hombre que, con toda razón, puede ser considerado uno de los padres fundadores, acaso el primero, de la nación cubana.
Había nacido en La Habana y bautizado en la Iglesia del Santo Ángel Custodio. Al morir su madre, contaba solo tres años de edad, y su abuelo Don Bartolomé, oficial en servicio del ejército español, lo lleva a vivir a San Agustín. Allí Varela aprenderá con el padre O’Reilly idiomas, violín, ciencias, y su fe cristiana se tornará vocación. Al regresar a La Habana con 14 años, solicita entrar al Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
El aval científico y profesoral del padre Varela es demasiado extenso para tan poco espacio. Puede ser considerado nuestro primer hombre "renacentista", en el sentido de dominar casi todas las ramas del saber. Fundó el primer laboratorio de física experimental, el observatorio de astronomía, la Sociedad Filarmónica de La Habana —tocaba bien el violín—, formó parte de la Sociedad Económica Amigos del País, sus libros de filosofía, física y ética eran material de estudio en Cuba y fuera de ella.
Al ocupar por oposición la Cátedra de Constitución del Seminario estaba sellando su destino político: ir a las Cortes españolas en representación de Ultramar. Nunca volvería a pisar tierra cubana el maestro de José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco y Domingo del Monte, maestros a su vez de Rafael María de Mendive, padre intelectual de José Martí. En todo ese periplo parlamentario, que duró poco, vota contra el Rey tras la invasión napoleónica a la Península. Pesa entonces contra él la sentencia de muerte, y escapa a Estados Unidos, un lugar del que conoce lengua y costumbres.
Es en estas tierras norteamericanas donde el padre alcanza, según el poeta, su definición mejor como patriota y sobre todo, como sacerdote y teólogo. Y es, desgraciadamente, la parte de la vida de Varela menos conocida, al menos dentro de Cuba.
Funda acá El Habanero, en el cual refleja su ideario independentista. Es importante decir que el independentismo del padre no es suicida ni inmaduro. Para Varela la independencia de Cuba, como para el resto de América Latina, debía ser un proceso que tomara tiempo pues se corría el riesgo de instaurar dictaduras criollas peores que las peninsulares. Casi dos siglos después tal profecía ha sido cierta.
Su trabajo en la diócesis de Nueva York le hubiera valido ser obispo auxiliar si los representantes de la Corona española no obstaculizan el nombramiento por el Vaticano. No obstante, fue vicario general, represente conciliar —Baltimore— y consultor teólogo en el Concilio de Maryland. Puede decirse sin temor que el padre ha sido uno de los teólogos hispanos más importantes de Estados Unidos. La emigración irlandesa de esos años debe al padre Varela haberlos acogido; crear escuelas e instituciones para enseñar oficios, sobre todo a las mujeres.
Como el caso de José Martí, Cirilo Villaverde o Heredia, su obra cumbre, trascendente, está escrita en Estados Unidos. Cartas a Elpidio —Elpos es Esperanza— debería estar en la cabecera de la cama de cada joven cubano. Los consejos que el padre le da a los jóvenes de cualquier generación sobre los efectos de la impiedad y la superstición tienen hoy total actualidad.
El padre Félix Varela fue perseguido con odio por España; los secuaces de la Corona en la Isla se encargaron de borrarlo de los anales de la cultura, la teología o el pensamiento cubanos. Antiguos alumnos se desentendieron de él, y enfermo, debilitado por el asma, buscó refugio en San Agustín, la misma ciudad que había conocido de niño. Hoy en su catedral hay una estatua del padre.
En Cuba la Orden Félix Varela, creada en 1981, se otorga por méritos y aportes extraordinarios a la cultura cubana. Pero, sinceramente, pudiera hacerse mucho más para dar a conocer quien escribiera que deseaba ver a Cuba "tan isla en lo político como lo es en la naturaleza". El mismo hombre que, poco antes de morir, y sin contradecir su afán de libertad, pidió confesarse y confirmar su fe cristiana, en medio de la miseria humana y material.
Los restos del padre Félix Varela no fueron trasladados a Cuba hasta 1911 y descansan en el Aula Magna de la Universidad de la Habana. Tal fue su destino incierto. No pudo o rechazó, según quien cuente la historia, regresar mientras la tiranía española estuviera sobre suelo cubano. Por todo su significado para Cuba y su cultura, para la Iglesia y la emigración de todos los tiempos, y por ese acto de suprema dignidad que es vivir sin patria pero sin amo, el padre Varela merecería tener un enorme mausoleo donde las nuevas generaciones de cubanos tributaran merecido respeto.
Hace algunos años, mientras practicaba un deporte en La Habana, por alguna razón mencioné al padre Félix Varela. Un par de muchachones con los cuales jugábamos, me miraron extrañados. "Félix Varela, ¿el padre de quién?", preguntó uno. "Félix Varela tuvo hijos, ¿verdad?", remató el otro. No supe que decirles; por dónde empezar. Félix Varela había sido un sacerdote cubano, que por supuesto no había tenido hijos y murió en Estados Unidos, traté de explicarle entre sudores, desalientos, risas morbosas. Y
entonces comenzó el choteo para ellos: que si Varela se había "pirado" en una balsa, que si el padre era un mártir de la revolución cómo es que era religioso, si Varela era comunista arrepentido y lo mejor que hizo fue irse de Cuba…
Dos conclusiones saqué de aquella ya lejana experiencia: el padre Félix Varela es un gran desconocido, al menos para la mayoría de los jóvenes en Cuba, y una parte importante de la juventud, atenazada por las frustraciones y el diario luchar, todo lo relaciona con alejarse de Cuba y tener a Estados Unidos como la gran meta de sus vidas.
Este 25 de febrero se cumplirán 163 años del fallecimiento del padre en San Agustín de la Florida, a cientos de kilómetros de su isla amada, en medio de la mayor soledad y miseria imaginables para un hombre que, con toda razón, puede ser considerado uno de los padres fundadores, acaso el primero, de la nación cubana.
Había nacido en La Habana y bautizado en la Iglesia del Santo Ángel Custodio. Al morir su madre, contaba solo tres años de edad, y su abuelo Don Bartolomé, oficial en servicio del ejército español, lo lleva a vivir a San Agustín. Allí Varela aprenderá con el padre O’Reilly idiomas, violín, ciencias, y su fe cristiana se tornará vocación. Al regresar a La Habana con 14 años, solicita entrar al Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
El aval científico y profesoral del padre Varela es demasiado extenso para tan poco espacio. Puede ser considerado nuestro primer hombre "renacentista", en el sentido de dominar casi todas las ramas del saber. Fundó el primer laboratorio de física experimental, el observatorio de astronomía, la Sociedad Filarmónica de La Habana —tocaba bien el violín—, formó parte de la Sociedad Económica Amigos del País, sus libros de filosofía, física y ética eran material de estudio en Cuba y fuera de ella.
Al ocupar por oposición la Cátedra de Constitución del Seminario estaba sellando su destino político: ir a las Cortes españolas en representación de Ultramar. Nunca volvería a pisar tierra cubana el maestro de José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco y Domingo del Monte, maestros a su vez de Rafael María de Mendive, padre intelectual de José Martí. En todo ese periplo parlamentario, que duró poco, vota contra el Rey tras la invasión napoleónica a la Península. Pesa entonces contra él la sentencia de muerte, y escapa a Estados Unidos, un lugar del que conoce lengua y costumbres.
Es en estas tierras norteamericanas donde el padre alcanza, según el poeta, su definición mejor como patriota y sobre todo, como sacerdote y teólogo. Y es, desgraciadamente, la parte de la vida de Varela menos conocida, al menos dentro de Cuba.
Funda acá El Habanero, en el cual refleja su ideario independentista. Es importante decir que el independentismo del padre no es suicida ni inmaduro. Para Varela la independencia de Cuba, como para el resto de América Latina, debía ser un proceso que tomara tiempo pues se corría el riesgo de instaurar dictaduras criollas peores que las peninsulares. Casi dos siglos después tal profecía ha sido cierta.
Su trabajo en la diócesis de Nueva York le hubiera valido ser obispo auxiliar si los representantes de la Corona española no obstaculizan el nombramiento por el Vaticano. No obstante, fue vicario general, represente conciliar —Baltimore— y consultor teólogo en el Concilio de Maryland. Puede decirse sin temor que el padre ha sido uno de los teólogos hispanos más importantes de Estados Unidos. La emigración irlandesa de esos años debe al padre Varela haberlos acogido; crear escuelas e instituciones para enseñar oficios, sobre todo a las mujeres.
Como el caso de José Martí, Cirilo Villaverde o Heredia, su obra cumbre, trascendente, está escrita en Estados Unidos. Cartas a Elpidio —Elpos es Esperanza— debería estar en la cabecera de la cama de cada joven cubano. Los consejos que el padre le da a los jóvenes de cualquier generación sobre los efectos de la impiedad y la superstición tienen hoy total actualidad.
El padre Félix Varela fue perseguido con odio por España; los secuaces de la Corona en la Isla se encargaron de borrarlo de los anales de la cultura, la teología o el pensamiento cubanos. Antiguos alumnos se desentendieron de él, y enfermo, debilitado por el asma, buscó refugio en San Agustín, la misma ciudad que había conocido de niño. Hoy en su catedral hay una estatua del padre.
En Cuba la Orden Félix Varela, creada en 1981, se otorga por méritos y aportes extraordinarios a la cultura cubana. Pero, sinceramente, pudiera hacerse mucho más para dar a conocer quien escribiera que deseaba ver a Cuba "tan isla en lo político como lo es en la naturaleza". El mismo hombre que, poco antes de morir, y sin contradecir su afán de libertad, pidió confesarse y confirmar su fe cristiana, en medio de la miseria humana y material.
Los restos del padre Félix Varela no fueron trasladados a Cuba hasta 1911 y descansan en el Aula Magna de la Universidad de la Habana. Tal fue su destino incierto. No pudo o rechazó, según quien cuente la historia, regresar mientras la tiranía española estuviera sobre suelo cubano. Por todo su significado para Cuba y su cultura, para la Iglesia y la emigración de todos los tiempos, y por ese acto de suprema dignidad que es vivir sin patria pero sin amo, el padre Varela merecería tener un enorme mausoleo donde las nuevas generaciones de cubanos tributaran merecido respeto.
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