¿De dónde salen tantas jineteras?”
Historias contadas por quienes sufren la falta de oportunidades en la Cuba actual
lunes, noviembre 17, 2014 | Ernesto Pérez Chang | 0 Comentarios
LA HABANA, Cuba. -¿Cuántos cubanos en edad laboral pasan el día en las calles, parques o sentados a la entrada de sus casas, aparentemente practicando la vagancia, viviendo del azar, de algún negocio furtivo o de las contingencias del momento? Nadie lo sabe con exactitud.
Para conocer algunas aristas de este fenómeno hemos salido a recoger las opiniones de quienes viven estos complejísimos escenarios de la Cuba actual. Para no perjudicar a estas personas cuyos oficios son ilegales pero que aun así nos han confiado sus testimonios, prescindiremos de la publicación de sus apellidos así como de sus imágenes.
Alina es santiaguera y con solo 18 años es madre soltera de dos hijos a los que se ha visto obligada a mantener desde que ella misma era una niña de 15 años. Desde los 12, Alina vino ilegalmente a vivir a La Habana con su madre, que en la actualidad cumple condena por delitos de posesión de drogas. A pesar de las llamadas de advertencia de la policía, la muchacha ha tenido que continuar ejerciendo el único oficio que le enseñó la madre: la prostitución.
Alina, que aparenta muchos más años que los cumplidos, pasa todo el día, incluso hasta altas horas de la madrugada, sentada en un parque cercano al solar donde vive en la calle San Ignacio, justo a una cuadra de la Plaza Vieja. Nos habla de sus hijos y de las duras situaciones que enfrenta para darles de comer y para pagarle a la mujer que se los cuida mientras ella atiende a los clientes. Cuando le preguntamos por qué no trabaja para el Estado nos responde lo que, para cualquier cubano, es una verdad de Perogrullo: “porque lo que me pagaría no me alcanza ni para empezar el mes”.
“Con un salario no puedo hacer nada. Dime, ¿quién vive aquí de un salario? ¿De dónde tú crees que salen tantas jineteras (prostitutas)? Todos quieren irse de aquí. Cuando metieron presa a mi mamá salí a buscar un trabajo pero todo lo que encontré era limpiando pisos el día entero, por 10 dólares al mes, y mis hijos con la boca abierta pidiendo comida. Así que era esto, salir a robar o la droga y ya tengo la experiencia de mi madre, así que eso para mí está perdonado (…). No sé si estudiar le resolverá algo a la gente pero para mí que no. Aquí donde vivo hay gente que ha estudiado, se han quemado las pestañas durante años y pasan más trabajo que yo. Incluso a veces he tenido que prestarles dinero para que coman. Me critican por lo que hago y por ser como soy y hasta a veces llaman a la policía cuando meto mis escándalos pero yo ni mis hijos pasamos hambre (…). Sé que algún día me tocará irme con un yuma [extranjero] y mis hijos no vivirán aquí pasando trabajo, y eso no lo voy a lograr limpiando piso ni detrás de un buró”.
Luis Ángel terminó una ingeniería en la Universidad Politécnica José Antonio Echeverría (CUJAE) y, aunque reside en un municipio del centro de La Habana, fue enviado a pasar el servicio social obligatorio en una empresa de muebles sanitarios en San José, provincia de Mayabeque. Además de las horas que debía emplear tan solo en viajar desde su casa hasta San José y en retornar, en su primer día de trabajo le informaron que a los recién graduados se les ubicaba directamente en la línea de producción, como a un obrero más, y que, terminado el servicio social de 2 años, no le aseguraban una plaza como profesional. Inmediatamente renunció y, en consecuencia, su título ha sido invalidado.
Luis Ángel pasa horas sentado en el parque esperando por algún extranjero o extranjera que desee contratar sus servicios de “guía de turismo”. A pesar de no dominar muy bien ningún idioma ni conocer la historia de la ciudad donde nació, dice tener suerte y ganar en unos pocos días lo que hubiera obtenido por casi seis meses en un empleo del Estado:
“No hay que hablar mucho inglés, solo saber lo que vienen a buscar. Les digo ‘chicas’ y ellos entienden rápido. ‘Habanos’, ‘chicas’, ‘love’ y ellos caen. Ninguno quiere saber nada del Capitolio ni del Morro, todos vienen buscando la ‘carne’ fresca y barata, los tabacos. (…) Ya yo tengo mis puntos fijos y mi trabajo es llevarlos. Por eso me dan una comisión (…). ¿Quién quiere trabajar ocho horas todos los días para al final morirse de hambre? En primer lugar, te pago si encuentras un trabajo ahora mismo, pero, además, si lo encuentras te van a pedir mil papeles. Que si la baja del servicio militar, que si el servicio social, que el aval, que si el CDR (Comité de Defensa de la Revolución) y después todo lo que te cae encima, que si las guardias, que si las MTT (Milicias) y el Sindicato. No te creas, ya he pasado por todo eso varias veces y para nada. Ahora soy mi propio jefe (…). Aquí hay días que me he ido con 50 y hasta 100 fulas, más las cosas que se pegan por el camino (…), yo ni robo ni ando en movidas raras. (…) Nunca me he acostado con un yuma, yo no soy de esos, pero si me aseguran que van a sacarme de aquí no sé lo que te diga (se ríe)”.
Elio tiene 54 años y quedó sin empleo desde hace 5 meses. Desde entonces vive de los trabajos casuales que encuentra en la calle y de un poco de dinero que no regularmente le envía un hijo que vive en México. Sabe algo de mecánica y eso lo ha ayudado a sobrevivir. “Sentado en mi casa nadie va a tocarme a la puerta para darme de comer”, nos dice para responder por qué pasa todo el día en el parque “sin hacer nada”, y la pregunta lo ofende visiblemente:
“No te digo que aquí no haya gente vaga y rateros. Sé que hay de todo pero yo no soy un vago. (…) Trabajé durante treinta años. Y cuando era joven estuve voluntario en la agricultura varias veces y movilizado. (…) Trabajé en la marca Suchel hasta que me dejaron excedente. Como fui de los últimos en llegar, cuando hicieron las reducciones, me dejaron fuera. Pero antes había trabajado en los ferrocarriles hasta que cometí la locura de irme para Suchel. Ahora estoy tratando de encontrar un trabajo para acumular los años que me quedan y jubilarme pero no encuentro nada, ni siquiera en los ferrocarriles. Hay plazas pero no las pueden ocupar o no quieren. En todos lados la cosa está difícil y con 50 años es peor (…). ¿Qué voy a hacer encerrado en mi casa? Salgo, me pongo a conversar aquí, de pelota, de lo que sea, y además de olvidar que mi mujer está enferma y que mi otro hijo está preso, siempre aparece alguien que necesita que le pinte la casa o le haga algún trabajito y me gano mi dinero honradamente. Si te pones a ver, gano más que antes pero tengo miedo a lo que pueda pasar. La cosa se está poniendo mala. (…) ¡Eso de que nadie va a quedar desamparado es un cuento! ¡Que vengan a hablarme a mí de eso!”.
Nacido en Holguín, José Alberto tiene de 23 años. Vive ilegal en La Habana desde los 21. A pesar de haberse graduado de Técnico en Informática, no ha podido ejercer su profesión y nos explica las causas:
“No quiero saber nada del Estado. Cuando terminé [los estudios] me ubicaron en una granja de la agricultura donde no había ni una computadora. Cuando llegué me pusieron a echarle pienso a las gallinas y a recoger huevos. En mi casa no entraba mucho dinero y yo estaba obligado a pasar el servicio social si no me quitaban el título, así que pasé unos meses trabajando por la basura que me pagaban pero la cosa estaba tan mala que aguanté hasta que un día le dije a mi madre que venía para La Habana. Nunca he podido ejercer mi carrera, ni siquiera aquí. No solo porque no pude terminar el servicio social sino porque no tengo el cambio de dirección (…). Pero ahora, sin trabajarle al Estado, gano en un día lo que antes me pagaban en un mes. (…) Al principio la pasé horrible y tuve que irme a vivir con una vieja que a los dos meses me botó porque me daba asco acostarme con ella. Después me recogió mi tía y fue gracias a ella que comencé en esto”.
A José Alberto siempre se le puede ver sentado en un banco de un concurrido parque de La Habana que no identificaremos para no ocasionarle problemas. Su oficio, aunque tolerado por la policía debido a que muchos de sus integrantes participan de él, está penado por la ley, y consiste en recoger y anotar las apuestas para la “bolita”, una lotería clandestina que una buena parte de los cubanos deben usar para incrementar los ingresos.
“Tengo que pasar todo el día clavado aquí, como siempre me ves, llueva, truene o relampaguee, pero lo que gano jamás lo ganaría trabajándole al Estado. Lo que pagan estos tipos [se refiere al gobierno] es un abuso. (…) Allá en Holguín yo tuve días malos en que estuve a punto de tirarme delante de un carro. Yo no había estudiado para pasar hambre y desde chiquito siempre me metieron en la cabeza que si estudiaba iba a vivir mejor. Todos los días me acostaba con dolor en el estómago, oliendo a mierda de pollo y sin tocar ni una computadora. Ahora mismo, tú me pones una computadora delante y yo no sé qué hacer (…). Todo eso es un cuento chino de que va a mejorar. No sé, pero yo cada vez lo veo todo peor. Aquí tengo gente que pone un peso o cincuenta quilos [centavos] y yo sé que es el único pesito que han rapiñado por ahí. Tienen que hacerlo porque lo que ganan no les alcanza para nada. (…) Trabajar para el Estado es un suicidio. Yo no quiero llegar a viejo así, cuando termine de reunir me voy de aquí. Asere, quedarse en Cuba es un suicidio”.
El juego de interés, la prostitución, el proxenetismo, el tráfico de drogas y el mercado negro de productos de primera necesidad, incluso la dependencia de las remesas provenientes del exterior, en Cuba no debieran ser confundidas con actos de mera voluntad personal cuando es el propio Estado quien ha diseñado ese esquema económico-social terrible donde los intereses del gobierno están por encima de las necesidades de los ciudadanos.
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