viernes, 22 de enero de 2016

El terror, elemento de control

 
 
El terror, elemento de control

Pedro Corzo* 
  
En el paraíso no hay asesinatos,

El niño 44
Las traumáticas experiencias de quienes han vivido bajo un régimen policíaco son imborrables, pero  lo  doloroso de esas vivencias se acentúa cuando la represión se escuda en fundamentalismos religiosos o en propuestas ideológicas que implican que el mal de unos pocos es el beneficio de todos, incluidas las propias víctimas de la represión.
Cada sociedad reprimida sufre su propia escala de terror. Los instrumentos y métodos represivos dependen de las características del régimen, de la personalidad del caudillo que tomas las decisiones, del sistema de ideas y propuestas tras el cual se cobija, de la identidad  del país  y hasta de la educación, formación e instrucción del represor.
Los resultados de las represiones que más impactan son los asesinatos judiciales o extrajudiciales, las encarcelaciones y el destierro. Son sucesos que atemorizan a todas las personas, pero en particular, a quienes reniegan del gobierno.
Sin embargo, la represión más dañina, la que tiene fatales consecuencias a largo plazo, inclusive para las generaciones por venir, no implica muerte ni  prisión, porque se cimienta en difundir en la sociedad la sensación de estar vigilados y la certeza de que el Gran Hermano, el estado, es una entidad omnisciente y omnipresente que en principio considera que cualquier transgresión a las normas impuestas, es un crimen que debe ser severamente castigado.
Paradójicamente ese tipo de poder se esfuerza por presentar una sociedad perfecta en la que no hay asesinatos pasionales ni accidentes de tránsito. Una sociedad en la que la delincuencia no existe y los crímenes aberrantes han desaparecido.
Por ejemplo, en Cuba, se esfumaron de los medios las llamadas paginas rojas y hasta programas radiales o secciones de prensa en los que se exponían graves conflictos familiares. El país gracias al castrismo era un paraíso, donde todos se amaban, nadie mataba ni robaba.
El afán de mostrar una sociedad nueva condujo en Cuba a la persecución y encarcelación de los homosexuales, prostitutas y proxenetas, y a qué durante la llamada ofensiva revolucionaria de 1968, los bares fueran cerrados, porque según Fidel Castro, quienes asistían a esos lugares eran "antisociales y no le interesaban al pueblo trabajador".
La constante demostración de poder, y la represión de baja o mediana intensidad en la que participan todos los organismos del estado, incluidas las asociaciones colaterales que haya constituido el régimen como parte esencial de sus mecanismos de control, conduce al individuo a la sumisión y a su posterior masificación.
El objetivo fundamental es que la persona haga consciencia que lo que no está expresamente autorizado está prohibido, un concepto que se apropia de los propios funcionarios del régimen, incluidos los que integran los cuerpos de seguridad, que son los que mejor conocen  los extremos a los que son capaces las autoridades para continuar en el poder.
Esta situación hace que la sociedad en su conjunto se sienta reprimida, al punto de que cuando está suficientemente domesticada, es capaz de aceptar responsabilidad de faltas que no ha cometido.
El individuo y la sociedad transformada en masa se quedan sin opciones, el poder determina la conducta de uno y de todos. Se traiciona por inseguridad, por temor a lo que pueda ocurrir.
El miedo se difunde, la incertidumbre hace presa de todos,  y el sujeto atemorizado criminaliza sus pensamientos y el de los otros, si considera que pueden afectar su seguridad. El miedo, que es proporcional a la riqueza de  imaginación de cada sujeto, conduce a la inacción, la delación y al servilismo, y a concluir que lo importante es sobrevivir, sin que importen las concesiones y complicidades.
Esa represión en términos absolutos logra la degradación del individuo y el envilecimiento de la sociedad, lo que hace que los valores y principios  que caracterizaron el país en cuestión, sean muy difíciles de restablecer cuando las condiciones sean propicias.
Por otra parte las experiencias han demostrado que el enriquecimiento económico de una persona y el desarrollo de un país demandan grandes esfuerzos, talento y voluntad, sin embargo se ha podido apreciar que para empobrecer a las personas o países solo se requiere el atrevimiento de hacerlo.
Es improbable cuantificar los daños morales y espirituales que padecen los que han vivido bajo un régimen dictatorial sustentado en una ideología o religión, tampoco los sacrificios que el individuo y la sociedad deberán realizar para recuperarse de vivencias dolorosas que dejan huellas imborrables.
Pero aún más quimérico es buscar y responsabilizar a los que deben pagar por los sueños y las vidas rotas de quienes han sufrido el poder de los iluminados, de hombres miserables que se creyeron dioses en capacidad de cambiar la condición humana.  



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