EL PARLAMENTO QUE NECESITAMOS
Por @RafaelValera_ de @VFutura
Para la Venezuela post-socialismo es vital que generemos una sólida “institucionalización” del Renacimiento.La cultura es el núcleo de esta regeneración y debe plasmarse en la estructura política para transmutar sistemáticamente la individualidad y la Voluntad en Libertad y Soberanía.
Esto se podrá lograr con una profunda restructuración de la administración pública, reduciendo la adhesión del Estado en motivos personales, de la mano de individuos que profesionalicen y eleven con vehemencia la Política.
El sistema político venezolano ha sido centralista e interventor. Más allá de las claras tendencias totalitarias desde el ‘99, se nota el relego a nivel de atribuciones hacia un órgano en especial: el legislativo –a diferencia de los grandes sistemas de Occidente.
En tiempos del bipartidismo el régimen que estaba tipificado en la Constitución del ’61 era el presidencialista, por lo cual en aquel entonces, el Congreso –la cristalización de la voluntad ciudadana en cuanta calidad– estaba siendo despojado de ciertos atributos considerables.
La efectividad que el régimen presidencial ha mostrado en nuestra historia es –cuando mucho– mediana; salvo ciertos aspectos. Si realmente queremos canalizar el multiforme juicio de la ciudadanía lo mejor es hacerlo a través de una institución que tenga la capacidad logística(personal y atributiva), no al contrario.
No con esto se pretende eliminar la figura del presidente, pero sí reducirla drásticamente y el aparato legislativo, modificarlo para otorgar mayor sustancia y contrapeso ante el Gobierno. Necesitamos de una mayor proporcionalidad en la representación de enfoques y expresión de soluciones a los problemas.
Actualmente la Asamblea Nacional presenta una plataforma constitucional que le reconoce una autonomía clara y una gama de notables poderes. Pero no los suficientes para solventar los inconvenientes del régimen que estipula la Constitución.
Por ejemplo, la tarea del Parlamento es en stricto sensu perfeccionar la incidencia de la Ley en el acontecer nacional. Pero esto no da validez alguna a que ciertos poderes totalmente ajenos tengan la más mínima potestad de llevar siquiera iniciativas de ley.
Si para evaluar y elaborar políticas ya existe un órgano autónomo, el ensanchar las capacidades de otros y permitirles que se inmiscuyan en procesos netamente legislativos no tiene lógica alguna. La eficacia estatal no radica en revestir infinitamente las instituciones, sino en simplificar sus procesos removiendo burocracia.
Urgimos una división rígida del poder Ejecutivo, sin antes mantener una autonomía del mismo carácter entre éste y el Legislativo. El control central de tantas responsabilidades y tareas pone en riesgo la eficacia del funcionario y de la institución a la que pertenece. Por ello, estos trabajos serán llevados a cabo por el órgano con la mayor cantidad de herramientas: el Parlamento.
Necesitamos repensar su impacto en el Estado exponenciándolo y demarcarlo suficientemente a nivel constitucional. Es preciso entender que la importante cantidad de información entrante en el aparato, debe ser canalizada a través numerosos receptores reduciendo el margen de error hasta su menor expresión posible.
Lo que nos lleva a la manera en la que nos enfrentamos a la realidad. Sin políticos preparados en la institución, parlamentarios que infieran la determinación que suponen los resultados en ella, no será posible la regeneración del tejido institucional.
El ente definido como aquél que “representa por excelencia” está siendo ocupado en Venezuela por cualquier persona menos por políticos preparados y formados técnicamente, encargados del cómo se gerencia la Nación.
La palestra pública nacional muestra a un bando de personas ajenas al conocimiento político, caudillos de partidos–unos han vuelto a atornillarse en sus curules y otros han arribado a la directiva de la AN–. Sin olvidar, por supuesto, que estos han permitido manipularla, reducirla y subyugarla a otros poderes.
Para solucionar con gallardía los problemas latentes –que evidentemente se prolongarán– y los venideros, es necesario un Parlamento atenúe las influencias del Ejecutivo típicas de la política venezolana.
La autonomía de los Poderes no es posible hoy, debido al sistema dictatorial que mantiene secuestrado al Estado. Y revertir el desbalance entre ellos es menos probable gracias al fortalecimiento que proporcionan (en especial el TSJ y la AN) al Ejecutivo de manera deliberada.
Por ello, la era post-socialismo en Venezuela debe ser enfrentada con un Parlamento que contenga líderes, expertos en la técnica estatal, que sean capaces de remover la burocracia implantada en la ley e innovar sobre los mecanismos del Estado.
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