sábado, 9 de julio de 2016

¿Tormenta perfecta o perfecto timo?

¿Tormenta perfecta o perfecto timo?

Eso que tan graciosamente bautizaron desde Cuba como "la tormenta perfecta", no debe responder sino a otra jugarreta macabra del régimen. Para creérmela tendría que verla. Y claro que no quisiera verla, si ello implica la muerte o el atropello de inocentes.
Ni siquiera pongo en duda la posibilidad de que en algún momento se produzcan brotes de protesta o de rebelión popular en la Isla. Lo que dudo es que la dictadura, en vez de prepararse en silencio para la eventualidad —como ha hecho siempre—, se gaste el lujo de anunciarla como algo que escapa de sus previsiones y que, además, al dejar correr el anuncio rompa el bloque monolítico de disciplina partidista y militar que rige en sus filas.  

Ese es el principal motivo para tomar en solfa la presunta tormenta. Aunque, curiosamente, es el mismo que algunos mencionan como indicio inequívoco de su credibilidad, o sea, el hecho de en que en esta ocasión las voces de alarma provienen de la Isla, anticipadas nada menos que por el vocero oficial de la dictadura.
La verdad es que por más que me esfuerzo por asumirlo seriamente, no deja de parecerme una ingenua auto-tomadura de pelo lo que se especula sobre la posibilidad de que este asunto, o su revelación, haya provocado un cierto triángulo divergente entre la dirección del periódico Granma, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel y el Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista (PCC).   
Una cosa sería la contingencia real y concreta de alguna forma de revuelta popular, algo que siempre ha estado latente y que hoy, por momentos, parece más cercana que nunca. Pero otra cosa bien distinta es que tal posibilidad resulte manipulada por los estrategas del régimen con fines que solo ellos conocen.   
¿Qué intentan? ¿Precipitar la completa eliminación del embargo? Puede ser, si tenemos presente cuánto preocuparía a EEUU que se produzca una crisis violenta en Cuba, con sus secuelas de huidas masivas hacia el norte y con la consecuente desestabilización de la región. Eso por no hablar de las frustraciones de más de un millonario inversionista a los que el generalato castrense les está tendiendo alfombra.
¿Acaso se han olido que el hartazgo de la población terminará explotando temprano o tarde, e intentan poner el parche (anunciándolo) antes de que salga el hueco, con la mañosa intención de que el mundo "comprenda" y perdone a priori sus planes represivos, disfrazados de imperiosa necesidad de mantener el orden?  
¿O será que al anunciar que saben lo que puede ocurrir, tratan de atemorizar a los potenciales revoltosos anunciando aquello de que guerra avisada no mata soldado?
Igual serían todas esas cosas juntas, o muchas otras alternativas mañosas que de seguro podrán agregar los lectores. En todo caso, lo que me parece es que la tormenta, perfecta o no, no es la que se anuncia ahora, sofocando los titulares, sino la que el régimen sería capaz de provocar con tal de salirse con la suya.
¿O es que alguien duda a estas alturas que no lo pensarían dos veces para condicionar incluso focos de revueltas, con sus correspondientes estrategias represivas?
Por lo demás, aunque me gustaría, no soy de los que cifran esperanzas en lo que ahora mismo pueda derivarse de una revuelta popular violenta contra el régimen.
Desde Sócrates hasta Martí, son muchos los grandes pensadores de la historia (hombres por demás moralmente intachables) que aprobaron la rebelión contra el gobierno opresor, no solo como un derecho sino incluso como un deber de la ciudadanía. El propio Martí sentenció, en 1892: "Bien es que merezca ser echado de la Casa de Gobierno, quien para gobernar haya de menester, en vez de vara de justicia, de puñal de asesino".
Sin embargo, él mismo, sabedor de que en todo hombre puede germinar la semilla de un déspota, tuvo a bien advertirnos: "Una revolución es necesaria todavía: ¡la que no haga presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones". De modo que aunque legitimaba el enfrentamiento contra un gobierno violento y opresor, Martí insistía en la conveniencia de no combatirlo con sus propios métodos, debido a la enorme posibilidad de que la historia termine repitiéndose.
Entonces, ¿qué resulta más aconsejable hoy para la gente de Cuba: matarse unos a los otros, con el riesgo de terminar depositando el poder en manos de nuevos poderosos o nuevos caudillos; o, en caso contrario —aunque no sea la vía más rápida, ni la que más me les guste quizás a los desesperados y a los politiqueros presurosos por montar su show para dar más de lo mismo—, ir cimentando de una vez y por todas las bases de un futuro próspero y civilizado?
Para gusto se hicieron colores y para escoger las flores, dejó dicho el dicho. Y así es.

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