Pandillas criminales en La Habana
Las esquinas más concurridas de la capital son controladas por pandillas que operan como mafias.
lunes, octubre 27, 2014 | Ernesto Pérez Chang | 8 Comentarios
LA HABANA, Cuba -Aunque el surgimiento y desarrollo de las pandillas criminales en Cuba son consecuencia de múltiples factores, los estados de ilegalidad y marginalidad de un amplio sector de la población de la capital han determinado la actual exacerbación del fenómeno. Los crecientes niveles de miseria que sufren las provincias orientales, la falta de empleo y de perspectivas de futuro, han desencadenado el éxodo de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, que ven en las penurias de la vida en la capital un mal mucho menor, traducido en una oportunidad de resolver las necesidades personales y familiares, hasta tanto logren abandonar el país, lo que, desgraciadamente, se ha convertido en la suprema aspiración de una buena parte de los cubanos.
Tratados como ciudadanos de segunda por su condición de “ilegales” (bajo las leyes que regulan las migraciones internas en la isla), obligados a buscarse el sustento en los márgenes de la moralidad y la justicia, desprotegidos por las autoridades y, en ocasiones, timados por policías inescrupulosos, muchos jóvenes procedentes del interior del país, algunos de ellos menores de edad, terminan buscando amparo en las pandillas que funcionan como verdaderas mafias, a las que la propia policía teme combatir abiertamente debido a que son una maquinaria complicadísima que involucra a sujetos de otros sectores sociales, reconocidos, y no solo a marginales que vienen siendo la cara visible de un fenómeno aún no explorado a fondo.
Una de las organizaciones criminales que, debido al número de miembros y la cantidad de crímenes cometidos, ha venido dando de qué hablar en los últimos tiempos es “Sangre por dolor”, una banda que opera sobre todo en aquellos puntos de La Habana donde la prostitución masculina es más visible.
La cafetería que hace esquina en las calles P y 23, en el Vedado (colindante con el antiguo restaurante Moscú, actualmente en ruinas) es, junto con el establecimiento que se alza en las intersecciones de las calles Infanta y 23, uno de los enclaves más frecuentados por miembros de “Sangre por dolor”. Fue en este último lugar donde dimos con el joven Lemay, que accedió a revelarnos algunas de sus experiencias siempre que no publiquemos su foto, ya que sus padres desconocen que él vive de prostituirse.
Con apenas 26 años de edad y procedente de Manzanillo, Granma, Lemay hace más de cinco años que noche tras noche sale a practicar su oficio. Dice no haber integrado jamás la pandilla “Sangre por dolor”, no obstante, su testimonio pleno de zonas oscuras, más los típicos tatuajes en su cuerpo, suelen contradecirlo.
Aún no había terminado el servicio militar en La Habana, en una unidad militar de Managua, cuando, aprovechando los días de pase, ya frecuentaba las zonas en busca de turistas.
―Había fines de semanas en que daba una vuelta por aquí (El Vedado) o por el Payret. Fue un primo mío, también de Manzanillo, pero que ya vivía en La Habana desde hacía años, el que me dijo que había tipos, yumas (turistas extranjeros) sobre todo, que te podían pagar entre 10 y 20 dólares, a veces más, por tener sexo. Él lo hacía y ganaba bien. Eso a mí no me gustaba pero de verdad que me hacía falta el dinero y un día probé y en una noche hice 50 dólares con un mexicano. Al otro fin de semana que me dieron pase, regresé, di una vuelta por el Malecón y enseguida me empaté con otro yuma pero ahí comenzó el problema. Aquí todo el mundo sabe en lo que uno anda. Cuando terminé con el tipo, a la hora y pico, regresé al Malecón para ver si hacía 10 o 20 dólares más y ahí fue cuando se me acercaron dos chamacos, un blanco y un negro, a pedirme el dinero porque decían que esa zona era de ellos y que ya me habían visto otras veces. Discutimos y se puso la cosa malísima. Les dije que no les iba a dar nada y todo quedó normal. Me extrañó que no pasara nada pero lo peor pasó la otra vez que regresé. Ni siquiera sentí cuando me pincharon el cuello. Yo estaba llegando al Yara (cine en la esquina de L y 23, en el Vedado) para coger un taxi y no los vi venir, simplemente me fueron arriba como cuatro o cinco a la vez y nadie se metió. Eso fue solo una advertencia ―dice Lemay mientras me deja ver una pequeña cicatriz en el cuello, muy cerca de unos puntos tatuados en forma de lágrimas o gotas saliendo de un corazón donde lleva escrito el nombre de la madre. Después continúa:
―Fue ahí que supe quiénes eran esos tipos y que no se podía venir aquí así tan manso como yo (…). Fue mi primo quien me habló de “Sangre por dolor” porque yo no sabía nada de eso pero mi primo sí cogió miedo porque decía que me iban a matar si me volvían a ver, entonces me llevó a ver a Artemio, un gordo pájaro (gay) que es la pareja de Yerandi, el que tenía que ver con todos los que luchan (se prostituyen) en esta zona. Ahí supe que Yerandi estaba preso y que era Artemio el que llevaba todo, aunque Yerandi dicen que seguía dirigiendo desde el tanque (prisión). Le caí bien a Artemio, parece que le gusté. Él no es cualquier cosa, es abogado y ha sacado a un montón de gente, tiene relaciones y si no te arreglas con él, te enredas. Después de eso no tuve más problemas, al menos con “Sangre por dolor”. (…) Yo cumplo con darle algo a Artemio de vez en cuando y de verdad que no me molestaron más.
Addiel tiene 24 años y es original de Santiago de Cuba. Aunque es amigo de Lemay, dice no acudir a la prostitución, no obstante reconoce que frecuenta esos lugares para “buscar a alguien que lo saque del país”. También nos habla de las pandillas:
―Por el simple hecho de estar aquí sentado en esta esquina, los problemas siempre van a venir pero más con otros grupos. Están los que se llaman “Los Papos”, pero eso es si te metes para Alamar o San Miguel, eso son asaltadores, rateros, y a veces cae alguno por aquí. También “Habana Negra” o “Just I Am”, algunos son grupos de travestis, otros están para arrebatarle las cosas a los pájaros, los de “Habana Negra” siempre están sofocando a los pingueros (gigolós), es una guerra. Ni la policía dice nada, ¿no ves que después van contra tu familia? Nadie quiere esa candela. Con “Sangre con dolor” nadie se mete, juégatelo. Sé de tipos a los que les han marcado a toda la familia. Yo me cuido y ando tranquilo y la gente me respeta.
A la pregunta sobre si todos los que se prostituyen en esa u otras zonas de La Habana pertenecen a “Sangre por dolor” o le tributan parte de las ganancias, Addiel responde:
―No todos los que andan en la lucha (prostitución) son de “Sangre por dolor” o de otra bandita. Pero todos sí han tenido problemas con “Sangre por dolor”, porque de ahí comen ellos. Para venir aquí a buscar yumas no hace falta ser de “Sangre por dolor”, aunque es verdad que si te cogen “mareao” te quitan hasta los calzoncillos. Yo lo que hago es que vengo, hablo con los amigos, comparto y me voy. No hago como muchos que se pasan la madrugada aquí, o en el Bimbom (nombre con que se conoce popularmente a la cafetería en las intersecciones de Infanta y 23) o en el Parque Central hasta las mil y quinientas, ahí es cuando ellos te echan el ojo, te velan y te la aplican. Y si eres bonito se ponen para ti, porque la mayoría son bugarrones, presidiarios, como La Fredy, que todo el mundo sabe que es de “Sangre por dolor” y ha matado como a cinco o seis y ni la policía se mete con él. Dicen que tiene Sida.
El fenómeno de las pandillas también abarca otros lugares de la ciudad más allá de los conocidos puntos de comercio sexual en el centro de la capital. Yoeldis, vecino del Reparto Eléctrico, afirma que hay bandas de delincuentes que operan en la localidad.
―Tienen sus territorios aquí mismo, dentro del Reparto. Y en Mantilla, y en el Calvario, en todos lados. Aquí están los del Callejón, que son “palestinos” (originarios de las provincias orientales) y ese tipo de gente. Los de atrás de la Secundaria (sur del Reparto Eléctrico), que son lo peorcito. Hace poco entraron en la casa de un viejo para robarle y lo mataron. Parecen chiquillos pero son malísimos, no creen en nada. Cuando yo los veo aparecer por la discoteca, me pierdo, no quiero saber de ellos. Arman broncas para aprovecharse y robar en los tumultos. (…) Andan en banditas, pican con navaja y casi todos ya han caído presos más de una vez pero tú sabes que aquí te dan más años por matar una vaca que por echarte (asesinar) a alguien.
Silenciado en los discursos de los gobernantes cubanos y, en consecuencia, evadido por la prensa oficialista cubana, el tema de las pandillas criminales en Cuba, aunque difícil de abordar por el grado de secretismo y la peligrosidad que lo rodea, debiera ser un asunto impostergable para el gobierno tanto más cuando ha llegado a convertirse en un fenómeno palpable. El mismo afecta a casi todas las ciudades del país pero en especial a La Habana, donde en casi todos los barrios operan las bandas más peligrosas y donde a diario se acrecientan los hechos violentos relacionados ya con los rituales de ingresos, ya con los modos de actuar de algunos de estos grupos, asociados fundamentalmente al proxenetismo, la prostitución y el tráfico de drogas.
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