¿Qué pasaría si el ébola llega a Cuba?
Esto es algo no desestimable, y dejó de ser una posibilidad remota después de la partida de un destacamento de cientos de profesionales cubanos
Personal de la Cruz Roja liberiana traslada el cuerpo de una supuesta víctima del virus Ébola en un camión en Monrovia (Liberia) hoy, miércoles 15 de octubre de 2014.
octubre 16, 2014
La irrupción del ébola en el panorama epidemiológico mundial obviamente implicará un gigantesco reto para todo país que sea alcanzado por la actual epidemia, ya registrada como la mayor de la historia y que por estos días acaba de redondear los 9000 casos confirmados –aunque expertos aseguran que esta cifra debe ser un subregistro.
La OMS recién denunció que la epidemia no está siendo enfrentada con todo el rigor político que el momento exige por parte de la comunidad internacional y además alertó que de no ser controlada la situación a tiempo, para 2015 se prevé la incidencia de alrededor de un millón y medio de casos.
Es fácil concluir que llegados a ese estado de cosas el peligro no haría más que crecer exponencialmente. Estamos ante una enfermedad extremadamente contagiosa, de transmisión no vectorial, que puede ser propagada de persona a persona mediante el más sutil contacto con cualquier fluido corporal del individuo enfermo –y que para colmo puede tener transmisión sexual, pues el virus se aísla en el semen hasta transcurridos 90 días de convalecencia.
Aunque se acaba de poner en práctica un primer ensayo clínico de vacunación, lo concreto es que por ahora los protocolos de tratamiento médico continúan en ciernes ante una enfermedad que en brotes anteriores ha llegado a alcanzar una letalidad de entre el 90 y el 100% de los casos, y ante la cual sólo puede apostarse por el tratamiento de sus severas complicaciones y por practicar las habituales medidas de sostén vital. Hoy ante el hombre se alza amenazante uno de los chicos malos de la virología, que exige la implementación de las medidas más extremas de contención biológica, así como del uso de personal más especializado y escrupulosamente entrenado para su manipulación.
Semejante panorama nos coloca ante la pregunta más elemental: ¿qué pasaría si el ébola irrumpe en Cuba? Esto es algo no desestimable, y dejó de ser una posibilidad remota después de la partida de un destacamento de cientos de profesionales cubanos destinado a los países africanos azotados por la epidemia.
Recordemos la posibilidad de que fuera esa la vía utilizada por el cólera para reaparecer en nuestro país, importado desde Haití, después de una ausencia de 120 años, y ni qué decir del ya sempiterno dengue.
La irrupción de esta peligrosísima enfermedad en Cuba podría simplemente cobrar matices de tragedia. Más allá de lo disipadas que pueden llegar a ser las costumbres de los habitantes del caimán, me inclina a temer por esto las vivencias de quien ha visto con demasiada frecuencia el uso sistemático de material reciclable, práctica habitual en Cuba aun cuando hace mucho tiempo el mundo apostó definitivamente por el uso exclusivo de material desechable: aterra la idea de centros de atención a estos pacientes terminando por reciclar trajes, guantes u otros materiales porque algún sesudo del “nivel superior” se le ocurra asegurar que esto “garantizaría” la seguridad bajo tales circunstancias.
En un país donde muchísimas veces un médico no tiene en su consulta algo tan básico como agua corriente y jabón para asearse las manos, ya se comprenderá lo que implicaría la demanda del costoso material mínimo exigido para manipular pacientes con ébola, y si además tomamos en cuenta que la casi generalidad de nuestra infraestructura hospitalaria no está diseñada ni preparada objetivamente para la contención de un flagelo de este tipo, ya podremos ir elevando una plegaria a la virgencita para que nos ampare del trance.
Por otra parte no olvidemos cuán reticentes se han mostrado las autoridades cubanas para informar públicamente sobre la incidencia de epidemias cuando considera que esto puede arriesgar la afluencia de turistas o la celebración exitosa de algún evento internacional relevante –la megaepidemia cubana de dengue de 2006 continúa siendo un excelente ejemplo al respecto.
Con todos estos antecedentes a mano se sienten escalofríos ante la posibilidad aquí considerada y quedan en suspenso las preguntas. ¿Estará el Sistema de Salud Pública cubano preparado para controlar un brote de ébola con la celeridad requerida? ¿Tendremos los profesionales cubanos el entrenamiento, la metodología, e incluso la disciplina necesaria para enfrentar adecuadamente una contingencia de este calibre –y que bien poco se parece a cuanto hayamos enfrentado antes? Llegado el momento ¿estaría dispuesto nuestro gobierno a informar sin tapujos al pueblo y al mundo sobre la verdad? ¿Tendría la humildad de reconocerse incapaz de controlarla y solicitaría ayuda este “infalible” gobierno que ha exportado decenas de misiones médicas alrededor del mundo?
Ya a nivel internacional puede ser discutible la estrategia seguida hasta ahora por la OMS –que ha aceptado estar ante el problema epidemiológico más grave desde la aparición del SIDA– en cuanto al traslado de los enfermos extranjeros para recibir tratamiento en sus respectivos países. Obviamente esto aumenta de modo considerable las posibilidades de propagación transcontinental del virus.
En cambio sería mucho más recomendable y seguro crear las condiciones adecuadas en el país donde se confirme cada caso mediante una red centralizada y funcional de instalaciones de campaña correctamente equipadas y con todo el rigor de seguridad que se presupone, donde rápidamente se diagnostique, aísle y trate in situ a cada paciente. Por ejemplo valdría la pena considerar, para implementar esta variante de contingencia, el inmediato acondicionamiento de islotes africanos costeros deshabitados bajo la supervisión de los expertos de la OMS y de organizaciones afines como Médicos sin Fronteras.
Medidas análogas a estas, y al margen de cualquier valoración legal o política, serían más convenientes y efectivas para la contención de esta epidemia. Incluso la ONU –que llegó a ventilar el tema a nivel de Consejo de Seguridad– podría emitir resoluciones enérgicas que respalden y reglamenten estas variantes, y todo quedaría justificado por la gravedad de un momento que no se pinta para paños tibios. Se impone tomar las medidas más enérgicas en todo lugar donde se constate la enfermedad, si con estas medidas se deriva en el rápido control de la situación –incluido el recurso extremo de la cuarentena militar donde llegara a ser evidentemente aplicable y necesaria.
Cierto que esta propuesta puede ofrecerse a muy variadas lecturas, pero en términos operativos prácticos pudiera llegar a constituirse en la única variante que garantizara soluciones concretas que detengan el avance de este temible azote. Pudiera tratarse aquí del ahora o nunca: vivimos momentos críticos que exigen medidas críticas. Lo que no se acometa hoy por falta de voluntad política, indolencia gubernamental o timidez de las instituciones mundiales, sin lugar a dudas se cobrará mañana a un coste económico y humano muchísimo más dramático y global.
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