Embargo a Cuba, ¿sí o no?
El tema central a dilucidar no es la magnitud del impacto económico del embargo, sino el modo en que esa herramienta política es percibida por la ciudadanía cubana y si influye en su preferencia por la democracia.
Sin embargo, quedaría por ver si esta vez La Habana no dinamita los puentes en el último minuto, como ocurrió a las administraciones de Ford, Carter, Clinton, e incluso a Obama. Igual le sucedió al diálogo con la Unión Europea en 2003.Vuelta de nuevo a lo mismo. Resurge, con inusitada fuerza, la ofensiva política antiembargo. Se recurre a instrumentos de cabildeo, uso de influencias en medios de comunicación, foros académicos, financiamiento de encuestas de opinión y otras herramientas que promuevan la conclusión de que ha llegado el momento de levantarlo. No es esta la primera ocasión en que esto sucede y varias veces se ha estado muy próximo a lograrlo.
Los falsos supuestos
Lo realmente novedoso en esta ocasión ha sido que se han sumado a la campaña antiembargo algunos de los más exitosos empresarios cubanoamericanos. Ha sido su credibilidad, cabildeo y financiamiento de esta operación de marketing político lo que ha persuadido a personalidades del establishment a reconsiderar su postura previa.
Este grupo limita su demanda al levantamiento unilateral de aquellas sanciones que puedan ser anuladas por vía ejecutiva. Creen honradamente que la expansión del sector privado en Cuba —que sin duda traería un alivio a las condiciones de vida en la Isla— fomentaría per selas tendencias y exigencias democráticas provocando de forma inexorable cambios en esa esfera. Pero emprender negocios privados no necesariamente fomenta una ciudadanía más proclive al activismo democrático.
Su error político ha sido limitarse a reclamar de EEUU el levantamiento de aquellas restricciones que afectan el desarrollo del sector privado cuando el principal embargo o "bloqueo" a ese grupo social lo constituye la decisión pública de Raúl Castro de no dar un paso que vaya más allá de su proyecto de actualización del totalitarismo.
Del lado opuesto, lanzando ataques apasionados —en ocasiones inaceptables— contra los miembros del grupo antes citado, se encuentran quienes se aferran al actual status quo. Parece escapárseles un dato esencial: el embargo no nació para ser "La Política hacia Cuba", sino apenas una herramienta más de ella. Atrás quedaron los años en que se empleaba como complemento coherente de una doctrina de roll back o de contención. No en balde nadie sabe explicar bien cuál es hoy su objetivo ni cómo medir su eficacia. Unos recuerdan que medio siglo de embargo no ha traído la democracia a Cuba y los otros responden que tampoco lo ha logrado el Compromiso Contructivo de Canada.
Curiosamente, los que se apuntan en las filas de los defensores del embargo o entre los que reclaman su levantamiento unilateral creen sinceramente en ello porque parten de un cuestionable criterio determinista de la historia que privilegia el factor económico.
Pero la esencia y prioridad de toda política de Raúl Castro es asegurar la dominación sobre la sociedad cubana por una elite de poder que "manda" mientras su burocracia "gobierna" y el clan Castro ejerce un control omnímodo sobre ambas. La mejora de los indicadores económicos y del bienestar de la población queda subordinada a ese axioma político. No es posible influir sobre el General Presidente si primero no se comprende que opera sobre una lógica diferente.
El levantamiento o no de las sanciones económicas no es el campo en el que se moldean hoy las percepciones ciudadanas. Y es ahí —no en la economía— donde está la clave del sostenimiento del poder castrista. Por ello resulta ineficaz la pregunta binaria: apoya usted el embargo a Cuba, ¿sí o no? El tema central a dilucidar no es la magnitud del impacto económico del embargo, sino el modo en que esa herramienta política es percibida por el ciudadano común cubano y si ello influye favorablemente en su preferencia por la democracia.
La percepción y el poder
Es por ello que el Gobierno cubano se prepara incluso para presentar el levantamiento del embargo como una victoria histórica de su invencible poder. De hecho han iniciado una nueva campaña en reclamo de indemnizaciones. Así procuran mantener la confrontación en fase post embargo y sembrar la nueva percepción de que, de no materializarse aquellas, sería imposible que el pueblo cosechara los beneficios del fin de las sanciones.
Raúl Castro no ha logrado hacer crecer la economía ni el consumo, sus nuevas leyes no atraen inversionistas, la pobreza aumenta precisamente cuando disminuye en América Latina y, como veredicto silente sobre su gestión administrativa, el éxodo migratorio continúa envejeciendo a un país marcado por su baja productividad. Más aun: su mecenas venezolano ha destruido el aparato productivo que lo subsidia y parece estar al borde de una implosión.
Todo eso es rigurosamente cierto y seguramente no se pasa por alto cuando La Habana mide la conveniencia de acomodarse, finalmente, a una distensión. Pero la clave del poder castrista descansa en inculcar la aceptación de una realidad que se presenta inmutable y eterna. Un gigantesco Macondo al que ha de acomodarse tanto la población en la Isla, como Washington y los gobiernos europeos.
El General Presidente lo tiene claro: no importa cuánto se quejen los cubanos de su vida cotidiana mientras su sentido común les dicte que toda protesta organizada es peligrosa e inútil. Mientras el malestar por la depauperación creciente se traduzca en expresiones individuales de descontento y crecientes cifras migratorias, no tiene por qué perder el sueño.
Aquí no vale la admonición de James Carville ("Es la economía, estúpido"). La lucha por la democracia en Cuba no se decide en el campo de la economía aun cuando, sin duda, esta incida mucho sobre aquella. El conflicto entre la libertad y la sumisión se libra en la mente del ciudadano, no en la "paladar" cuentapropista. En este caso sería más exacto exclamar: "Es la percepción, idiota".
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