sábado, 30 de enero de 2016

El selfie de Obama

El selfie de Obama

Lauzán, 'Sí se puede'.
Definitivamente, el presidente Obama quiere retratarse él mismo con el Capitolio habanero o el Palacio de la Revolución de fondo. Al parecer, el presidente norteamericano es un fan del selfie. El llamado selfie, tan de moda en nuestros días, no necesita de otros para realizarse. El selfie, después de tomado, puede subirse a las redes sociales y documentar en segundos, a amigos y familiares, a incrédulos y advenedizos que sin lugar a dudas se ha estado allí.

Para quien escribe estas letras, es importante decir que como persona Barack Obama es un "tipo que cae bien", o como diría un amigo, "una persona con la cual me agradaría tomarme un par de cervezas". El presidente de todos los norteamericanos es un ejemplo que inspira por sus orígenes y vida. Él es la prueba, acaso necesaria en estos tiempos, de que Estados Unidos sigue siendo un país de oportunidades a pesar de sus muchos problemas sociales, políticos y económicos.
Acaso también por sus mixturas raciales y culturales, y sus tempranos formadores políticos, Barack Hussein fue desde joven un líder comunitario con fuerte tendencia a la izquierda; algo que no le impidió graduarse de Harvard, ser profesor de Derecho Constitucional, y senador por el importante estado de  Illinois durante tres años. Es, además de un exquisito orador, un excelente padre, un esposo cariñoso y solícito que baila muy bien y juega al basquetbol mejor que al golf, según dicen.
Pero el presidente Obama no necesitaba la foto en el Ayuntamiento de Oslo, Noruega en 2009. En la que una vez fue llamada la Ciudad de los Tigres, le concedieron a Obama el Premio Nobel de la Paz cuando solo había anunciado que cerraría la Base de Guantánamo, traería de vuelta las tropas de Irak y Afganistán, fortalecería la relación con Israel, aumentaría la cooperación con todo el Oriente Medio y, a través del dialogo, haría que los iraníes renunciaran al arma atómica. En fin, el comité del Nobel le dio postre antes de la cena. Después de tan grave error gastronómico, el Presidente apenas ha podido tragarse el primer plato; algunos piensan que bastante ha hecho cuando ha tenido a cocineros y sirvientes envenenándole la comida constantemente.  
No es criticable que el presidente Obama quiera dejar un legado, es más, así debe ser. Ocho años en la Casa Blanca no deben pasar inadvertidos. Pero una cosa son las intenciones y otras las realidades. No es lo mismo organizar un grupo de gente pobre o tener delante el selecto auditorio de una prestigiosa universidad, que lidiar con siglos de conflictos étnicos y religiosos ajenos a la cultura occidental; y aún peor: tener a los enemigos sentados en tu propia mesa.
Quizás por eso Cuba ocupa un lugar muy particular en la estrategia presidencial para quedar en la Historia. Desde muy temprano, el presidente cuadragésimocuarto envió señales a La Habana. Entonces eran de humo, confusas, a veces contradictorias. Pero viendo que el tiempo se acababa, que todavía se esperan mayores logros en política exterior, y que los cubanos pudieran estar ávidos de retratarse con él —dadas todas las implicaciones comerciales y políticas que ello tuviera a nivel internacional para el régimen—, ha lanzado una gran ofensiva, primero con "tropas especiales" que negociaron en las sombras, y ahora no deja de enviar escuadrones fuertemente dotados de jamones, pollos, arroces, cables submarinos y otros modernos instrumentos de negociación.
En uno de sus últimos "ataques", Obama envió a Daniel Sepúlveda a Cuba. Hablamos del responsable de comunicaciones del Departamento de Estado, no de un neófito. Sus declaraciones de vuelta no tienen desperdicio: que los cubanos habían tomado muy en serio sus propuestas y querían planes concretos, que una conexión psicológica y física sería conveniente entre los dos países, y que los cubanos no debían temer a internet pues la cultura y soberanía de Cuba no estarían en riesgo. Imaginemos por un segundo la risa contendida de los funcionarios castristas.
Desgraciamente, ni Obama ni casi nadie de su gabinete y asesores se han dado cuenta de que a Raúl Castro nunca le han gustado las fotos, salir en público, y mucho menos hablarle a la multitudes, como hacía su hermano Fidel. Los "hombres del presidente" apuestan por un Raúl que no existe: curioso de la modernidad electrónica, goloso de la agroindustria norteña, un hermano menor fascinado por un millón de visitantes hablando inglés. Por otro lado, tal vez los muy cercanos colaboradores al presidente también imaginan a los cubanos infelices con lo que han llamado  "WiFi de contén". En fin, que Cuba está "madura" para, a golpe de concesiones unilaterales, desembarcar miles de turistas americanos y sublevar a los "atrasados" cubanos con selfies en la Catedral de La Habana.
Pero el presidente Obama tiene mala suerte con los selfies. El selfie más famoso hasta ahora subido a la red ha sido aquel del funeral de Nelson Mandela, donde Obama junto a la Primera Ministra de Dinamarca y el premier inglés Cameron, quedaron inmortalizados muertos de risa en tan solemne ceremonia. La cara de Michel Obama era todo un poema lúgubre.  
Tan desagradable experiencia parece haber sido olvidada por Barack Obama. Luce como si fuera él quien tuviera prisa por hacerse la foto: su orden presidencial, a partir de enero 27, ha relajado aún más las restricciones de lo que queda de embargo a Cuba. De tal modo, tenemos a Obama queriendo retratarse a toda costa en La Habana, y a Raúl Castro diciéndole que él es quien está maduro para ir tan aprisa y sin pausa, pues los cubanos ya son parte de la Historia hace 56 años, para bien o para mal. Raúl Castro advirtiéndole al propio Obama que tiene el tiempo, todo el tiempo, y 

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