Un nuevo pueblo para Raúl Castro
El truco es tan viejo como el régimen y consiste en echar a pelear a unos ciudadanos contra otros en tanto los jefes se ahorran dar explicaciones acerca del estado del transporte público. Pronto achacarán la falta de guaguas a la avaricia de unos cuentapropistas capaces de abandonar el servicio con tal de no cumplir con las nuevas tarifas. Acusarán a los boteros de boicotear el transporte de las ciudades.
Así van los cambios económicos impulsados por Raúl Castro.
Otra señal de esos cambios trascendió en las últimas horas: la participación de trabajadores de la India en la construcción de un hotel de lujo en la Manzana de Gómez, en La Habana Vieja. Las empresas constructoras de la parte cubana, pertenecientes a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), han aceptado que sus socios extranjeros contraten personal no cubano y una buena justificación para ello podría ser la especialización de los trabajadores indios, al parecer inencontrable entre la fuerza laboral de la Isla. Sin embargo, esa justificación resulta improbable cuando leemos que se trata de "electricistas, carpinteros, plomeros y albañiles", y en La Habana Vieja existe un trabajo de recuperación arquitectónica de décadas, avalado por peritos internacionales y sostenido por trabajadores locales.
DIARIO DE CUBA publicó hace varios días detalles de la fuerza laboral cubana que labora en ese hotel. Allí han sido utilizados reclutas del Servicio Militar Obligatorio aportados por la Unión de Construcciones Militares (UCM), así como trabajadores calificados que desde fines del pasado año empezaron a dejar sus puestos por las irregularidades e incumplimientos con los pagos.
En un momento en que abunda el desempleo en el país, y muy especialmente el desempleo juvenil, se emprende una obra de tal envergadura y las únicas opciones encontrables en el nuevo hotel de la Manzana de Gómez son el trabajo obligatorio y la estafa. No es extraño entonces que los mandos militares recurran a empleados traídos de la India: es la única manera de levantar un hotel garantizando el mínimo de retribuciones para los cubanos que participen en su construcción.
A lo largo de siglos, la economía cubana recurrió a la importación de mano de obra. En la mayoría de los casos, a los inmigrantes les tocó trabajar por sueldos inferiores a los de sus homólogos cubanos o cumplieron tareas para las cuales resultaba difícil encontrar gente local dispuesta. Pero nunca fueron importados trabajadores con el fin de garantizar que los cubanos no se beneficiaran de mejores condiciones contractuales. Nunca hasta ahora, bajo los cambios económicos que impulsan Raúl Castro y sus empresas militares.
Esa misma lógica gubernamental que ha impuesto tarifas topes a los boteros, vela por que los empleados estatales tengan los sueldos más bajos posibles. Niega a los trabajadores por cuenta propia el acceso a un mercado mayorista, así como niega a los inversionistas extranjeros la libre contratación de trabajadores. Traba cuanto puede la ley de la oferta y la demanda. Y sin importar cuán pésimo sea el transporte público en las ciudades, puede hundirlo todavía más con el pretexto de perseguir a unos sujetos dispuestos a enriquecerse. En un país de jóvenes desempleados y en fuga, niega las posibilidades, por mínimas que sean, a los jóvenes.
Capaces de explicar la falta de guaguas por la ambición desmedida de los boteros, esas autoridades serán capaces de justificar la participación de cada vez más trabajadores indios por la indisciplina laboral y la haraganería de los cubanos. Como en el conocido aforismo de Bertolt Brecht, el pueblo habrá decepcionado tanto a los gobernantes que llega el día en que esos gobernantes deciden elegir otro pueblo. Es posible entonces que los albañiles, electricistas, carpinteros y plomeros indios de la Manzana de Gómez no sean más que la avanzadilla del nuevo pueblo elegido por Raúl Castro.
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