Un decenio después de su salida del Gobierno la situación económica y social de Cuba sigue siendo desastrosa y dos terceras partes de la población continúan dispuestas a emigrar.
Por estas fechas hace diez años, en julio del 2006, Fidel Castro estuvo a punto de morir, y precipitadamente le entregó el poder a su hermano Raúl.
En febrero del 2008, como Fidel no se curaba, terminó la provisionalidad y Raúl asumió en propiedad la presidencia del país y la jefatura del Partido Comunista.
Fidel sin embargo siguió siendo el caudillo de la revolución y el poder detrás del trono en todas las decisiones importantes.
¿Qué ha pasado de entonces a hoy?
Han pasado varias cosas, y casi todas en el terreno económico. Los cubanos pudieron acceder a los teléfonos móviles, entrar en los hoteles, comprar y vender sus viviendas y viejos automóviles, convertirse en microempresarios y salir y entrar del país sin necesidad de permisos especiales.
Todo esto forma parte de los Lineamientos, como les llama Raúl Castro a las débiles reformas emprendidas bajo su mandato. Nada, por cierto, que no se haga en cualquier país normal.
A esto se agrega que, en diciembre del 2014, se hizo público que Washington y La Habana llevaban dos años de conversaciones secretas. Hace un año se reanudaron las relaciones diplomáticas, y Barack Obama y su Secretario de Estado visitaron La Habana recientemente.
Sin embargo en el terreno político no ha habido el menor cambio. En el VII Congreso del partido, celebrado en abril del 2016, Raúl Castro ratificó sus convicciones comunistas, la existencia de un solo partido ─el comunista, naturalmente─ y se recrudecieron las represalias contra los demócratas de la oposición: en el último año ha habido más golpizas, más arrestos y más intimidación. En los pasados doce meses (el promedio mensual de) las detenciones arbitrarias por razones políticas, que suelen incluir palizas y maltratos, han pasado de 700 a 1000.
Hace pocos días el propio Raúl Castro ha anunciado sin embargo una caída sustancial de los ingresos del país como consecuencia de la catástrofe venezolana y del fin de la colaboración con Brasil. Los Lineamientos no han servido para nada.
Cuba reexportaba el 37 % del petróleo que le entregaba Venezuela, equivalente más o menos a las exportaciones de Ecuador.
En definitiva, a diez años de la salida de Fidel Castro del Gobierno la situación económica y social de Cuba sigue siendo totalmente desastrosa como consecuencia del modo de producción comunista, mientras las dos terceras partes de la población continúan dispuestas a emigrar rumbo a cualquier país capitalista en el que puedan mejorar sus condiciones de vida.
Si existe una convicción generalizada en Cuba ─y aquí incluyo a muchos funcionarios y miembros del Partido Comunista, e incluso tal vez al propio Raúl Castro─ es que el sistema no funciona. Ya probaron a reformarlo y han comprobado que no es reformable. Entonces ¿qué hay que hacer? Pues lo que han hecho en 14 países: reemplazarlo.
A eso se oponen Fidel Castro, su hermano Raúl y algunos de los militares que mandan en el país.
Pero la inmensa mayoría está de acuerdo en que 57 años de experimentos fracasados son demasiados. Saben que, cuanto antes, hay que enterrar esa revolución, tirar la llave por la ventana, y olvidarse de esa empobrecedora locura.
En febrero del 2008, como Fidel no se curaba, terminó la provisionalidad y Raúl asumió en propiedad la presidencia del país y la jefatura del Partido Comunista.
Fidel sin embargo siguió siendo el caudillo de la revolución y el poder detrás del trono en todas las decisiones importantes.
¿Qué ha pasado de entonces a hoy?
Han pasado varias cosas, y casi todas en el terreno económico. Los cubanos pudieron acceder a los teléfonos móviles, entrar en los hoteles, comprar y vender sus viviendas y viejos automóviles, convertirse en microempresarios y salir y entrar del país sin necesidad de permisos especiales.
Todo esto forma parte de los Lineamientos, como les llama Raúl Castro a las débiles reformas emprendidas bajo su mandato. Nada, por cierto, que no se haga en cualquier país normal.
A esto se agrega que, en diciembre del 2014, se hizo público que Washington y La Habana llevaban dos años de conversaciones secretas. Hace un año se reanudaron las relaciones diplomáticas, y Barack Obama y su Secretario de Estado visitaron La Habana recientemente.
Sin embargo en el terreno político no ha habido el menor cambio. En el VII Congreso del partido, celebrado en abril del 2016, Raúl Castro ratificó sus convicciones comunistas, la existencia de un solo partido ─el comunista, naturalmente─ y se recrudecieron las represalias contra los demócratas de la oposición: en el último año ha habido más golpizas, más arrestos y más intimidación. En los pasados doce meses (el promedio mensual de) las detenciones arbitrarias por razones políticas, que suelen incluir palizas y maltratos, han pasado de 700 a 1000.
Hace pocos días el propio Raúl Castro ha anunciado sin embargo una caída sustancial de los ingresos del país como consecuencia de la catástrofe venezolana y del fin de la colaboración con Brasil. Los Lineamientos no han servido para nada.
Cuba reexportaba el 37 % del petróleo que le entregaba Venezuela, equivalente más o menos a las exportaciones de Ecuador.
En definitiva, a diez años de la salida de Fidel Castro del Gobierno la situación económica y social de Cuba sigue siendo totalmente desastrosa como consecuencia del modo de producción comunista, mientras las dos terceras partes de la población continúan dispuestas a emigrar rumbo a cualquier país capitalista en el que puedan mejorar sus condiciones de vida.
Si existe una convicción generalizada en Cuba ─y aquí incluyo a muchos funcionarios y miembros del Partido Comunista, e incluso tal vez al propio Raúl Castro─ es que el sistema no funciona. Ya probaron a reformarlo y han comprobado que no es reformable. Entonces ¿qué hay que hacer? Pues lo que han hecho en 14 países: reemplazarlo.
A eso se oponen Fidel Castro, su hermano Raúl y algunos de los militares que mandan en el país.
Pero la inmensa mayoría está de acuerdo en que 57 años de experimentos fracasados son demasiados. Saben que, cuanto antes, hay que enterrar esa revolución, tirar la llave por la ventana, y olvidarse de esa empobrecedora locura.
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