Los refugiados cubanos sobreviven en albergues de Costa Rica
Desesperados, con desgastes físicos y económicos, luego días varados en San José y luego en la frontera con Nicaragua donde fueron ultrajados por el ejército, aseguran que no quieren regresar
INMIGRACIÓN
SAN JOSÉ.-JOSUÉ BRAVO
Especial
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Durante varios años, Esdrey Roura Olivera, un cubano oriundo de Camagüey que no concluyó sus estudios de física, se ganó la vida como agricultor y ganadero, también como él lo define “especialista en cantina”, por su trabajo en bares y restaurantes.
Roura Olivera asegura que tenía su propia casa y un vehículo, consideraba que tenía una vida cómoda, a pesar del régimen imperante en su país.
Sin embargo, recuerda que cuando en 2009, el régimen de los Castro prohibió comerciar libremente en la isla, todo comenzó a cambiar empeorar en la isla y el negocio de la producción agrícola en los mercados se vino a pique.
(Fotos cortesía de Esdrey Roura)
En aquel entonces, un quintal de ajo costaba 3.000 pesos cubanos (120 dólares al cambio actual), pero tras la prohibición del Gobierno, al no salir de la cosecha, perdió 1.200 quintales.
Perdió 3.6 millones de pesos cubanos (144.000 dólares) y de ahí su solvencia económica se vino a pique. Intentó reactivarse de nuevo cambiándose a la producción ganadera, pero no resultó.
Fue entonces cuando decidió tomar 3.000 dólares del poco dinero que le quedaba para emprender un largo y peligroso viaje que lo tiene hoy en medio de una gran desesperación y mucha incertidumbre.
Roura Olivera es uno de los cubanos que permanece varado en uno de los albergues que Costa Rica por razones humanitarias instaló para dar refugio a más de 2.000 cubanos que fueron rechazados por Nicaragua en la frontera, ante la negativa del gobierno sandinista de dejarlos transitar a través de su territorio para concluir su travesía rumbo a Estados Unidos.
Desde un colegio en La Cruz, Guanacaste, 20 kilómetros al sur de la frontera de Peñas Blancas, este cubano de 39 años asegura que las condiciones económicas en las que vivía en su país lo hacían sentir en un “infierno”.
Pero Roura Olivera al emplear este calificativo siente temor porque allá dejó a sus padres, hermana, sobrinos, esposa y dos hijos: un varoncito de 4 años y una niña de uno.
“Muchos de mis amigos ya habían dado este paso hace tiempo, recordó. Me cansé de tratar de vivir dignamente, sin lograrlo, espero lograrlo en el exilio”, comentó.
“Yo siempre quise evitar pasar esto de dejar la patria atrás. Confíe en que algún día las cosas tenían que cambiar. En un momento pensé que con mi familia, con mi casa y mi carro viejo, yendo de aquí para allá; estaría bien. Pero estaba equivocado, nunca supe lo pobre que realmente éramos. Con lo poco que he visto de otros pueblos y otras personas, creo que debí irme de Cuba muchísimo antes. Lo siento por mi familia, pero espero que me alcance el tiempo de mi vida para que por lo menos ellos algún día estén mejor”, apuntó.
Ese “infierno” económico que Olivera señala, también empujó a otros miles como Karen Morejón, de 34 años. Ella se negó hace 8 años a trabajar como enfermera profesional en La Habana por un salario de 575 pesos mensuales (28 dólares). Subsistía laborando en un negocio de eventos en la capital.
A inicios de año, Morejón y su esposo emigraron a Ecuador. Para el viaje le ayudó su padre, un guía turístico. Quiso hacer vida en Quito, donde laboraba en su profesión con un salario mensual de 900 dólares. “Era muy alto porque yo era enfermera profesional y los ecuatorianos ganaban unos 300 dólares”, reseña.
No obstante, el país dirigido por Rafael Correa empezó a presentar malos síntomas en su economía, como parte de la crisis en algunos países petroleros por la caída de los precios. Morejón también se aventuró, pero primero hizo un vuelo hacia Panamá y de ahí también pasó a formar parte de los que viven estas historias que hoy se comentan en la región centroamericana con los migrantes de la isla.
Olivera recuerda que él partió el 21 de octubre de La Habana, también en un vuelo hacia Ecuador, país que desde el año pasado permite la entrada de cubanos sin visa. “No todos tienen suerte y a algunos los devuelven”, asegura. “Apenas uno llega, los coyotes abundan. Ahí todo mundo sabe que los cubanos necesitamos hacer la travesía y es muy fácil contactar a alguien que te pase o que te conecte enseguida con la red”, añade.
“Atravesé Ecuador, me presentaron personas que cuando estaba en el límite de la frontera con Colombia, nos cobraron 500 dólares por persona para pasar a Colombia. Cuando llegué al lugar (de inicio) había muchos cubanos, como 20”, grupo que después pasó en lancha a Panamá, en un recorrido de tres horas por aguas del Caribe.
Olivera dice haber tenido suerte en su periplo por Suramérica. Contrario a otros coterráneos suyos, quienes para llegar hasta Costa Rica enfrentaron un viaje lleno de corrupción, engaños, disparos y peligros como recordó a la prensa local Lenín Rivacoba.
"Delante de nosotros salieron tres lanchas con gente armada hasta los dientes, con ametralladoras y todo. Dijeron que iban a caerse a tiros con los paramilitares, que iban a limpiar el camino para nosotros poder pasar, y uno escuchaba los tiros. Se cayeron a plomo, son unos salvajes. Después llamaron por teléfono y dijeron que el camino estaba limpio", recordó Rivacoba de su paso por la selva colombiana.
Ese día, desesperados, con desgastes físicos y económicos luego pasar varios días varados en San José por problemas migratorios al quedar a la deriva por la desarticulación de la banda que los traficaría, llegaron todos a Peñas Blancas .
A eso de las 9 de la mañana, con la desesperación desbordada porque Costa Rica aún no les entregaba sus documentos visados y la frontera de Nicaragua cerrada desde el viernes, decidieron cruzar.
“Yo representé al grupo de cubanos que habíamos acá y me entrevisté personalmente con el segundo jefe de la frontera en Nicaragua. Me atendió respetuosamente y nos dijeron que los cubanos no íbamos a pasar. Yo transmití ese mensaje a todos mis compañeros pero nadie me creyó. De todos modos estábamos optimistas de que eso se solucionara pronto. De momento abrieron (oficiales de Nicaragua) el primer paso de la frontera (la guardarraya) y todos caminamos por ahí. Nos sentamos tranquilamente frente a las oficinas de migración de Nicaragua”, relata Olivera.
Estando ahí los ánimos se caldearon. Los cubanos corrieron desesperados hacia un portón metálico azul de salida de la frontera nicaragüense en Peñas Blancas. Un oficial migratorio nicaragüense que les había negado el paso empujó a un cubano mientras el resto pasaba veloz gritando “¡libertad!, ¡libertad!”, por el portón que Nicaragua, asegura Olivera, abrió.
Caminaron unos 8 kilómetros hacia la ciudad de Rivas. “Ahí nos esperaba un grupo numeroso armado de varios vehículos de la policía anti motines y varios carros del ejército. Entonces empezó la negociación, pero el negocio era que nos querían regresar de nuevo.
“Las cosas se fueron de control y nos empezaron a disparar (balas) de goma y gases. ¿Se puede imaginar el caos ahí?, me sorprendió que no habían personas de prensa, eso me preocupó porque estábamos solo, ¡nos emboscaron! Era un lugar frondoso, ni que hubiera pasado un helicóptero ahí nos hubieran visto, era frondoso, tupido”, señala.
Los cubanos fueron reculados al lado tico de la frontera, donde hoy permanecen esperando a que Nicaragua cambie de postura, los deje pasar y continúen a Estados Unidos.
“Jamás pensé que este país nos hiciera esto. Me dijeron que el viaje era difícil pero nunca pensé enfrentar los conflictos que estamos viviendo. Nuestro destino final es Estados Unidos. Nadie quiere quedarse en algún país centroamericano”, añade.
Mientras permanecen en el albergue, algunos visitan el pueblo de la Cruz y hasta hacen labores comunales para retribuir el apoyo tico. Eso sí, muchos como Olivera tiene una posición bien clara: “Hay dos lugares a donde no quiero volver: Cuba y Nicaragua”.




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