Historias que se pasan por alto
Las razones de dos cubanos de edades distintas que emigran y una fiesta de quince en el campamento que los alberga.
Este viernes el cantón fronterizo de La Cruz de Guanacaste reportó la permanencia de 1.897 cubanos. Hombres y mujeres, niños, adolescentes, adultos y mayores: cada uno con una historia que contar.
En uno de los albergues se encuentra Julio Roberto Pedrero González, de 63 años. Él es el único que duerme en una cama, pues es hipertenso y sufre de malestares en su espalda.
Pero, ¿qué motiva a una persona de su edad y condición para enfrentarse a esta travesía? Para Julio Roberto Pedrero González la respuesta es simple: "Yo tengo a mi hija más pequeña y mi nieta más pequeña en EEUU, estaba muy cansado de tener la familia separada. Y una cosa que también me dio en el corazón: quería morir, pero morir en libertad".
Su partida de Cuba no fue fácil, no solo por abandonar la tierra que le vio nacer, sino también porque horas antes de emprender el viaje le informaron que su madre había fallecido. Un golpe emocional que lo acompaña junto con la desesperación de desconocer su futuro.
Pedrero viaja con su esposa y asegura que ha visto la muerte bastante cerca y, aunque los riesgos a los que se ha expuesto son variados, no se arrepiente de haber abandonado la Isla pues, en sus propias palabras, "el régimen cubano es una porquería. Toda una vida trabajando y no tengo nada, no lo pude lograr con ellos".
Pedrero aguarda por buenas noticias y afirma que besar la tierra es lo primero que hará cuando ponga un pie en el país de las barras y las estrellas.
Una fiesta de 15 improvisada
Entre colchonetas, incomodidades y gente extraña que no tiene mayor cosa en común con ella más que su destino. Así vivió su cumpleaños Camila Paz López. Pero no era una celebración cualquiera, se trataba de sus 15 años, una época que todas las adolescentes sueñan, entre amigos y familia, una fiesta y, por supuesto, luciendo un hermoso vestido.
Esta ilusión dista mucho de la dura realidad que le ha tocado vivir a Camila desde hace un mes, cuando abandonó Cuba, alejándose de recuerdos y la gente que más quiere. "Allá dejé a mi papá y mi hermana de ocho años", cuenta. "Yo vine con mi mamá a buscar mejores oportunidades".
Esta estudiante de Trabajo Social anhela poder terminar sus estudios en EEUU para poder hacer el dinero suficiente y sacar al resto de su familia de la Isla.
Su madre, Loandra López, no contaba con mucho dinero para comprarle un regalo, y mucho menos prepararle una fiesta. Sin embargo la noticia de su cumpleaños se filtró y llegó a oídos de los administradores del albergue, que le compraron un cake y le cantaron las felicidades junto con las 648 personas que se encuentran en este recinto.
Su sonrisa la delató. Nunca creyó que en una situación de emergencia, donde las prioridades son otras, alguien sacara tiempo para acordarse de ella.
Quizá el plan ideal hubiese sido un gran salón decorado para la ocasión, familia, amigos, un vestido rosa y muchos regalos. A pesar de ello, Camila agradeció tener un techo donde dormir, tres comidas diarias y mantener intacta la esperanza de poder alcanzar su deseo, que aunque no lo reveló cuando apagó la velita, estamos seguros de saber de cuál se trata.
Así como ellos dos, Julio Roberto y Camila, existen casi 2.000 historias más que se cuentan a diario en la frontera de Costa Rica con Nicaragua, historias que esperan terminar todas con un final feliz.
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