EL NUEVO ORDEN DEL MUNDO. El Nuevo Orden del Mundo es el espíritu de nuestro tiempo, el aire que respiramos, la atmósfera política e ideológica que envuelve nuestras vidas. [Publicado en 1997 como capítulo de su “Curso General de Disidencia”, Editorial El Emboscado, este texto de José Javier Esparza resulta extraordinariamente premonitorio: parece escrito hoy mismo.]TERCERA PARTE Por José Javier Esparza- El Manifiesto-España
Por José Javier Esparza- El Manifiesto-España
5.- El Fin de la Historia
Sin embargo, el capitalismo se atribuye esa victoria y al día siguiente de la caída del Telón de Acero declara su intención de crear un Nuevo Orden del Mundo. Hemos llegado, por fin, al momento cumbre soñado por Kant y que nunca había dejado de estar ausente del programa ideológico de la modernidad. Los estalinistas rusos empiezan a ser llamados “conservadores”; la vieja URSS empieza a ser definida como el último imperio -¿no huele a Kant? Y ahora, muerto el último imperio, la humanidad puede caminar hacia el Estado Mundial con un líder indiscutido: los Estados Unidos.
En esa tesitura, aparece un nuevo referente intelectual que va a tratar de dar cuenta de la situación en un tono declaradamente apologético: el ensayo de Francis Fukuyama sobre El Fin de la Historia. A pesar de lo mucho que se ha escrito y hablado sobre este hombre y su tesis, no parece que se haya entendido demasiado bien lo que quería decir: ¿Que la Historia se termina? ¿Es el apocalipsis? Pero no, no se trata de eso. Fukuyama no está diciendo ninguna estupidez. Y lo entenderemos mejor si vemos que lo que Fukuyama llama “Fin de la Historia” equivale a lo que Kant llamaba “Estado Mundial”. Seguimos moviéndonos en la lógica de la Ilustración, de la visión cosmopolita de la Historia, de la Historia entendida como un movimiento guiado por un finalismo moral.
Kant (foto) había dado a la Historia una dirección determinada y concreta: la consecución de una unificación universal bajo los valores de la modernidad, cuyo eje es la razón universal y la emancipación individual (en términos actuales: democracia liberal y capitalismo mundial). En ese misma lógica, Hegel considera que la Historia es una lucha por conseguir esa emancipación universal, identificada con el triunfo de la Razón Ilustrada, la razón universal, en todo el globo; por consiguiente, cuando la Razón Ilustrada se imponga, cuando ya no haya enemigos, el mundo nacerá a un nuevo orden y la Historia habrá terminado. Lo que Fukuyama hace es bucear en la ideología moderna, actualizar los planteamientos de Kant y Hegel y aplicarlos a la situación contemporánea. Y Fukuyama, con toda lógica, llega a la conclusión de que ese Fin de la Historia se ha producido ya, desde el momento en que nadie parece que vaya a detener el triunfo de la Modernidad, justamente identificada con la victoria del libre mercado, las democracias liberales y la hegemonía de los Estados Unidos. El Fin de la Historia no significa otra cosa: los últimos imperios, los últimos obstáculos para la victoria de la ideología moderna han desaparecido. Por consiguiente, el sueño de Kant y Hegel se ha realizado ya.
Conviene entender la tesis de Fukuyama como lo que es: un discurso de legitimación del nuevo statu quo internacional, del mismo modo que los discursos de Kant y Hegel eran legitimaciones de las revoluciones burguesas. Y podrá sonarnos más o menos extraño, pero la verdad es que los mismos que gobiernan el mundo, los miembros de esas instituciones que hemos mencionado al principio de esta exposición, comparten el análisis de Fukuyama y creen, como él, que hemos llegado al mejor mundo posible, y que toda oposición a este estado de cosas debe ser ahogada antes de que nazca. La casta dirigente del planeta vive, mentalmente, espiritualmente, en el Fin de la Historia y en el Estado Mundial.
De este modo se van dibujando los contornos de un programa: el de la aplicación práctica del NOM, una aplicación que debe ejecutarse ya, puesto que el último gran enemigo ha sido vencido. Y una mera ojeada a los distintos aspectos de nuestra vida colectiva nos permitirá ver cómo el programa del NOM empieza ya a aplicarse en todos los terrenos. El NOM, evidentemente, lleva ya muchos años aplicándose en el campo económico, que es siempre la vanguardia de la ideología ilustrada. ¿Cómo se está aplicando? Siguiendo religiosamente las recomendaciones del FMI y el Banco Mundial. Unas recomendaciones que ahora se extienden por primera vez a la China continental y a los viejos países del Este de Europa. Se trata de implantar en todas partes la libre circulación de mercancías y, sobre todo, de capitales: ese es el dogma de fe del NOM. Las Conferencias Internacionales, como
las que antes hemos citado, sirven para dar orientaciones, armonizar, coordinar las políticas económicas de todos los países y siempre, siempre, advertir a los Gobiernos que es inútil oponerse a “la naturaleza libre del dinero”. Por lo demás, la partición en “zonas de producción” instaurada en 1944 -y de la que hemos hablado anteriormente- sigue manteniéndose: a pesar del fracaso del sistema, patente en las hambrunas y las catástrofes que están asolando África y Asia en los últimos decenios, el NOM insiste en que ése es el único sistema posible, y si el hombre no se adapta al sistema, el hombre tendrá que desaparecer, como dijo, refiriéndose a África, el sociólogo Daniel Bell. Es lo mismo de la conferencia de El Cairo: si los hombres no respetan las cifras previstas por el sistema, reduzcamos la cifra de hombres: nada de variar los cálculos del sistema. En esa espantosa pretensión, disfrazada de filantropía moral, descubrimos el verdadero rostro del NOM: la ambición de someter la vida humana, la vida de los pueblos, a las exigencias de la civilización técnica; agarrar a la vida por el cuello y golpearla hasta que entre en los márgenes de un cuaderno de cálculo. Es la mayor opresión que jamás ha vivido el espíritu humano.
Al servicio de esa aspiración titánica, en la terminología de Jünger, se despliega toda la política del NOM. Porque el NOM se está aplicando ya en el terreno político. ¿Cómo? Mediante la coalición internacional frente a los hipotéticos enemigos del Estado Mundial, aquéllos que por razones religiosas, políticas o intelectuales quieren mantener una cierta preferencia nacional o, simplemente, rehúsan someterse a los criterios económicos y culturales de una civilización mundial. El mejor ejemplo es el del Islam. Toda potencia islámica se ha convertido en un enemigo declarado del Estado Mundial, del NOM. Y el caso más claro no es el de Irak, sino el de Argelia.
Uno de los criterios básicos del NOM es la implantación de democracias liberales en todos los países, sea cual fuere su estructura social o cultural. Recordemos que, en la óptica ilustrada, democracia liberal equivale a política moral. Pero en Argelia, un partido político opuesto al NOM, el Frente Islámico de Salvación, ganó limpiamente unas elecciones. Y el NOM patrocinó, con un vergonzoso consenso internacional, un golpe de Estado contra los nuevos gobernantes de Argelia. Los miembros del FIS fueron apartados del poder, perseguidos, encarcelados e incluso ejecutados. ¿Por qué? Porque no querían el NOM. Ni una sola voz oficial del resto del mundo se alzó contra ese atropello. Tanto derechas como izquierdas, de acuerdo en mantener este orden internacional y los valores que lo sustentan, saludaron la intervención militar auspiciada por los gobiernos occidentales. Y ahora nos escandalizamos, horrorizados, porque determinados grupúsculos fundamentalistas andan por ahí en plena locura, degollando extranjeros. El terror, sí, engendra terror, y el de la Argelia de los años 90 ha alcanzado cumbres espantosas. Pero ese terror no lo comenzaron ellos: lo comenzó el NOM.
Para legitimar ese injustificable estado de cosas, el NOM goza de un arma mucho más poderosa que la bomba atómica: los medios de comunicación, y especialmente la televisión internacional. La televisión bombardea todos los días a todos los hombres del mundo, sean cuales fueren sus culturas de origen, sus creencias y sus tradiciones, con los mismos mensajes. “Todos los hombres poseen la misma aspiración natural”, decía Kant. Eso no es verdad. Pero sí es verdad que la televisión implanta en todo el mundo las mismas aspiraciones: el lujo, el consumo, el placer de una existencia hedonista… Series como “Dallas” o “Falcon Crest” no se emiten sólo en el espacio occidental: llenan también las pantallas en Kenia o el Senegal. Y esas series son mucho más eficaces que unos informativos, porque, a través de esos productos, se va construyendo una universalización de las formas de vida que constituye, de hecho, la mayor empresa de colonización espiritual jamás emprendida por potencia alguna. Así se extienden de modo uniforme unas amplias expectativas que contribuyen a consolidar un determinado sistema social y económico. La gente ve ahí, en la pantalla, que puede ser feliz; se lo cree y comienza a imitar los comportamientos que la pantalla le muestra; después, tras la adopción de las pautas de conducta, se imponen también los valores, unos valores ajenos a los del individuo en cuestión. Es lo que Iring Fetscher ha llamado “democratización de la satisfacción”: todos deben asumir como propia la opulencia del sistema.
Evidentemente, la realidad frustra una y otra vez esas expectativas, especialmente en los países pobres. Sin embargo, los mensajes de la comunicación mundial de masas no responsabilizarán de esa frustración al sistema que la ha engendrado, sino que dirigirán sus críticas al pasado, a la barbarie, a las tradiciones, que se convierten en obstáculos para que el ciudadano de Mauritania llegue a ser como J.R. Ewing. Así se cierra el círculo. El recurso a la tradición, a la identidad, queda proscrito. El hombre ya no sabe a dónde mirar… Y se contenta con lo que tiene: la televisión, pero también lo que hay dentro de ella, ese mundo que la televisión le muestra y que se convierte en el mundo ideal.
Entramos así en un tercer aspecto del NOM: el ideológico, lo que podríamos llamar la Bomba “i”, que es peor que la Bomba “H”. Ningún sistema puede mantenerse en el poder si no tiene una visión del mundo, un discurso, un relato, un conjunto de ideas que lo muestre como el sistema más indicado. Del mismo modo, el sistema moderno, el NOM, ofrece un relato legitimador a sus súbditos; ese relato es, en distintos niveles, el de la ilustración, y lo podríamos reducir a los siguientes tópicos:
1- El hombre es igual en todas partes y en todas partes tiene las mismas aspiraciones; esas aspiraciones son, fundamentalmente, económicas. Por tanto, el orden natural del mundo será el de un Estado Mundial construido sobre criterios económicos.
2- Esa igualdad radical se ve obstaculizada por las culturas autóctonas, los valores y las creencias heredadas, siempre y cuando sean ajenas o irreductibles al cuadro de valores de la modernidad. Por consiguiente, es legítimo eliminar esas barreras.
3- Dado que la igualdad es universal y moral, todo obstáculo político o de otro tipo debe ser desarraigado. Así, por ejemplo, queda condenado el nacionalismo como delito mayor de nuestro tiempo.
4- La historia es un proceso de carácter finalista, con un sentido determinado, y ese sentido es el de construir un mundo homogéneo, la convergencia de todos los pueblos y todas las culturas en el modelo occidental. Quien se oponga a eso, se opone a la marcha de la Historia.
Podríamos añadir otros desarrollos, pero estos son, grosso modo, los dogmas fundamentales del NOM. Centenares de escritores, profesores e intelectuales, apoyados por fundaciones privadas o centros oficiales y publicitados por los medios de comunicación, construyen y divulgan día a día esta ideología, con el objetivo de que todos los hombres la asuman como propia. Y quien no rubrique sus presupuestos, queda marginado, condenado como “peligroso” o “fascista”. Esta es la fe de nuestro tiempo.
¿Y cómo nos afecta todo esto? Está claro. En esta tesitura, está claro el papel que el NOM nos tiene reservado: va a desaparecer nuestra identidad cultural, va a desaparecer nuestra soberanía política y va a desaparecer nuestra independencia económica. Mirémonos: los españoles somos españoles, somos europeos y somos hispanoamericanos. Pero Europa se está convirtiendo en el esclavo predilecto del NOM, Hispanoamérica se convierte poco a poco en un mercado seguro para la finanza internacional y España misma empieza a dejar de existir para abandonarse a la dulce extinción de su ser en el magma blando e inodoro del NOM. Si no reaccionamos, nuestra suerte está echada. (Continuará)
Por José Javier Esparza- El Manifiesto-España
5.- El Fin de la Historia
Sin embargo, el capitalismo se atribuye esa victoria y al día siguiente de la caída del Telón de Acero declara su intención de crear un Nuevo Orden del Mundo. Hemos llegado, por fin, al momento cumbre soñado por Kant y que nunca había dejado de estar ausente del programa ideológico de la modernidad. Los estalinistas rusos empiezan a ser llamados “conservadores”; la vieja URSS empieza a ser definida como el último imperio -¿no huele a Kant? Y ahora, muerto el último imperio, la humanidad puede caminar hacia el Estado Mundial con un líder indiscutido: los Estados Unidos.
En esa tesitura, aparece un nuevo referente intelectual que va a tratar de dar cuenta de la situación en un tono declaradamente apologético: el ensayo de Francis Fukuyama sobre El Fin de la Historia. A pesar de lo mucho que se ha escrito y hablado sobre este hombre y su tesis, no parece que se haya entendido demasiado bien lo que quería decir: ¿Que la Historia se termina? ¿Es el apocalipsis? Pero no, no se trata de eso. Fukuyama no está diciendo ninguna estupidez. Y lo entenderemos mejor si vemos que lo que Fukuyama llama “Fin de la Historia” equivale a lo que Kant llamaba “Estado Mundial”. Seguimos moviéndonos en la lógica de la Ilustración, de la visión cosmopolita de la Historia, de la Historia entendida como un movimiento guiado por un finalismo moral.
Kant (foto) había dado a la Historia una dirección determinada y concreta: la consecución de una unificación universal bajo los valores de la modernidad, cuyo eje es la razón universal y la emancipación individual (en términos actuales: democracia liberal y capitalismo mundial). En ese misma lógica, Hegel considera que la Historia es una lucha por conseguir esa emancipación universal, identificada con el triunfo de la Razón Ilustrada, la razón universal, en todo el globo; por consiguiente, cuando la Razón Ilustrada se imponga, cuando ya no haya enemigos, el mundo nacerá a un nuevo orden y la Historia habrá terminado. Lo que Fukuyama hace es bucear en la ideología moderna, actualizar los planteamientos de Kant y Hegel y aplicarlos a la situación contemporánea. Y Fukuyama, con toda lógica, llega a la conclusión de que ese Fin de la Historia se ha producido ya, desde el momento en que nadie parece que vaya a detener el triunfo de la Modernidad, justamente identificada con la victoria del libre mercado, las democracias liberales y la hegemonía de los Estados Unidos. El Fin de la Historia no significa otra cosa: los últimos imperios, los últimos obstáculos para la victoria de la ideología moderna han desaparecido. Por consiguiente, el sueño de Kant y Hegel se ha realizado ya.
Conviene entender la tesis de Fukuyama como lo que es: un discurso de legitimación del nuevo statu quo internacional, del mismo modo que los discursos de Kant y Hegel eran legitimaciones de las revoluciones burguesas. Y podrá sonarnos más o menos extraño, pero la verdad es que los mismos que gobiernan el mundo, los miembros de esas instituciones que hemos mencionado al principio de esta exposición, comparten el análisis de Fukuyama y creen, como él, que hemos llegado al mejor mundo posible, y que toda oposición a este estado de cosas debe ser ahogada antes de que nazca. La casta dirigente del planeta vive, mentalmente, espiritualmente, en el Fin de la Historia y en el Estado Mundial.
De este modo se van dibujando los contornos de un programa: el de la aplicación práctica del NOM, una aplicación que debe ejecutarse ya, puesto que el último gran enemigo ha sido vencido. Y una mera ojeada a los distintos aspectos de nuestra vida colectiva nos permitirá ver cómo el programa del NOM empieza ya a aplicarse en todos los terrenos. El NOM, evidentemente, lleva ya muchos años aplicándose en el campo económico, que es siempre la vanguardia de la ideología ilustrada. ¿Cómo se está aplicando? Siguiendo religiosamente las recomendaciones del FMI y el Banco Mundial. Unas recomendaciones que ahora se extienden por primera vez a la China continental y a los viejos países del Este de Europa. Se trata de implantar en todas partes la libre circulación de mercancías y, sobre todo, de capitales: ese es el dogma de fe del NOM. Las Conferencias Internacionales, como
las que antes hemos citado, sirven para dar orientaciones, armonizar, coordinar las políticas económicas de todos los países y siempre, siempre, advertir a los Gobiernos que es inútil oponerse a “la naturaleza libre del dinero”. Por lo demás, la partición en “zonas de producción” instaurada en 1944 -y de la que hemos hablado anteriormente- sigue manteniéndose: a pesar del fracaso del sistema, patente en las hambrunas y las catástrofes que están asolando África y Asia en los últimos decenios, el NOM insiste en que ése es el único sistema posible, y si el hombre no se adapta al sistema, el hombre tendrá que desaparecer, como dijo, refiriéndose a África, el sociólogo Daniel Bell. Es lo mismo de la conferencia de El Cairo: si los hombres no respetan las cifras previstas por el sistema, reduzcamos la cifra de hombres: nada de variar los cálculos del sistema. En esa espantosa pretensión, disfrazada de filantropía moral, descubrimos el verdadero rostro del NOM: la ambición de someter la vida humana, la vida de los pueblos, a las exigencias de la civilización técnica; agarrar a la vida por el cuello y golpearla hasta que entre en los márgenes de un cuaderno de cálculo. Es la mayor opresión que jamás ha vivido el espíritu humano.
Al servicio de esa aspiración titánica, en la terminología de Jünger, se despliega toda la política del NOM. Porque el NOM se está aplicando ya en el terreno político. ¿Cómo? Mediante la coalición internacional frente a los hipotéticos enemigos del Estado Mundial, aquéllos que por razones religiosas, políticas o intelectuales quieren mantener una cierta preferencia nacional o, simplemente, rehúsan someterse a los criterios económicos y culturales de una civilización mundial. El mejor ejemplo es el del Islam. Toda potencia islámica se ha convertido en un enemigo declarado del Estado Mundial, del NOM. Y el caso más claro no es el de Irak, sino el de Argelia.
Uno de los criterios básicos del NOM es la implantación de democracias liberales en todos los países, sea cual fuere su estructura social o cultural. Recordemos que, en la óptica ilustrada, democracia liberal equivale a política moral. Pero en Argelia, un partido político opuesto al NOM, el Frente Islámico de Salvación, ganó limpiamente unas elecciones. Y el NOM patrocinó, con un vergonzoso consenso internacional, un golpe de Estado contra los nuevos gobernantes de Argelia. Los miembros del FIS fueron apartados del poder, perseguidos, encarcelados e incluso ejecutados. ¿Por qué? Porque no querían el NOM. Ni una sola voz oficial del resto del mundo se alzó contra ese atropello. Tanto derechas como izquierdas, de acuerdo en mantener este orden internacional y los valores que lo sustentan, saludaron la intervención militar auspiciada por los gobiernos occidentales. Y ahora nos escandalizamos, horrorizados, porque determinados grupúsculos fundamentalistas andan por ahí en plena locura, degollando extranjeros. El terror, sí, engendra terror, y el de la Argelia de los años 90 ha alcanzado cumbres espantosas. Pero ese terror no lo comenzaron ellos: lo comenzó el NOM.
Para legitimar ese injustificable estado de cosas, el NOM goza de un arma mucho más poderosa que la bomba atómica: los medios de comunicación, y especialmente la televisión internacional. La televisión bombardea todos los días a todos los hombres del mundo, sean cuales fueren sus culturas de origen, sus creencias y sus tradiciones, con los mismos mensajes. “Todos los hombres poseen la misma aspiración natural”, decía Kant. Eso no es verdad. Pero sí es verdad que la televisión implanta en todo el mundo las mismas aspiraciones: el lujo, el consumo, el placer de una existencia hedonista… Series como “Dallas” o “Falcon Crest” no se emiten sólo en el espacio occidental: llenan también las pantallas en Kenia o el Senegal. Y esas series son mucho más eficaces que unos informativos, porque, a través de esos productos, se va construyendo una universalización de las formas de vida que constituye, de hecho, la mayor empresa de colonización espiritual jamás emprendida por potencia alguna. Así se extienden de modo uniforme unas amplias expectativas que contribuyen a consolidar un determinado sistema social y económico. La gente ve ahí, en la pantalla, que puede ser feliz; se lo cree y comienza a imitar los comportamientos que la pantalla le muestra; después, tras la adopción de las pautas de conducta, se imponen también los valores, unos valores ajenos a los del individuo en cuestión. Es lo que Iring Fetscher ha llamado “democratización de la satisfacción”: todos deben asumir como propia la opulencia del sistema.
Evidentemente, la realidad frustra una y otra vez esas expectativas, especialmente en los países pobres. Sin embargo, los mensajes de la comunicación mundial de masas no responsabilizarán de esa frustración al sistema que la ha engendrado, sino que dirigirán sus críticas al pasado, a la barbarie, a las tradiciones, que se convierten en obstáculos para que el ciudadano de Mauritania llegue a ser como J.R. Ewing. Así se cierra el círculo. El recurso a la tradición, a la identidad, queda proscrito. El hombre ya no sabe a dónde mirar… Y se contenta con lo que tiene: la televisión, pero también lo que hay dentro de ella, ese mundo que la televisión le muestra y que se convierte en el mundo ideal.
Entramos así en un tercer aspecto del NOM: el ideológico, lo que podríamos llamar la Bomba “i”, que es peor que la Bomba “H”. Ningún sistema puede mantenerse en el poder si no tiene una visión del mundo, un discurso, un relato, un conjunto de ideas que lo muestre como el sistema más indicado. Del mismo modo, el sistema moderno, el NOM, ofrece un relato legitimador a sus súbditos; ese relato es, en distintos niveles, el de la ilustración, y lo podríamos reducir a los siguientes tópicos:
1- El hombre es igual en todas partes y en todas partes tiene las mismas aspiraciones; esas aspiraciones son, fundamentalmente, económicas. Por tanto, el orden natural del mundo será el de un Estado Mundial construido sobre criterios económicos.
2- Esa igualdad radical se ve obstaculizada por las culturas autóctonas, los valores y las creencias heredadas, siempre y cuando sean ajenas o irreductibles al cuadro de valores de la modernidad. Por consiguiente, es legítimo eliminar esas barreras.
3- Dado que la igualdad es universal y moral, todo obstáculo político o de otro tipo debe ser desarraigado. Así, por ejemplo, queda condenado el nacionalismo como delito mayor de nuestro tiempo.
4- La historia es un proceso de carácter finalista, con un sentido determinado, y ese sentido es el de construir un mundo homogéneo, la convergencia de todos los pueblos y todas las culturas en el modelo occidental. Quien se oponga a eso, se opone a la marcha de la Historia.
Podríamos añadir otros desarrollos, pero estos son, grosso modo, los dogmas fundamentales del NOM. Centenares de escritores, profesores e intelectuales, apoyados por fundaciones privadas o centros oficiales y publicitados por los medios de comunicación, construyen y divulgan día a día esta ideología, con el objetivo de que todos los hombres la asuman como propia. Y quien no rubrique sus presupuestos, queda marginado, condenado como “peligroso” o “fascista”. Esta es la fe de nuestro tiempo.
¿Y cómo nos afecta todo esto? Está claro. En esta tesitura, está claro el papel que el NOM nos tiene reservado: va a desaparecer nuestra identidad cultural, va a desaparecer nuestra soberanía política y va a desaparecer nuestra independencia económica. Mirémonos: los españoles somos españoles, somos europeos y somos hispanoamericanos. Pero Europa se está convirtiendo en el esclavo predilecto del NOM, Hispanoamérica se convierte poco a poco en un mercado seguro para la finanza internacional y España misma empieza a dejar de existir para abandonarse a la dulce extinción de su ser en el magma blando e inodoro del NOM. Si no reaccionamos, nuestra suerte está echada. (Continuará)
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