EL NUEVO ORDEN DEL MUNDO. El Nuevo Orden del Mundo es el espíritu de nuestro tiempo, el aire que respiramos, la atmósfera política e ideológica que envuelve nuestras vidas. [Publicado en 1997 como capítulo de su “Curso General de Disidencia”, Editorial El Emboscado, este texto de José Javier Esparza resulta extraordinariamente premonitorio: parece escrito hoy mismo.]PRIMERA PARTE
Por José Javier Esparza- El Manifiesto-España
¿Qué es el Nuevo Orden del Mundo? Podemos decir que el Nuevo Orden del Mundo es el espíritu de nuestro tiempo, el aire que respiramos, la atmósfera política e ideológica que envuelve nuestras vidas, tanto colectivas como individuales. Y podemos decir tal cosa por dos razones: una, porque eso, el NOM, es lo que estamos viendo surgir con fuerza en las numerosas conferencias internacionales que vienen desarrollándose en los últimos meses; la otra, porque ese proyecto, el proyecto del NOM, no es algo que haya nacido ahora, sino que está detrás de todas y cada una de las acciones diplomáticas, políticas, militares e ideológicas de las potencias modernas desde hace dos siglos.
El Espíritu de Nuestro Tiempo es ese: la tentativa, y ya no sólo la tentativa ideológica, sino el proyecto expreso de construir un único mundo, bajo la forma de un Estado Mundial, sobre los cimientos de un único tipo de civilización y en torno a unos únicos valores: los de la modernidad técnica. En esas condiciones, sólo cabe una actitud para aquellos que se sienten comprometidos con la vida de su nación, de su comunidad, de su pueblo: examinar los acontecimientos y tomar posición.
1.- La construcción del NOM
Carlos Marx decía que la función del intelectual era “ser capaz de escuchar cómo crece la hierba”. Vamos a prestar oído. Aunque, en este caso, la hierba hace demasiado ruido, tanto que es imposible no darse cuenta de lo que está pasando bajo nuestros pies.
Todos hemos oído hablar de la “Cumbre de Río de Janeiro”, celebrada hace unos años (foto de arriba) para armonizar las políticas ecológicas de todo el mundo. Su objetivo consistía en que los países en vías de desarrollo dejaran de utilizar recursos y procesos industriales nocivos para el medio ambiente. Loable intención que no sería sospechosa si no proviniera de los países desarrollados, esos países que no tuvieron empacho en utilizar esos mismos procesos tecnológicos para su propio desarrollo. La “cumbre” terminó sin resultado conocido. A priori, parece que los países en vías de desarrollo van a seguir utilizando esos procesos industriales contaminantes, pero todos se han comprometido a participar en la construcción de un “nuevo orden ecológico” patrocinado, por cierto, por los Estados Unidos. ¿A quién beneficia esta “Cumbre”?
El pasado mes de enero se reunió en la ciudad suiza de Davos (foto), como todos los años, el World Economic Forum (Foro Económico Mundial). Se trata de una reunión de los principales financieros y políticos del mundo entero con el objetivo de “coordinar” todas las economías del planeta. Su fin último es crear un único mundo en torno a los “valores” del mercado. A esta última reunión acudieron ya los ministros de Economía de Polonia y Rusia, que cantaron himnos al mercado libre y manifestaron su sumisión a la gran finanza internacional. La nota entregada a la prensa por el propio Foro Económico Mundial decía: “El nuevo orden económico internacional supone la globalización, el aumento de la competencia, una continua adaptación de las estructuras y la desaparición del Estado del Bienestar” (Efe, 1-2-94). Globalización, ¿de qué?: de la economía. Adaptación, ¿de qué estructuras?: de las estructuras políticas. Se trata de construir una economía transnacional donde los Estados no tengan ya capacidad para decidir sobre su propia política económica. ¿A quién beneficia esto?
El pasado mes de septiembre se reunió en El Cairo la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, bajo los auspicios de la ONU. Su objetivo: que los países pobres controlen drásticamente sus tasas de natalidad, para evitar una explosión demográfica que podría causar un grave desequilibrio económico en el planeta. Esta Conferencia se había convocado a instancias de los países ricos, y en ella se constató la oposición de los países pobres, que veían cómo los poderosos del planeta querían influir incluso en la vida sexual de los pueblos subdesarrollados. ¿A quién beneficiaría esta intervención?
Acaban de reunirse en Madrid el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que han celebrado su aniversario entre las unánimes bendiciones de los gobiernos del mundo desarrollado, socialistas incluidos. En esta reunión hemos vuelto a escuchar los mismos argumentos de Davos: globalización de la economía, renuncia a la intervención política –incluso en lo social-, coordinación de las políticas económicas para introducir a los países pobres en la dinámica financiera de los ricos… ¿A quién benefician todas estas orientaciones?
2.- Los que mandan en el mundo
Todas estas “cumbres” tienen un punto en común que resulta de la mayor importancia, porque arroja luz sobre un hecho completamente nuevo: por primera vez, los gobiernos de todo el mundo desarrollado, las instancias financieras internacionales y la Organización de las Naciones Unidas van al mismo paso. Todos ellos han aceptado con gusto el compromiso de construir un Nuevo Orden del Mundo. Y el que marca el paso en este desfile es el gobierno de los Estados Unidos de América. Los que mandan en el mundo no son unos oscuros grupos de señores que actúan como “mano invisible”, según querría una reaccionaria visión conspirativa de la Historia. Los que mandan en el mundo son los gobiernos de los países occidentales, las instituciones internacionales y las instancias financieras, que actúan conforme a un programa determinado y que han aceptado el liderazgo de los Estados Unidos para construir un determinado orden universal fijado de antemano.
Durante muchos años, tanto la Unión Soviética como los países “no alineados” o potencias nacionales como Francia se habían opuesto a que la ONU fuera dirigida por los intereses de la política norteamericana. Todos recordamos las graves crisis en el seno de la Unesco, por ejemplo, que llegó a oponerse a lo que entonces se llamó “nuevo orden económico mundial”, así como al “nuevo orden informativo”. Hoy, sin embargo, esas barreras han desaparecido. Todos marchamos al paso que nos marca Washington. Y parece que no hay otra opción, o mejor dicho: nadie quiere plantear otra opción.
No olvidemos este punto fundamental: el proyecto del NOM es, en este momento, un proyecto fundamentalmente norteamericano, pero sumisamente aceptado por el resto de Occidente. Tras la caída de los regímenes del Este, los Estados Unidos proclamaron solemnemente el advenimiento de un Nuevo Orden. Tanto el republicano Bush como el demócrata Clinton han rubricado de buena gana ese proyecto, y las sucesivas intervenciones bélicas, desde Irak hasta Haití, no tienen otro objetivo que ese: que nadie escape a la dimensión universal del orden nuevo. Un orden que no es sólo político o económico, sino que aspira a ser el molde de una civilización universal: un mundo único pensando, actuando y viviendo del mismo modo. Lo decía Milan Kundera: “La unidad de la humanidad sólo significa, en el fondo, que nadie pueda escapar a ninguna parte”.
Ahora bien: esta idea del mundo no es nueva, ni la han inventado los Estados Unidos. El NOM no es sólo una cuestión política o económica. La historia de las ideas nos enseña que el proyecto del NOM es consustancial a las ideologías de la modernidad, y lo es desde el mismo nacimiento de la filosofía de la Ilustración. Si eso no se entiende, no entenderemos la verdadera dimensión del momento que estamos viviendo.
3.- El cosmopolitismo universal
La idea de una humanidad unida bajo un solo poder es tan vieja como la idea de imperio en Europa. Como decía Spengler, “el hombre noble, el patricio, aspira a ordenación y ley”, y así los pueblos europeos, mientras estuvieron vertebrados en torno a los valores de una aristocracia de la sangre, la guerra y los dioses, una aristocracia al estilo antiguo, aspiraron a dar al mundo un carácter único. El Imperio Romano es el mejor ejemplo de una tentativa por unificar el orbe -el orbe romano-. Y los Imperios posteriores, desde el Sacro Imperio Romano Germánico hasta nuestro Imperio donde no se ponía el Sol, siguieron alimentados por esa idea religiosa y política a la vez, aunque ahora el Dios fuera otro. El europeo antiguo tiene la convicción de que, bajo la diversidad del mundo, reposa una cierta unicidad. De ahí procederán las primeras formulaciones del Derecho Internacional, el Ius Publicum AEuropeum, que trata de otorgar un Nomos, un orden a un mundo diverso y en permanente conflicto.
Pero aquel Antiguo orden del mundo no tiene nada que ver con el presente. En primer lugar, allá, entre nuestros antepasados, el principio del orden es espiritual, y por eso cualquier orden ha de pasar por el Emperador, aún cuando el poseedor de la corona imperial fuera menos poderoso que otros reyes vecinos. Por otra parte, no puede decirse que el Viejo Orden del Mundo tuviera una ambición planetaria o de dominio efectivo universal: en la teoría del Imperio no hay una voluntad expresa de exterminio del enemigo o de aniquilación de la “alteridad”, aniquilación de lo que es diferente a uno. En el mundo antiguo, la existencia del enemigo es parte de la vida; de ahí la necesidad de las guerras, pero también la eventualidad de las treguas; nuestras más crueles guerras serán guerras exclusivamente de religión, y cuando un Emperador (como el alemán Federico II Hohenstauffen o el español Felipe II) pretenda actuar por su cuenta, ya estrechando lazos con el enemigo, ya encarnando directamente la autoridad espiritual, sufrirá la hostilidad del Papa.
Serán precisamente las grandes guerras de religión -y especialmente las derivadas de la reforma protestante- las que darán al traste con la idea de la Paz Imperial, cuando la autoridad espiritual y el poder temporal demuestran su incapacidad para detener la guerra civil en Europa. Pero insistimos: en la teoría del Imperio -y, por lo general, en la práctica imperial- no se contempla el proyecto de un dominio efectivo sobre todo el globo terráqueo mediante la aniquilación espiritual o física del enemigo. ¿Por qué? Primero, porque el de Imperio no es un concepto de poder inmediato y físico, sino que es político sólo y en la medida en que es espiritual; el Imperio es una metafísica del poder que no exige la extensión de un aparato burocrático o de un dominio administrativo a todo el orbe. Y después porque, en el mundo antiguo, el concepto de humanidad no es el mismo que hoy: los términos Humanidad o Universal, entre nuestros antepasados, equivalen a los pueblos que han abrazado la Pax Romana o, después, a aquellos otros que han hecho lo propio con la fe cristiana; de manera que aquí nos estamos moviendo en un mundo limitado –voluntariamente- por razones políticas o religiosas. La conclusión es evidente: en un orden así concebido, el “otro”, el que no es como uno, tiene derecho a seguir siendo diferente.
Por el contrario, todas las ideas de aniquilación física del enemigo aparecerán –por supuesto, convenientemente moralizadas- en la modernidad, a partir del siglo XVII y, sobre todo, en el siglo XVIII. Es el momento en que los Ilustrados y sus predecesores, los utópicos, empiezan a imaginar la sociedad humana como fruto de un contrato, al mismo tiempo que se empieza a pensar que todo el mundo, todos los hombres, son sustancialmente idénticos, e igualmente sometidos, por tanto, a la regla supuestamente natural del contrato. Y no se tardará en aplicar esa figura del contrato al orden internacional, a la existencia polémica de las naciones.
Aquí encontramos también el origen de la visión liberal, economicista, que piensa que todo en la vida funciona como un intercambio de mercancías, y que es preciso dejar que ese intercambio circule libremente, sin “interferencias” políticas. Siguiendo esta lógica del contrato, no sólo cambia la idea del orden social, sino que también cambia la idea del orden del mundo. En la Europa antigua, el principio del orden era espiritual y tenía límites políticos y espirituales -en una época en que la política y el espíritu iban de la mano-; en la Europa de la Ilustración, por el contrario, ese principio será económico y moral, y no reconocerá límites territoriales porque la economía, como la moral abstracta, se cree con derecho a extender su manto sobre todo lo vivo.
Hay muchos nombres en esta tentativa ilustrada: Emerico Crucé, Sully, el Abate de Saint-Pierre (véase su Proyecto de paz perpetua en Europa, fechado en 1713)… Pero el verdadero teórico del nuevo orden del mundo, el gran filósofo de un universo cosmopolita es Imanuel Kant, que expuso sus tesis, sobre todo, en dos obras: Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y La paz perpetua. Kant, más que Hegel, es el verdadero inspirador de la filosofía de la Historia de la Ilustración, cuna de las diversas ideologías de la Modernidad. Kant cree que la Historia es una marcha del género humano hacia su moralización; esa moralización significa una cosa: la emancipación absoluta del individuo. Emancipación, ¿de qué? De todos los vínculos que en el mundo antiguo le retenían: la comunidad, la religión, los reyes, la tradición… Sólo un hombre libre de esos enojosos vínculos llegará a ser verdaderamente libre, verdaderamente “moral”. Y, liberado, podrá marchar hacia el futuro del género humano, que es el de un mundo unificado bajo los valores de la emancipación individual, la civilización moderna, la libertad del mercado…
Ese es el proyecto cosmopolita de Kant. Para Kant, el primer gran paso hacia ese nuevo orden ha sido la Revolución francesa, que define como Entusiasmo. Hay, no obstante, un enemigo en el horizonte: el Imperio austríaco, síntesis del trono y el altar y metáfora, por tanto, de esos viejos vínculos que el nuevo hombre moral debe abandonar. Sólo la guerra contra Austria podrá liberar a la entera humanidad. Y cuando esté liberada, habrá de caminar, primero, hacia una Federación de Estados, y luego, por fin, hacia un Estado Mundial; un Estado Mundial que se considera como el supremo bien.(Continuará)
Para llenar el bache se agarra de los filosofos Hegel y Kant (mas le valdria mencionar a Marx que canalizo toda esa filosofia del engendro universal en la matanza por el poder). Divaga en una teoria sobre una falsa tentativa de dominio mundial por parte de los imperios antiguos. Que segun Kant esto empieza con la revolucion Francesa. No deja nada claro, pues con la revolucion Francesa y antes la norteamericana, simplemente es el destape de la idea masonica con su engendro de hegemonia universal que da a la luz el ESTADO que nacio Liberal, asi conmayusculas. El Estado sobre la Iglesia y sobre todos como el motor atandonos a leyes, instituciones confiscando nuestros derechos y empujandonos al NOM.
En verdad es con el surgimiento del Cristianismo (la llamada era cristiana) que comienza la expansion de una idea universal que trata de integrar al hombre como un sujeto obediente y adorador a una elite divina. La idea cristiana del reino de Dios Universal tropieza con la idea anticristiana del NOM.
Esto es solo una simple observacion estrictamente politica. Es muy dificil sacar a un politologo de su caldero. Aqui no valen lo que las personas piensan o deciden sino lo que hacen los paises, los gobiernos y, por supuesto, las cumbres y reuniones que salen por television. Si existen reuniones secretas y sociedades secretas eso esta fuera de su caldero y por tanto no califica, segun este, es una vision oscurantista y reaccionaria.
Abra que esperar a que la television por fin nos diga que quienes nos empujan al NOM son personas cuya unica ideologia es servirles a Satanas. Lo demas, el Kantismo, hegelianismo, Marxismo, son sus implementaciones teoricas, el Espiritu de que hablaba Hegel es el mismo Arquitecto de los masones, el que conforma la politica, el Diablo. Su objetivo: convertirnos en sus adoradores, sus esclavos obedientes, aceptar la realidad que se nos impone como unica realidad.