Fracaso y frustración en la izquierda de hoy
En cada una de sus tres vertientes —reformista como en Francia, populista como en Grecia, España y Venezuela, y dictatorial como en La Habana— la izquierda está viendo retroceder y perder su brillo y credibilidad ante las embestidas de la realidad. En la generalidad de los casos, cuando le ha sido dado gobernar, ya sea por la fuerza o por el veredicto de las urnas, la izquierda ha terminado incumpliendo sus promesas, deponiendo sus estandartes, traicionando sus ideales y defraudando a quienes inicialmente le brindaron apoyo y adhesión.
Comencemos por la variante reformista o socialdemócrata, la cual enfrenta una situación harto difícil en Francia bajo el liderazgo del presidente François Hollande.
Elegido en 2012 después de haberse ofertado como el enemigo del capital financiero, Hollande se dio cuenta, a la mitad de su mandato, de que, para luchar contra el marasmo económico, tenía que cambiar de rumbo e introducir reformas calificadas de social liberales (incentivos fiscales al empresariado y flexibilización del código laboral con el fin de estimular la contratación de personal y la inversión privada) que hasta entonces él y su partido habían tachado de reaccionario.
Ese viraje desencadenó una oposición tal en los movimientos de izquierda, que el presidente francés se vio obligado a suavizar su reforma del código de trabajo hasta el punto de convertirla en una iniciativa intranscendente que, por inocua que sea, no ha logrado contentar a las organizaciones de izquierda ni al ala radical de su propio partido.
Un reajuste social liberal fue realizado en Alemania en los años 2000 por el excanciller socialdemócrata Gerhard Schroeder con su "Agenda 2010". A diferencia de lo ocurrido en Francia, Schroeder no dio marcha atrás. Sus reformas produjeron los resultados esperados y contribuyeron a restaurar la vitalidad económica y la competitividad internacional de ese país.
No obstante, como las reformas eran contrarias a las expectativas de la base electoral de su partido, el SPD, las mismas provocaron una erosión en el peso electoral de la socialdemocracia en Alemania, el cual ha pasado de 40,9% en 1998 a 19,5% en la actualidad.
El deterioro de la popularidad de la socialdemocracia ha abierto las puertas a la expansión de movimientos de izquierda populista en Europa, en particular Syriza en Grecia y Podemos en España. Pero tampoco allí esta ausente la decepción, como lo muestra el caso de Syriza y su líder Alexis Tsipras.
Después de haber ganado las elecciones con la promesa de no aplicar las reformas (reducción del gasto público, reforma laboral y privatizaciones) exigidas por los acreedores institucionales de Grecia (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) a cambio de mantener su ayuda financiera, y después de haber organizado un referéndum en torno a dichas reformas, en el que los griegos votaron mayoritariamente en contra de las mismas, Tsipras comprende que el costo de romper con los acreedores sería económicamente devastador y políticamente explosivo. Da entonces marcha atrás, acepta las exigencias de los acreedores y adopta un paquete de medidas incluso más severas que las rechazadas en el referéndum en cuestión.
La palma de oro de la decepción se la lleva hoy en día la izquierda populista latinoamericana, encarnada inicialmente por Hugo Chávez, Luis Inácio Lula da Silva y los esposos Kirchner.
Esa izquierda, que había jurado acabar con la corrupción y respetar los derechos humanos, se encuentra hoy enmarañada en escándalos político-financieros y en atropellos contra la oposición y la prensa independiente cuya magnitud y ramificaciones no tienen nada que envidiar a los que esa misma izquierda denunciaba antes de asumir el poder.
Los países latinoamericanos gobernados por la izquierda populista muestran por añadidura un saldo desalentador en materia de desempeño económico. Crecieron gracias al boom de materias primas, pero el fin del mismo puso al descubierto los límites y deficiencias de la tendencia, reinante en esos países, a acosar hasta asfixiar la iniciativa privada y las fuerzas del mercado.
El pobre desempeño económico de la izquierda populista latinoamericana contrasta con el logrado por países del subcontinente que han fomentado la libre empresa y promovido la apertura de sus economías a la competición internacional. Tal es el caso, en particular, de Colombia, Chile y Perú.
La mejor demostración de lo desastroso que ha sido el modelo de la izquierda populista es Venezuela, país que, a pesar de haberse beneficiado de los precios de petróleo más altos de la historia, tiene hoy un índice de pobreza superior al encontrado por Hugo Chávez al asumir el poder. No menos grave: la inflación, la más elevada del mundo, se encamina hacia una tasa anual de 700%; las colas para conseguir artículos de primera necesidad alcanzan magnitudes exorbitantes; y son cada vez más frecuentes los saqueos de tiendas y camiones transportando ese tipo de mercancías.
El colapso del discurso de izquierda se hace igualmente palpable en el último reducto del socialismo soviético, la Cuba castrista.
El fiasco del castrismo no es nada nuevo. Incapaz de hacer funcionar adecuadamente la maquinaria de la economía, el régimen cubano no ha podido mantenerse en pie sino con la ayuda de un benefactor externo: primero la Unión Soviética, la Venezuela chavista después.
Y ahora, ante el inevitable colapso de la ayuda venezolana, la gerontocracia castrista se bate en retaguardia por su supervivencia y decide dejar un poco de espacio a los cuentapropistas y aceptar un acercamiento diplomático y comercial con el "Imperio" a pesar de no haber obtenido —como antes exigía— el levantamiento previo del embargo.
En realidad, las izquierdas han acumulado un largo historial de fracasos. Basta evocar el desmoronamiento del bloque soviético, los estragos de la "Revolución Cultural" de Mao Tse Tung y las víctimas de las tiranías tercermundistas de Mugabe, Gadafi y Saddam Hussein. En cuanto a la socialdemocracia, los reveses del laborismo británico, del Pasok en Grecia y del PSOE en España muestran las dificultades que encara esa izquierda al tratar de conciliar sus promesas con los imperativos de la economía.
Por supuesto, los tres tipos de izquierda no son iguales. En materia de respeto de las libertades públicas y de apego a la democracia, la socialdemocracia se sitúa honrosamente en las antípodas de los métodos dictatoriales del castrismo.
Por otra parte, muchas han sido las conquistas sociales —reducción de horas de trabajo, vacaciones pagads y seguridad social— propiciadas por la izquierda reformista (conquistas a veces torpedeadas —como lo muestra el ensayista e historiador francés Jean-François Revel en su libro La Grande Parade—por la izquierda comunista, que veía en esos avances una forma de "aburguesar" al proletariado y perpetuar el capitalismo).
Conviene añadir que tampoco la derecha puede ufanarse de haber alcanzado resultados satisfactorios en todo tiempo y lugar. Numerosas y despiadadas han sido las dictaduras de ese bando que han creado desolación, luto y decepción. Como numerosos han sido los fracasos económicos y los casos de corrupción provocados por gobiernos de derecha.
Pero ello no implica que la izquierda —que se presentaba como la solución a la corrupción, el atraso económico y las desigualdades sociales— haya conseguido un desempeño mejor. Y en los casos en que ha obtenido resultados económicos satisfactorios, lo ha logrado en gran medida por haber preservado la ortodoxia macroeconómica neoliberal que encontraron al asumir el poder (como ocurrió en Chile con Michelle Bachelet o en Brasil durante el primer mandato de Lula) o por haber instaurado dicha ortodoxia neoliberal (como lo hizo el ministro de Economía de Evo Morales, Luis Alberto Arce, quien en 2014 llegó a ganarse los elogios de The Wall Street Journal.
Para la izquierda, es un imperativo insoslayable dar muestra de humildad intelectual, dejar de creer que posee las llaves de la sociedad del futuro y cuestionar seriamente su fe cuasi religiosa en la superioridad del Estado sobre la libre empresa, las fuerzas del mercado y la libertad de expresión.
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