El derecho de ser explotados
En su ensayo "Libertad y filosofía", Emilio Ichikawa recordaba aquella práctica tan típica del diligente funcionariado del castrismo: la exigencia de mayor compromiso revolucionario. Una "comisaria ideológica", siempre hay y habrá alguna, ponía las reglas de juego para quienes asistieran a un encuentro con intelectuales norteamericanos. La frase en cuestión es la que escuchamos hoy a propósito del post-operatorio de Obama en La Habana: "¡No se olviden que se trata de una confrontación! ¡No nos pueden quitar el derecho de ser explotados!". Eran los años 90 y creíamos que se había tocado fondo.
"La intelectualidad cubana —esto dice también Ichikawa— ha mostrado siempre un agudo olfato para captar las demandas ideológicas del poder. Lo mismo se manipula la historia para agradar a un político, que se infla a Gramsci para seducir a la burocracia. Existe una coordinación entre el reparto disciplinar y el aparato ideológico de control".
Siempre en el trayecto hacia la liberación individual habrá un agente exterior y varios cadáveres en algún closet. Un intelectual orgánico del castrismo lo primero que se labra es un currículo al gusto de algún campus norteamericano. He aquí que aquella comisaria ideológica, viajera y también visitante predilecta de algunos campus podría llamarse Nancy Morejón.
Hay quien quiere hacer ver que no está bien referirse a estos seres cautivos. Porque de su cautiverio es responsable el tirano y hacia este deberían ir los tiros. Pero así como del tirano está bien decir todo y más, tendrá que llegar ese momento de recordar a los miembros que fueron de su tan ilustrada corte.
Ernesto Pérez Chang ha contado el rol de Nancy Morejón en aquel affaire del número 69 de la revistaUnión, que ella dirigía. Después de haber publicado los sonetos del Aretino, la revista fue acusada de "pornográfica" y la insigne poeta desvió las responsabilidades hacia el editor Pérez Chang, quien fue cesado.
Hace poco supimos, así, sin querer queriendo, que Nancy Morejón estaba haciendo un visiting, otro más, en la Universidad de Missouri. Recordé que alguna vez Nancy Morejón quiso hacerme ver que las palabras tenían su peso, y que había nombres impronunciables y que los esbirros no se van al paro.
Eso es lo que tengo yo que ver con este personaje que representa todo lo siniestro del campo cultural de aquel que fuera mi país. Lo de menos es una historia personal y mejor hace uno olvidándose de todo eso. Pero no. Qué somos si no historias personales, de qué estamos hechos.
Después de una lectura pública en Matanzas, Nancy Morejón vino a mí a preguntarme mi nombre y supe que nada bueno sobrevendría. Yo había leído un poema donde mencionaba a José Mario Rodríguez y Raúl Rivero, muerto uno, exiliado el otro. Ella vino a mí como quien sale a respirar después de un momento de apuro. Vestía unos trapos que alguna vez fueron blancos, y aseada es una palabra que no viene a la memoria de aquel momento.
A los pocos días fui citado a la oficina de mi jefa por aquel entonces. El presidente del Instituto Cubano del Libro, aquel Iroel Sánchez de tan triste recordación, se había enterado del asunto y había sugerido que se tomaran medidas.
Supongo que habría sido fácil averiguar mi nombre de otra manera. Pero Nancy Morejón quería hacérmelo saber. Los combatientes, los aguerridos de verdad, se saben impunes. Quién no tiene una historia similar en aquel que fue mi país.
Pensé que Nancy Morejón, llegado un momento de su biografía, había sido convertida en figura no solo por el esquema propagandístico de la cultura oficial en la Isla, sino también por las universidades de Estados Unidos y Europa. Pero esto ya pasa como algo normal.
Pensé que ese privilegio estaba reservado para unos pocos. Que hay allá afuera un centenar de voces más inteligentes, con mejores lecturas y asuntos más interesantes que abordar, pero que sobre todo no han sido domesticados por (ni le sirven a) un régimen represivo y creen en la democracia sin tanta hipocresía, y sin embargo no pueden acceder a un campus, a los dineros de una universidad.
Es nietzscheanamente irritante. Una pasada a Google con su nombre y el de la Universidad de Missouri trae memorias de varios eventos en los que ha participado en los últimos años. Hay un documental sobre su vida y obra. Se lee que Nancy Morejón es "the most widely translated Latin American Poet" (cosa que ya ni siquiera es de dudar, en ocasiones a la literatura se le distrae con estadísticas) y un caso único de "mujer caribeña afrohispana". Esto último no quedará nunca bien explicado.
Lo que no dicen es a quién sirve, a quiénes ha servido. Tampoco dice que jamás levantará su voz por ninguna mujer, ningún negro, ningún caribeño o caribeña que decida no servir a quien ella sirve.
Nancy Morejón ahora también preside la Academia Cubana de la Lengua, que nunca sugerirá a Madrid la inclusión de palabras como "chivatona" y "comuñángara". A fin de cuentas los poetas suelen desempeñar los más diversos oficios, aunque con facilidad olvidan la dignidad de envejecer en silencio.
Los Castro se van a morir un día, y aquel que fue mi país se reconvertirá en algo que hoy es imposible definir. En algo no necesariamente bueno tal vez, pero supongo que infinitamente mejor que todo lo que entre comandantes y generales le procuraron a ese pobre pedazo de tierra en casi 60 años. Nancy Morejón, como Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet y algunos más, o sus fantasmas, pasarán de puntillas sobre tanto estropicio hacia algún lugar de ese mundo libre donde pagan bien, pero acaso todavía esgrimiendo su derecho a la confrontación, a ser a la vez explotados y perfectos hipócritas.
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