¿Qué pasó con la República? Pasó que no estábamos preparados para gobernarnos, como los hechos posteriores demostraron hasta la saciedad...
Al 20 de mayo de 1902 se arriba tras treinta años de guerra por la independencia, un fuerte cabildeo, para usar un término del presente, de los cubanos ante las autoridades norteamericanas, y una propaganda de los medios de prensa estadounidenses que precipitó la intervención de EEUU en 1898, luego de la explosión del Maine, dando pie a la Guerra hispano-estadounidense.
Estamos así ante la primera guerra de la historia desencadenada por la prensa y, me atrevería a decir, ante la primera manifestación de lo que después se conoció como la posmodernidad.
Vale la pena detenernos en don Tomás Estrada Palma, el primer presidente de la República. Estrada Palma viene desde la Guerra de los diez años, fue presidente de la República en Armas, del 29 de marzo de 1876 al 19 de octubre de 1877, y después de la firma del Pacto del Zanjón y el posterior fin de las hostilidades fue uno de los organizadores, junto a José Martí, del movimiento de emigrados cubanos en Estados Unidos y del Partido Revolucionario Cubano. Hombre de confianza de Martí, tras su muerte el 19 de mayo en los inicios de la Guerra de 1895,don Tomás asume el mando del Partido y tuvo a su cargo la organización de los envíos de avituallamientos y armas a las tropas insurrectas en la isla. De modo que al ser elegido presidente, con el apoyo entusiasta de Máximo Gómez, no era ningún advenedizo ni alguien ajeno al ideario de los independentistas como se ha pretendido.
Sin dudas, el hombre ha tenido muy mala prensa, pero realmente no fue un mal gobernante, fue sobre todo el más honesto de nuestros mandatarios. En nuestra historia los peores, los de más mala prensa, suelen ser los mejores, y los mejores, los de mejor prensa, suelen ser los peores. En el primer caso tenemos a Estrada Palma y en el segundo a Fidel Castro que ha tenido, y tiene aún, la mejor prensa del mundo.
¿Qué pasó con la República? Pasó que no estábamos preparados para gobernarnos, como los hechos posteriores demostraron hasta la saciedad, que lo ideal para Cuba hubiese sido un régimen autonómico, que las guerras por la independencia fueron en alguna medida guerras civiles, que nunca hubo más de tres mil hombres sobre las armas en esas contiendas, por lo que no era en verdad un anhelo popular sino un anhelo de las elites criollas imbuidas del ideal emanado de la Revolución francesa.
Pasó también que esas elites fueron escabechinadas en la primera guerra, 1868-1878, y que en la segunda (entre la una y la otra no dejó de haber hombres sobre las armas, aunque fueran bandoleros como Matagás y Manuel García que finalmente murieron como oficiales del Ejército Libertador), gracias al ideario martiano, prevaleció junto a lo independentista una visión acentuadamente social del conflicto y, en consecuencia, populista del devenir nacional que marcaría la República que nace el 20 de mayo de 1902, tras dos años de ocupación norteamericana.
Paradójicamente, la modernidad nos mata. Nunca fuimos una nación atrasada como se ha querido vender. Dar acceso al voto a grandes masas de analfabetos, desposeídos y ex esclavos no ayudó mucho a la estabilidad de la República que surge más como democracia social que como régimen constitucionalista que velara efectivamente, no por la mayorías como erróneamente se asume, sino por las minorías.
Tenemos que una gran parte de la masa electoral saltó en el tiempo, barco negrero y Atlántico mediante, de los estadios tribales, sin sentido de la propiedad, a una sociedad supramoderna regida por la propiedad, de lo poligámico a lo monogámico, del politeísmo, y el polidemonismo en muchos casos, al monoteísmo. El catolicismo y el imperio español supieron acomodar mucho mejor, dado que ambos eran sistemas tradicionalistas, tan jerárquicos como los sistemas subsaharianos, con la fragmentación y la ruptura psico-religioso-social que significó para aquellos individuos la migración forzada, brutal sin duda alguna, de un mundo al otro, de un tiempo mítico a un tiempo histórico; de la ancestralidad a la modernidad.
La República que nace en 1902 es mayormente masónica, laica y, en algunos casos atea, hija degenerada del iluminismo y la razón. Más apegada a Juan Jacobo Rousseau que a John Locke. Imbuida del romanticismo revolucionario que la muy desconocida Constitución de 1901 logró por un tiempo mantener refrenado.
Pero, no nos confundamos. Esa fecha de mayo vale celebrarla como nuestra gran fecha porque, dado el devenir de los acontecimientos, ya no había otra opción que la independencia por la que habían peleado, muerto y matado una buena parte de la población cubana y porque, para colmo de fortuna, la República que nace el 20 de mayo de 1902, nace bajo el ala protectora del águila imperial norteamericana. Esa fecha, contrario a lo que se ha dicho, es la realización del sueño de Martí, aunque, ya sabemos, los sueños no suelen ser la realidad, sino su anticipación aproximada.
El problema no era la Constitución, que nos dimos en 1901 la mejor de todas nuestras constituciones; influida sin dudas por la carta norteamericana. El deseo de legislar, de apegarnos a una carta magna, no nos faltó. Tenemos así, en la Guerra de los diez años, probablemente el único y patético caso en la historia de un Senado y un Congreso moviéndose con las tropas a lomo de mula, de sesiones legislativas que se daban literalmente bajo las balas, de un poder militar maniatado ante un poder civil que retardaba o hacia fracasar las acciones guerreras. ¡Se imaginan, exagerando un poco, una tropa mambisa que decide la conveniencia de emboscar una fuerza española con la Cámara detrás decidiendo si se debe atacar o no, mientras un legislador mambí suelta a viva voz un apasionado discurso dilatorio, en tanto, como era de esperar, la fuerza española se ha percatado y carga contra los mambises, y los legisladores que huyen con sus carpetas de papeles o los dejan esparcidos entre la maleza, con información clasificada sobre planes de ofensivas y envío de expediciones con hombres y pertrechos detallando fecha y lugar de desembarco!
Tenemos el caso de la destitución del presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, 27 de octubre de 1873, protagonizado principalmente por la Cámara de Representantes, y que fue uno de los hechos de mayor trascendencia y consecuencias negativas para la lucha por la independencia de Cuba.
Es decir, no nos faltó nunca un deseo y una voluntad legislativa, a veces a costa del ridículo, pero nos faltó la cultura que sostuviera ese deseo y esa voluntad. El intelectual e historiador Manuel Moreno Fraginals definió la cultura cubana como una cultura militar y marinera. El desarrollo de La Habana como importante ciudad en este hemisferio se debió más que nada a las expediciones guerreras que fueron a la conquista del continente primero y contra las huestes independentistas sudamericanas después, y a que el asentamiento urbano fue la base de operaciones del avituallamiento del sistema de flotas, creado para proteger los galeones españoles, que navegaban atestados de tesoros para la Corona, de los asaltos de los temibles corsarios y piratas, dando así lugar a una economía de servicios y a una sociedad que se manejaba como un barco o un campamento. Martí se lo advirtió a Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
Luego, debido al monopolio español, el resto del país pudo desarrollarse gracias al comercio de rescate y contrabando que las poblaciones del interior, incluyendo sus autoridades, mantenían con los corsarios y piratas.
Nuestra primera obra literaria, el poema Espejo de paciencia, escrito en 1608 por el canario Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, escribano del cabildo de Santa María del Puerto del Príncipe, es un reflejo de esa realidad. Si se lee detenidamente el poema uno se percata de que el Obispo Altamirano en poder del pirata francés Gilberto Girón, muerto por el asalto de los lugareños que acuden en su rescate, específicamente a manos del negro Salvador Golomón quien le parte pecho y corazón de un lanzazo, había estado previamente en tratos no santos con el bandolero del mar.
Por otra parte, se ha dicho que la derogación de la Enmienda Platt marcó la mayoría de edad de la República, pero como ya preguntaba en mi libro de ensayo Mitos del antiexilio: ¿Qué clase de uso dieron los cubanos a los deberes y derechos que se adquieren con la mayoría de edad? ¿Es que fueron los cubanos unos adultos irresponsables, puesto que los hechos históricos muestran que a poco de ser mayores perdieron o entregaron alegremente la República? ¿Fue por consiguiente tan negativa para Cuba la Enmieda Platt como pretenden tirios y troyanos? ¿No ayudaría la Enmieda Platt más bien a preservar, a trancas y barrancas es cierto, pero a preservar en definitiva, a esa República? ¿De haber existido la Enmienda Platt en 1959 habría llegado al poder un Fidel Castro? ¿Se hubiese implantado un régimen comunista en la isla?
Tras el Tratado de París en 1899, y mientras Cuba elaboraba su Constitución en 1901, el Senado de Estados Unidos vota una enmienda que será incluida en la carta cubana: la Enmienda Platt. La misma tenía tres puntos importantes: la cesión de terrenos para el establecimiento de bases militares estadounidenses en suelo cubano, la prohibición al Gobierno de Cuba para firmar tratados o contraer préstamos con poderes extranjeros que pudieran menoscabar la independencia de Cuba ni en manera alguna obtener por colonización o para propósitos militares asiento o control sobre ninguna porción de la isla, y el derecho que daba a Estados Unidos para intervenir con sus Fuerzas Armadas en Cuba con vista a proteger "las vidas, las propiedades o las libertades individuales".
Era la enmienda que nos garantizaba la protección bajo el ala del águila imperial de que hablaba más arriba, un valladar contra el romanticismo revolucionario, las dictaduras y los poderes extranjeros que terminarían finalmente devorándonos una vez derogada la misma.
Lo negativo es que los grupos cubanos de poder terminaron manejando el águila mediante la enmienda acorde a sus intereses de turno, águila como papalote artillado, planeando sobre las cabezas de los adversarios políticos del patio, lo que dio pie a numerosas e innecesarias intervenciones militares norteamericanas en Cuba.
Denominar la República como seudorepública es una manera pedestre de denigrar el pasado, de crear la falacia de que todo empieza con Fidel Castro cuando, en verdad, sería al revés, todo termina con Fidel Castro y el nuevo poder inaugurado en 1959.
Lo cierto es que, a pesar de la Enmienda Platt, no estábamos más supeditados a EEUU que lo que ahora mismo están Canadá y el resto de naciones del Commonwealth a Gran Bretaña, cuyos habitantes son y se consideran sin complejos, y a mucha honra, súbditos de la Corona inglesa. Pero, parece que eso era mucho para el exaltado y patriótico corazoncito de los cubanos que patalearon y patalearon hasta que, ay, se la quitaron. Ese sentimiento infantiloide es el que aprovecha el aparato de propaganda antimperialista para definir impunemente a la República como seudorepública.
Cuando los norteamericanos intervienen en la guerra en 1898 la economía cubana estaba arruinada y la población diezmada, por la ferocidad del conflicto. Recordemos la estrategia de tea incendiaria ejecutada por el generalísimo Máximo Gómez, política de tierra arrasada. Escasas regiones escaparon a eso, entre ellas Cienfuegos, el resto de los campos de Cuba era un páramo de desolación. Mi abuela materna María Quintana, que estuvo de niña entre los reconcentrados, me contaba que almorzarse una rata en aquellos tiempos era un lujo.
Pero, la administración militar del norteamericano Leonardo Wood, en el breve período de tiempo que va de 1899 a 1902, dejó instalado en la isla un eficaz sistema de educación pública; construyó una amplia red de ferrocarriles, carreteras y puentes, hizo mejoras en los puertos, edificó faros, modernizó la ciudad de La Habana y estableció planes para su alcantarillado y pavimentación; además de reorganizar el obsoleto sistema carcelario, formar una Guardia Rural profesional compuesta fundamentalmente de ex oficiales y soldados del Ejército Libertador, y estructurar una salud pública capaz de desarrollar una gigantesca campaña sanitaria en la que participaron los más prestigiosos epidemiólogos cubanos de la época como los doctores Carlos J. Finlay y Juan Guiteras Gener, entre otros, que dio lugar a la supresión del azote de la fiebre amarilla. No se explican de otra manera los extraordinarios índices de desarrollo que ya exhibía la isla en fecha tan temprana como 1910; recién salida de una guerra devastadora en vidas y haciendas.
Durante mucho tiempo conservé una foto del parque José Martí de Cienfuegos, en 1910, lleno de lujosos autos aparcados a su alrededor, bueno, todos esos autos eran del año, es decir, de 1910.
Por no hablar de la influencia en el terreno de las ideas políticas y las relaciones comerciales que eran más importantes y fluidas con Estados Unidos que con España; al menos desde la segunda mitad del Siglo XIX y hasta un punto en que mucho antes del año 1898, según el historiador Manuel Moreno Fraginals, el 90 por ciento de las transacciones comerciales isleñas se hacían con la vecina nación del norte.
Contrariamente a lo que se nos ha venido diciendo por parte de la historiografía en ambas orillas, y coincidiendo con Lydia Cabrera, Gastón Baquero y Orestes Ferrara, la Revolución del 33 es un desastre de tal magnitud que, con la caída del general Gerardo Machado, se desencadenan los problemas sin solución para la República, hasta recalar en las miasmas de 1959 y la peor tiranía padecida por pueblo alguno en el Hemisferio Occidental. La Revolución del 33 es un antecedente directo de la revolución castrista. Por ahí oyes el lugar común, repetido hasta la saciedad, de que sin Batista no hay Fidel. Yo te diría que sin el 33 no hay Batista, ni tampoco Fidel. Hasta el 33 prevaleció la República de los hombres de la independencia, la soñada por Martí, Maceo, Gómez, Céspedes, Agramonte, Francisco Vicente Aguilera y tantos otros. Es el periodo en que Cuba empieza a entrar plenamente en la modernidad, de grandes obras arquitectónicas como el Capitolio Nacional y la Carretera Central.
Pero a partir del 33 empieza la República de los revolucionarios, sin apego a la ley y con la voluntad de gobernar a punta de metralleta. A partir de ese momento sí tenemos efectivamente una República que se aleja de lo constitucional y apuesta decididamente por lo social; por una democracia social. La misma Constitución que nos dimos en 1940, tan cantada aún, es un ejemplo de cuán hondo habían calado en el imaginario nacional las reivindicaciones revolucionarias y sociales. Es un periodo de mucha inestabilidad política, de mucha violencia, de grupos gansteriles dirimiendo las querellas revolucionarias a tiro limpio en las calles, de la inauguración del terrorismo en la isla, del terrorismo a gran escala como método de lucha válido para alcanzar el poder.
Estos grupos parecen estar convencidos de que la República no era la de Martí y de que ellos, por decreto histórico, eran los elegidos para cumplirle el sueño a Martí. Por eso la sociedad no se alarma cuando Fidel Castro y su grupo asaltan el Moncada en 1953 y luego este, tan campante, le echa la culpa a Martí. Ellos sólo cumplían el mandato martiano.
Y de un Ejército y una Policía profesionales en la primera República, pasamos a un Ejército y a una Policía compuesta por revolucionarios en la segunda. Lo que ocurre a finales de los cincuenta en Cuba no es más que una revuelta de revolucionarios que querían el poder contra revolucionarios establecidos en el poder. Batista mismo no es otra cosa que un revolucionario. Castro y sus guerrilleros jamás hubiesen vencido al Ejército profesional de la primera República, uno que había peleado y se había fogueado, formado en una guerra real, no en escaramuzas como las libradas en la Sierra comparables, si acaso, al asalto de un bar en Chicago en los tiempos de Al Capone. El folclor y el furor de los barbudos castristas no hubiesen aguantado un raund a las eficaces y letales tropas del general José Miguel Gómez, más prusiano que cubano en cuanto a su formación militar.
Contaba el poeta Baquero que con la caída de Machado la Universidad de la Habana cae al punto de no recuperase nunca más, pues las cátedras no fueron ocupadas teniendo en cuenta el aval académico sino el aval revolucionario. Así que la degradación de la enseñanza universitaria en Cuba no la empieza Castro sino los revolucionarios del 33, Castro es más bien un producto de esa degradación. En consecuencia, el hombre nuevo en Cuba es bastante viejo, no lo inventa Castro, Castro mismo es un espécimen de hombre nuevo.
Con la Revolución del 33 se rompe el equilibrio entre el pensamiento de izquierdas y el de derechas, y viene a primar el de izquierdas, sin conciencia cabal de ello. Al punto que las lides electorales en la isla a partir del 33 se dan entre la izquierda y la izquierda. El supuesto ogro de la derecha isleña, Fulgencio Batista y Záldivar, no era finalmente más que un socialdemócrata radical. Pienso que ese desbalance, escoramiento ideológico a la izquierda, está entre los elementos que nos llevan directamente a la dictadura de Fidel Castro. Así, no sería descabellado afirmar que la Revolución del 33 culmina exitosamente en 1959 (a pesar del interregno de la Constitución de 1940 y los muy democráticos gobiernos auténticos de Grau y Prío). Es algo que sin dudas merece más estudios, pero me apunto a esa hipótesis. Castro culmina y recoge los frutos de lo que se había iniciado en el 33.
Lo menos que necesitaba Cuba era una revolución, la tesis de la revolución traicionada es falsa de toda falsedad, Castro ha sido el más eficaz y consecuente de nuestros revolucionarios, lo que ha logrado en Cuba es una auténtica revolución, si usted piensa que las revoluciones son buenas, ya es otra cosa, pero todas traen esa innombrable cuota de dolor y muerte, todas traen más problemas de los que supuestamente pretenden resolver, empezando por la madre de todas las revoluciones, la francesa. Excepto, claro, la Revolución norteamericana de 1775, que no sería en puridad una revolución.
En Cuba pasaba que había problemas políticos, que no eran nuevos, que venían del 33, y aún antes, pero esa Cuba, bajo Batista, es la que nos otorga la glamurosa Habana de Hollywood y la novelística de Guillermo Cabrera Infante, quien era, cómo no, radicalmente antibatistiano. Batista se iba mediante la solución electoral, seguramente amañada, pero solución al fin, de Andrés Rivero Agüero en noviembre de 1958. Curiosamente, algunos de los que entonces decían, ¡de solución electoral, nada, solución la Sierra!, no se cansan ahora de pedir elecciones a la familia Castro.
Generaciones de cubanos han sido adoctrinadas acerca de que en Cuba no hubo democracia antes de 1959, pero sí la hubo, ciertamente con interrupciones, conspiraciones, componendas golpes de Estado y revueltas, pero hubo democracia. Ahora, debemos decir que democracia no ha de ser otra cosa que un medio para arribar a un fin, el fin de la libertad, que puede haber democracia sin libertad, y determinadas dictaduras donde hay más libertad que en determinadas democracias. Así, en la Cuba de Batista tras el golpe de Estado de 1952, sin dudas una dictadura, había gran libertad, más que en muchas democracias latinoamericanas del presente. Tanta libertad había que la revolución castrista se hizo más en la revista Bohemia que en la Sierra Maestra.
La democracia, si no cuenta con frenos a las mayorías, degenera en demagogia, y la demagogia degenera en dictadura. Luego, la manera mejor de mantener la libertad sería dentro de un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley y la igualdad ante la misma, como manera de frenar los abusos del Gobierno y las mayorías, es decir, lo que se conoce como República constitucionalista y que ha prevalecido en EEUU, al menos hasta ahora, aunque eso pudiera estar cambiando.
En la República anterior a 1959 no hubo siempre democracia pero hubo siempre, con altibajos, libertad. En la Cuba posterior a 1959 ha habido una simulación de democracia pero nunca ha habido libertad.
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